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Génesis, perdón, Éxodo capítulo 20 versículo 17 Éxodo 20, 17 nos dice No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su aso, ni cosa alguna de tu prójimo Tristemente muchas iglesias evangélicas ya han abandonado la obediencia a los 10 mandamientos y han dejado el camino de salvación enseñado por las Sagradas Escrituras. Consideran que los 10 mandamientos son la ley y por lo tanto la ley no tiene nada que ver con nosotros, que estamos bajo la gracia. Esto ya hicimos una buena introducción al exponer los 10 mandamientos y ya hablamos abundantemente sobre estos aspectos. se han dejado curiosamente arrastrar por las herejías que a lo largo de la historia de la iglesia se han tenido que combatir con firmeza y con dureza. Herejías que quiten a Dios de su lugar, primer aspecto, que ponen al hombre como el centro y todas ellas tienen que ver con la ley, con la fe y con la gracia. Ahí se resume el campo de batalla. Hoy se nos insta que tenemos que aceptarlo todo como válido y la premisa es, si todo es cierto, por tanto nada es falso. Si cada generación que pasa por este mundo y cada cultura que la compone puede definir y establecer su propio criterio acerca del camino de salvación, Entonces todo está bien y nada está mal. Todos los caminos conducen a Roma, por lo cual qué importa que iglesia pertenezcas, qué importa dónde nazcas, qué importa realmente en quién creas, si al final todos vamos a ser salvos. Es la opinión de cada uno lo que cuenta. Cada uno puede acabar pensando lo que quiera de cuanto quiera. Y la mayoría es la que establece lo que está bien o lo que está mal. Es la ley del consenso, la ley del consenso. Esto ocurre a nivel político, ocurre a nivel social y se infiltra en la iglesia con resultados bastante lamentables. Hoy nos vamos a adentrar en el décimo de los mandamientos de la ley moral de Dios, que es de aplicación para todo hombre, de aplicación para todo hombre. No tiene que ver con el judío, no tiene que ver con el hebreo, tiene que ver con el hombre como hombre. El décimo mandamiento prohíbe que queramos obtener cualquier cosa o persona que le pertenezca a otros. Pero es un mandamiento que se viola también con grandísima facilidad porque se disfraza de una manera tan sutil que a uno le parecería que no está violando el mandamiento cuando realmente está violándolo de una manera total. La codicia corrompe y alcanza las partes más íntimas de nuestro ser, atenta contra nuestras relaciones personales, promueve divisiones, promueve contiendas y aviva la envidia y los celos. Todo esto es lo que hace la codicia. La codicia tiene que ver con los deseos y los que nos tenemos que preguntar es con los deseos, no es un hecho, es ya el deseo. Lo que nos tenemos que preguntar es ¿Todos los deseos son codicia? ¿O debemos limitarlo únicamente a los deseos pecaminosos? No todo deseo violenta el décimo mandamiento. Pero no son únicamente los deseos ilícitos los que pueden caer en esta categoría de codicia. Porque también hay cosas lícitas que pueden llegar a ser codiciadas y acarrean el mismo mal que los deseos ilícitos. Por lo tanto tenemos que tener claro a qué se está refiriendo el mandamiento. ¿Qué ocurre cuando deseamos algo que aparentemente es lícito? Hay ciertas cosas que deberíamos desear o codiciar que son lícitas. Todos los seres humanos tenemos derecho a adquirir posesiones y disfrutar de ellas. Esto es algo que Dios nos dio, Dios nos dio su creación, Dios nos dio la inteligencia, Dios nos dio los sentimientos para disfrutar de todo lo que Él nos ha dado. Dios nos ha hecho de esta manera y nos ha dado su ley con el propósito de proteger lo que es nuestro y poner límites a nuestros deseos. Uno desea comer, y esto es lícito, uno desea dormir, y esto es lícito, desea tener un hogar, los solteros quieren casarse, los que se han casado quieren tener niños, los niños quieren tener sus juguetes, todas estas cosas son lícitas. Pero si ese deseo, por lícito que sea, te obsesiona hasta el punto de que esa es tu meta, ese es tu objetivo, de que ese deseo se vuelve algo obsesivo en ti y te atrapa el corazón, estás atentando contra el décimo mandamiento. Estás poniendo tu corazón en esas cosas. El afán y la ansiedad te dominan y estás profanando el lugar que le corresponde únicamente a aquel que debe ser el primero para ti, que es Dios. Por lo tanto, cualquier cosa que quite a Dios de su lugar es un atentado contra este mandamiento. Codiciar es el deseo que tiene una persona para obtener algo con una intensidad desmesurada. Es su único objetivo, es su único pensamiento. Ahí se mete a fondo a obtener con todas sus fuerzas aquello que desea. En el Nuevo Testamento esta palabra es traducida al español en algunos casos como avaricia. Es el deseo continuo y descontrolado de querer tener más o de apropiarse de aquello que no es tuyo. Este mandamiento nos muestra que todo hombre tiene alguna clase de bien. Todos tenemos algo, sea mucho, sea poco, todos tenemos algo. De hecho, el octavo mandamiento protege la propiedad privada. Y este mandamiento nos insta a que pongamos freno a la disposición natural del corazón que nos lleva a querer para nosotros lo que es propiedad de otros. Esto es la codicia. Lo que tú tienes, yo lo quiero para mí. Lo que tú eres, yo lo quiero para mí. Tus capacidades intelectuales, tu mujer, tu marido, tu coche, tu casa. Esto es lo que está diciendo el mandamiento. Eso lo quiero yo para mí. El Catecismo de Roma se queda bastante corto al enunciar este mandamiento, porque ellos dicen, no codicierás los bienes ajenos. Y se acabó el mandamiento, como si eso fuera el único límite a la codicia. Pero las Escrituras nos presentan un alcance mucho mayor de este mandamiento. Este mandamiento se refiere directamente a los deseos del corazón y todo lo que interviene en los deseos. La codicia que se refleja aquí en este mandamiento es un deseo excesivo, un anhelo profundo y un afán desmesurado en las cosas de este mundo que pone de manifiesto que nuestros deseos, nuestro corazón y nuestro tesoro están aquí en la tierra. Ese es el objeto de este mandamiento. Cuando el deseo de tener y poseer las cosas de este mundo inunda continuamente nuestros pensamientos y comienzan a ser controladas por las cosas de este mundo, por los objetivos de este mundo, por las metas de este mundo y todo lo de este mundo, es cuando hemos caído en este pecado. Estamos dentro de la codicia. Aquí da igual ser rico que ser pobre. La codicia afecta a todos por igual. La codicia ata nuestras mentes y corazones a las cosas materiales o a los beneficios temporales o a las comodidades que nos ofrecen, todo esto a expensas de lo que tiene que ser Dios y lo que debe ocupar Dios en nuestro corazón. A expensas de esto. Llegamos a pensar que no podemos estar contentos y felices sin obtener aquello que codiciamos. Y ahí ponemos nuestro corazón. Yo seré feliz si tuviera un trabajo. Seré lo más feliz del mundo. Yo seré feliz si en vez de vivir en una casita pequeña, vivo en una casa grande. Yo seré feliz si tengo un coche potente. Yo seré feliz si cada año me puedo ir de vacaciones. Yo seré feliz, sí, sí, sí, yo seré feliz. Tenemos un problema entonces. Si tú piensas que por eso vas a ser feliz, tienes un verdadero problema. Es porque ese está poniendo el corazón. Por lo tanto ese es un principio de idolatría. Es decir, estamos poniendo nuestra felicidad en algo ante la cual nos estamos inclinando y hacia donde se dirigen todos nuestros esfuerzos. El objeto a codiciar pueden ser las cosas materiales, Pero el mandamiento va mucho más allá. Podemos codiciar una posición dentro de nuestro trabajo, una posición social en el entorno donde nos movemos. Podemos codiciar el éxito, podemos codiciar el poder, podemos codiciar todo. Las ramificaciones de la codicia son importantes si no se controla, desata en el ser humano la envidia y los celos. Esto es lo que le ocurrió a Caín cuando vio como Dios miraba con agrado el sacrificio de Abel. Y en vez de haber tomado Caín el ejemplo de Abel y el mandato de Dios para hacer exactamente lo que Dios decía, no tuvo eso en cuenta, sino que vio a Caín con malos ojos y tuvo envidia y celos de Caín. Codicia. Esto le hizo llevar a la muerte a su hermano. Esto le hizo cometer un asesinato. Por envidia. Codicia. ¿Cuáles son los efectos inevitables y los peligros de la codicia? En primer lugar, en la vida del creyente supone un conflicto entre lo material y lo espiritual. Un conflicto. La codicia siempre tiende a disminuir y debilitar la vida del creyente. La codicia siempre nos lleva a acabar con nuestra relación con Dios, a dejarla a ras del suelo. El mismo señor dijo en la parábola del sembrador que estábamos leyendo, que la codicia ahoga la palabra y la hace infructuosa. ¿Por qué? Porque las cosas de este mundo son incompatibles con las cosas del reino de los cielos. Con lo cual, si no ponemos cada cosa en su sitio, vamos a tener un gravísimo problema. Eso es lo que le sucede a muchos inconversos que escuchan el Evangelio. Lo rechazan porque tienen el corazón lleno de las cosas de este mundo, el afán de este siglo y el engaño de las riquezas. No quieren saber nada del Evangelio porque esto le va a hacer cambiar su forma de vida y no quieren en absoluto cambiar su forma de vida. Aquellos que ponen su corazón en las cosas de este mundo pronto sienten un afán incontrolable y una atracción fortísima hacia las cosas de este mundo, sobre todo si te van bien. Ahí te metes a fondo hasta que puedas desarrollar todo lo que en tu mente hay. Le dedican todo su tiempo, todas sus energías, todos sus recursos, más, más, más. No hay nada malo en querer adquirir cosas que no tenemos para mejorar nuestro nivel de vida. No hay nada malo si sabemos poner cada cosa en su sitio. Dice el libro de Proverbios, capítulo 10, versículo 4, la mano negligente empobrece, más la mano de los diligentes enriquece. Por lo tanto, se nos dan las pautas para saber cómo tenemos que vivir en este mundo y cómo tenemos que preocuparnos de las cosas para hacer que podamos vivir mejor, para que nuestra familia viva mejor y para tener mayores comodidades. Pero todo tiene unos límites. Sigue diciendo el Proverbista. El que recoge en el verano es hombre entendido, el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza. Por lo tanto, somos llamados también a ser diligentes en todo lo que Dios se ha puesto en nuestra mano para procurar el bienestar propio y el de los nuestros. La riqueza, por tanto, no es mala en sí misma, pero si se encuentra en las manos correctas y con un uso correcto. Fijaos que la Biblia enfatiza que no debemos perseguir las riquezas. No es el ser rico lo que corrompe el alma, es querer ser rico. Que es distinto. No es el ser rico lo que corrompe el alma, es querer ser rico. Porque ahí vamos a enfocar todos nuestros objetivos, todas nuestras pasiones, todos nuestros intereses, todas nuestras fuerzas, todos nuestros recursos, para querer ser ricos. y Dios lo dejamos de lado. Entonces estamos distorsionando el propósito por el cual fuimos creados y lo que nosotros decimos que somos, que somos creyentes. En segundo lugar siempre hay un peligro espiritual en cuanto a las cosas terrenales y especialmente a los tesoros terrenales. Las cosas que codiciamos siempre tienen poder sobre nuestros corazones, siempre. El Señor dijo, donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. El asunto es, ¿cuál es mi tesoro? ¿Cuál es? ¿Es Dios y las cosas de Dios, o son las cosas del mundo? No es una cosa u otra, es que cada cosa esté en su sitio. Es que cada cosa esté en su sitio. Y el tesoro no es solamente el dinero, sino que incluye cualquier cosa que el hombre considere de gran valor, porque eso es lo que va a codiciar. Eso es lo que va a codiciar. Todo aquello que deseemos de forma desproporcionada va a ocupar un lugar central en nuestro corazón y en nuestra vida. Porque está fuera del lugar que le corresponde. Por lo tanto va a tomar una posición que no le corresponde. Y el primero que va a ser quitado de medio, quitado de su sitio, es Dios y su gloria. En tercer lugar, La codicia nos convierte en idólatras, porque reduce todas las cosas al nivel más bajo de la existencia humana, el materialismo. Solo me interesa lo material. La codicia ubica todas las cosas a nivel temporal y material, y pasa por alto lo espiritual y lo eterno. Comamos y bebamos que mañana moriremos. Aquí, ahora, lo que tengo. Dice el apóstol Pablo escribiendo a los filipenses en el capítulo 3 versículo 18 porque por ahí andan muchos de los cuales os dije muchas veces y aún ahora lo digo llorando que son enemigos de la cruz de Cristo el fin de los cuales será perdición cuyo Dios es el vientre y cuya gloria es su vergüenza que sólo piensan en lo terrenal ¿cuál es el objetivo? las cosas de este mundo pero se llamaban creyentes pero su corazón estaba en las cosas de este mundo Este es el efecto de la codicia en los hombres. Les lleva a pensar que todos sus recursos están en este mundo y que todas sus esperanzas están ancladas en este mundo, aquí. Esto es lo mío, lo que yo tengo, lo de ahora. El hombre, como sabéis, no fue creado sólo para vivir a nivel temporal y material. El hombre fue creado para Dios, para mantener una comunión con Dios, para glorificarle y para servirle. Así fue creado el hombre. La codicia va en contra de este propósito de Dios para el cual el hombre fue creado. Va en contra de este propósito. La codicia coloca a las cosas temporales por encima de las eternas. Por eso Pablo en Efesios 5.5 dice que los habaros son idólatras. Los sabaros son idólatras porque el objeto de su codicia se convierte en un amo al que sirven. Sirven de rodillas, se inclinan ante él, hacen todo lo que ese amo les diga con el propósito de satisfacer aparentemente su corazón. ¿Cuántas personas todos los días están pensando en sus ídolos materiales? ¿Cuánto tiempo dedican? ¿Cuánto esfuerzo? ¿Cuánto sacrificio? A la adquisición de las cosas terrenales que no pueden dar lo que prometen, no pueden satisfacer la necesidad del hombre, no pueden. La codicia es la adoración de todas estas cosas. Es como si tú tienes hambre y te dan una blackberry de última generación. ¡Qué bien! Pero tú no te puedes comer la BlackBerry, ni te puedes comer un ordenador, ni te puedes comer uno de los aparatos de la última tecnología. Tú tienes hambre, necesitas comida que se adapte a tu cuerpo, que lo puedas ingerir, que lo puedas digerir, que nutra tu cuerpo. ¿Qué ocurre cuando el hombre busca la satisfacción de su alma fuera de Dios? Que no la va a encontrar. No la va a encontrar. Siempre va a estar buscando, buscando, buscando, buscando. Y está buscando las cosas materiales que jamás podrán satisfacerle. Jamás. Y con esto matizamos que tenemos que luchar por promover lo mejor para nosotros y para nuestros hogares. No podemos irnos al otro extremo de decir, bueno, como las cosas terrenales no tienen nada que ver con las cosas celestiales, no quiero ninguna cosa terrenal, solamente las celestiales. Y nos vamos de un extremo a otro. Es decir, no somos materialistas, somos espiritualoides. Y nos olvidamos de la enseñanza bíblica que habla de cómo nos tenemos que preocupar por nuestros negocios, por nuestros trabajos, por nuestras labores y por promover el bien y el sustento de nuestras familias. Nosotros no somos budistas. Muchas iglesias y muchos creyentes son budistas, aunque no lo saben. La filosofía budista persigue el negarse a todo lo de este mundo. ¡Hay que morir al mundo! ¡Hay que morir! Vosotros lo sabéis muchos. ¡Hay que morir! Pues eso es la filosofía budista. Pero es que nosotros no somos budistas, somos cristianos. Dios nos ha hecho para que podamos disfrutar de muchas cosas buenas ilícitas, pero que sepamos poner a Dios en su lugar. Y el resto, detrás. En cuarto lugar, vemos como la codicia se convierte en una adicción peligrosa. En nuestro mundo la mayoría de las personas son adictas al materialismo y al consumismo. Y nosotros pensamos, bueno, en el siglo XXI es normal que la gente sea materialista y consumista. Pues Jeremías escribe diciendo lo mismo, hace ya bastantes miles de años. En el capítulo 6 versículo 13 dice, desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia. La avaricia. Y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. La avaricia. La gente cree que alcanzando aquello que desean estarán satisfechos. Pero eso no ocurre. Se necesita más y más y más. Y el que es rico, cuanto más riquezas tiene, más rico quiere ser. Y el que es pobre, pues le pasa exactamente lo mismo. Pone en su corazón y piensa que cambiando esto, cambiando lo otro, entonces hallará la felicidad, hallará lo que tanto puede satisfacerle. Y cuando lo consigue, Vuelta a empezar, porque se siente insatisfecho. Eso os habrá pasado a todos. Pensamos que comprando algo, habremos satisfecho lo que nosotros entendemos que nos haría feliz, poseemos aquello y a los dos días estamos exactamente igual. Ahora, ¿cuál es el otro objetivo? ¿Cuál es el siguiente objetivo? ¿Qué otra cosa puedo comprar? ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Qué otra cosa anhela mi codicia? ¿Qué otra cosa? El problema de fondo es que el hombre no se puede satisfacer a sí mismo. Nunca se puede obtener la satisfacción ni la paz codiciando las cosas de este mundo. Y lo más sorprendente es que es una lección que el hombre no acaba de aprender. Porque sigue dándole vueltas y vueltas y vueltas y buscando y buscando e intentando satisfacer y satisfacer y no logra. No logra satisfacerse. El hombre no va a encontrar la paz y la satisfacción en su interior hasta que no encuentre a Dios. Y cuando Dios es puesto en su lugar, cada cosa ocupa el suyo. Y entonces ya nos encontramos satisfechos en Dios. En quinto lugar, hemos de destacar que el mismo Señor advirtió acerca de este peligro cuando dijo, mirad y guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. Eso no es la vida del hombre, esa no es su felicidad. Sin embargo, la filosofía de este mundo impone lo opuesto. Ese es el mensaje continuo. ¡Cómprate este coche! ¡Cómprate este ordenador! ¡Compra, compra, compra, compra, compra! ¡Hoy domingo todo abierto! ¡Compra! La filosofía de este mundo nos dice con firmeza que la vida del hombre consiste exclusivamente en las cosas que posee. Lucha por ello. Es un engaño más de este mundo. Esta filosofía de vida puede conducirnos a quebrantar los diez mandamientos totalmente. Fijaos en algo curioso que presenta este mandamiento. El decálogo concluye de la misma manera que empieza. ¿Cuál es el primer mandamiento? No tendrás dioses ajenos delante de mí. La codicia es una transgresión del primer mandamiento. Y además no solamente atenta directamente contra el primer mandamiento, sino que su uso puede llevarnos a violar el resto de los mandamientos. La codicia nos puede llevar a mentir, nos puede llevar a robar, nos puede llevar a adulterar, nos puede llevar a matar, nos puede llevar a quebrantar todos y cada uno de los mandamientos. La codicia. Nada ni nadie debe ocupar en nuestro corazón el lugar que solamente le corresponde a Dios. Esto es lo que se está anunciando. Esto es lo que nos están enseñando los 100 fundamentos. Por esta razón el decálogo concluye con no codiciarás, no codiciarás, no dejarás que tus deseos por otras cosas ocupen el lugar que únicamente le corresponde a Dios, primer mandamiento, no tendrás dioses ajenos delante de mí, no permitirás que nada ocupe el lugar central que Dios debe tener en tu vida. Por lo tanto para cumplir el primer mandamiento debemos saber dónde ponemos nuestra confianza. ¿Dónde ponemos nuestra confianza? ¿Dónde ponemos nuestra felicidad? ¿Qué es lo que nos satisface? El primero y el último de los mandamientos engloban a todos los demás, lo que hace que su posición en el decálogo, su posición en el decálogo no sea accidental. Todo el decálogo está hecho con un orden asombroso. Los mandamientos están puestos en un orden correctísimo. Nuestras vidas serán desgraciadas si servimos a otro Dios, que no sea el único Dios vivo y verdadero, que se revela en la creación y que se revela en la palabra que Dios nos ha dejado, las santas escrituras. Dice el apóstol Pablo, escribiendo los Gálatas, porque el que siembra para su carne, de la carne se hará corrupción, más el que siembra para el espíritu, del espíritu se hará vida eterna. El asunto es, ¿dónde estamos poniendo nosotros nuestras esperanzas? Ponemos en las cosas de la carne, ya vemos lo que vamos a sembrar o las ponemos en las cosas del espíritu y vemos lo que Dios ha prometido que vamos a sembrar. Debemos estar atentos y vigilantes en cuanto a nuestro corazón para que no se quede atrapado por este pecado, porque no siempre es un pecado visible. Frecuentemente está oculto y camuflado perfectamente. Es un pecado que se esconde detrás de varios pretextos y excusas que aparentemente son razonables. Es decir, se puede argumentar que yo no soy codicioso. Pero Pablo dice, yo no sabría, yo no sabría que soy codicioso si la ley no dijera no codiciaras. Pero como la ley dice no codiciarás, resulta que la ley me pilló y me mató. Porque efectivamente soy codicioso. Pero no sabría si la ley no lo dijera. Por eso tenemos que darle muchas gracias a Dios porque nos dio su ley. La majestad de su ley. Dice Pablo escribiéndole a los tesalonicenses Nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia. Dios es testigo. No estamos en esta posición de predicaros el Evangelio para obtener de vosotros el dinero y así... ¡Wow! ¡Esta gente qué rica es! Está aprovechando del dinero de los demás. Pablo dice, no, no os equivoquéis. Porque debido a la naturaleza sutil de este pecado, uno puede estar viviendo en una dinámica de avaricia, de codicia, sin que nadie lo note y sin que uno sepa que es un codicioso si nosotros nos ponemos a preguntar no solamente en esta iglesia sino le preguntamos a todos los que nos rodean ¿tú eres codicioso? estoy seguro que nadie nos va a decir que es codicioso nadie ahora cuando estudiamos el mandamiento cuando lo estudiamos estoy seguro que todos vamos a decir que somos codiciosos para poder detectarlo Vamos a dar una lista de síntomas que evidencian que este pecado está en nosotros. En primer lugar, casi siempre la codicia se disfraza con el pretexto de suplir una necesidad. Es curioso, es que es muy sutil. Con el pretexto de suplir una necesidad. Puede encontrar un motivo para justificarse mucho más fácil que cualquier otro pecado. Porque solamente tenemos que argumentar y poner con el lenguaje y los juegos del lenguaje una buena argumentación. En realidad muchas personas confunden sus necesidades reales con sus deseos codiciosos. Y es por esto que casi nadie piensa que es culpable de este pecado. Por ejemplo, en los países de influencia católica, las mamás tienen que trabajar porque si no está muy mal visto. Si viviéramos en un país protestante, las mamás tendrían recursos del Estado y estarían bien vistas que se dedicasen a cuidar de sus niños. Pero en un país católico no. Entonces la mamá tiene que salir fuera de casa. La pregunta es, ¿cuál es la razón por la que la mamá tiene que ir a trabajar fuera de casa y dejar a sus hijos abandonados? ¿Cuál es la razón? ¿Hay una necesidad en el hogar real de que no tengo para comer? Si hay una necesidad real, ve a trabajar. Tienes que hacerlo. Ahora, si el propósito es que quieres tener un coche mayor y una casa mayor, eso no es una necesidad, eso es codicia. Por lo tanto, cuando abandones a tus hijos por irte a trabajar, lo haces por un motivo perverso, porque estás codiciando. Y como estás codiciando, tienes que abandonar tus responsabilidades para conseguir el objetivo que satisfacer, que es la codicia. Quiero tener una casa mejor, y para eso no me importa que los niños se queden donde se tengan que quedar, yo es que quiero una casa mejor, y para eso voy a luchar. Codicia. o se disfraza ante aquel hombre que trabaja 15 horas al día para llegar más alto en su puesto de trabajo y está haciendo de su trabajo su Dios. Tiene que demostrar a sus amigos, a sus familiares la buena posición que tienen en tal o cual empresa y por lo tanto ahí tiene que esforzarse, dedicarse, violar todo lo violable para llegar a una posición de un buen nivel dentro de su compañía. Con todo esto no estoy diciendo que uno tenga que dejar de estar donde Dios le ha puesto y donde debe de estar. No es que un hombre no tenga que triunfar y hacer el trabajo con excelencia, sino que me estoy refiriendo a la disposición del corazón y a la actitud que toma el corazón ante estas situaciones. y sobre todo en qué posición se queda Dios dentro del corazón y en sus responsabilidades delante de su familia y delante de la iglesia. ¿En qué posición se queda Dios? Porque el asunto aquí es de prioridades. ¿Qué es lo primero y qué es lo que viene después? Si sabemos poner cada cosa en su sitio, es lícito lo que vayamos a hacer. Si Dios es lo primero y nos sometemos a él en obediencia en todo lo que nos enseña, está bien lo que vayamos a hacer. El asunto es cuando se cambian los términos. Otra indicación más en la que podemos caer y ser codiciosos. Nuestros pensamientos nos dan pautas acerca de si estamos inmersos en este pecado. Si la mayoría de nuestros pensamientos y nuestro afán se centran en las cosas del mundo, esto nos hace culpables de transgredir el mandamiento. Si nuestros pensamientos y nuestro afán se centran en las cosas del mundo, y esa es nuestra única preocupación, estamos transgrediendo el mandamiento. La persona codiciosa ha perdido el control sobre las prioridades correctas en sus pensamientos y en su vida. En cada momento se encuentra soñando despierto con esos ídolos del mundo. Y pueden ser muchos, bienes materiales, posesiones materiales, pero puede ser algo tan tonto como, me gusta tanto el fútbol, que el domingo que estoy aquí en el Día del Señor, estoy pensando en el partido de esta tarde y quién va a ganar, o en el partido de ayer quién ganó y cómo jugaron y qué hicieron. Es decir, ¿cuál es el ídolo que tienes en tu corazón? Cómo ese ídolo ha desbancado lo que tienes que estar haciendo y el lugar que Dios debe ocupar. Los pensamientos... Cuando uno está en la codicia, se concentran en los temas terrenales, en la prosperidad terrenal, en la obtención de bienes, en el éxito en la vida profesional, en cuánto dinero voy a ganar, en qué es lo que tengo que hacer para ganar más. Si estas cosas se convierten en el motor estimulante de la vida, y no estoy diciendo que no haya que luchar por ellas, ojo, si estas cosas se convierten en el motor estimulante de la vida y es el motivo principal por el que se vive y para el cual se vive, nos queda patente el hecho de que ha habido un cambio respecto al lugar que Dios se está ocupando y que Dios pasa a un segundo lugar porque tenemos otras prioridades mucho más importantes, por supuesto. En tercer lugar, otro síntoma evidente de la codicia es el que se presenta cuando estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio, a pagar cualquier precio para obtener las cosas codiciadas. Pero no estamos dispuestos a pagar absolutamente nada por el Señor ni por su obra. No nos importa gastarnos tanto o cuanto dinero para ese objeto codiciable, para ese propósito nuestro codiciable, para aquello que codiciamos. No nos importa el tiempo que tengamos que usar o el dinero que tengamos que gastar. Pero la ofrenda... eso es otra cosa. Retraemos de la ofrenda porque, caramba, la décima parte es mucho. Una centésima parte yo creo que sería lo adecuado. Así que mejor ofender una centésima parte. Pero para las cosas que codiciamos, ningún problema. Ninguno. Todo lo que haya que hacer, se hace. Toda la energía, todos los esfuerzos, todos los sacrificios se concentran en esas cosas que yo codicio. Pero muy poco o nada en las cosas eternas. Muchas personas creen que su autoestima, su felicidad, su bienestar, su comodidad, dependen de adquirir más cosas. Cuando siempre se está deseando más y más y más de cualquier cosa, la codicia está en nuestro corazón. Somos codiciosos. La persona codiciosa, al igual que le ocurrió al joven rico, Preferirá dejar en un segundo lugar a Cristo, en vez de aportar de sus bienes materiales para la causa de Cristo. Ya sabe la historia del joven rico. Maestro bueno, cumplo todos los mandamientos. Vengo sobrado. ¿Qué más tengo que hacer para entrar en el cielo? Porque ya... Y el Señor que evidentemente todo lo sabe, tocó lo que él codiciaba. Lo que él codiciaba. Cristo no nos pide que dejemos nuestras cosas materiales. No nos pide que vendamos nuestras casas, que dejemos nuestro trabajo. No nos pide nada de todo eso. Solo nos pide que no amemos esas cosas ni pongamos en ellas nuestra confianza. Eso es lo que nos pide. No somos budistas. No somos budistas. Pero vamos a preguntarnos cuáles son las cosas que buscamos más. Las cosas terrenales o las celestiales. ¿Cuál es la que ¿Cuál es nuestra carga? ¿El ministerio de la iglesia? ¿Los hermanos que en otros países están dando sus vidas por predicar el evangelio? ¿Los países de ámbito musulmán? ¿La prosperidad y el promover el evangelio? ¿Cuáles son las cosas que nos atraen? ¿Cuál de las dos nos produce más tristeza? ¿La pérdida de los bienes temporales? ¿La pérdida de nuestro trabajo? ¿O la pérdida de la comunión con Dios? ¿Qué es lo que nos produce más tristeza? Porque si perdemos el trabajo o perdemos nuestros bienes ¿Y si perdemos nuestra comunión con Dios? ¿Pasa algo o no pasa nada? Además debemos preguntarnos cómo usamos nuestro tiempo de ocio ¿Lo dedicamos a la búsqueda de cosas terrenales para satisfacernos esa codicia? ¿O lo dedicamos a las cosas celestiales para alimentar el alma? ¿A qué dedicamos el tiempo que tenemos En cuarto lugar, el cuarto síntoma de la codicia se halla en el mismo texto del mandamiento, en Éxodo 20, 17. ¿Por qué se nos da aquí una lista de las cosas que no debemos codiciar? La codicia siempre nos conduce a fijarnos, no en el bienestar de nuestro prójimo, sino en sus pertenencias. Y lo que él tiene, lo quiero yo. Y si puedo quitárselo mejor, lo codicio, es para mí. La persona codiciosa no puede mirar a los demás sin fijarse en sus posesiones, tanto a nivel material, como a nivel académico, como a nivel intelectual. Eso que él tiene lo quiero yo, eso que él hace lo quiero yo, eso que él practica lo quiero yo. Esta persona considera a sus semejantes como objetos de codicia. Lo que tiene lo quiero para mí. Y siempre se están preguntando, ¿por qué esa persona tiene más que yo? ¿Por qué esa persona es más que yo? ¿Por qué? ¿Por qué? Si Dios reparte a cada uno según su voluntad. Y uno es pobre, muchas veces por negligencia, pero otras veces porque Dios en su propósito ha sido determinado. Y otro es rico exactamente por la misma razón. Y esto le lleva a las personas a sentir celos y envidias de las otras personas. La prosperidad de otros le incomoda, y es un golpe para su orgullo, para su autoestima, para su valoración personal, porque otros están triunfando, cuando él no ha podido triunfar a pesar de que se ha esforzado. Con lo cual, codicia todo lo que el otro tiene. Este tipo de personas difícilmente tiene un buen amigo, es incapaz de negarse a sí mismo y buscar el bien de su prójimo, y desde luego cree firmemente que la vida del hombre consiste en la abundancia de los bienes que posee. Eso sí que lo cree. En quinto lugar, otro de los síntomas que muestra la codicia es la ingratitud. La codicia nos hace descontentos e ingratos. Descontentos e ingratos. La persona codiciosa pierde la capacidad de apreciar las bendiciones que ha recibido de Dios. Siempre se fija en sus carencias. ¿No os pasa? Si tuviéramos una casa mayor, y un coche mayor, y una iglesia mayor, todo con muy buenos propósitos, claro. Pero vamos a irnos a los países musulmanes, o vamos a irnos a Cuba, a ver si están tan bien como nosotros. A ver si tienen todos los días para comer lo que les apetece. A ver si pueden comprarse Coca-Cola, que ni siquiera pueden comprarse Coca-Cola. Y nosotros tenemos todo. Y nos fijamos en lo que nos falta. Pero no nos fijamos en lo que tenemos. Y en todas las bendiciones que Dios nos ha dado. Siempre estamos codiciando. Queremos más, más. Una tele mayor, un coche mayor, una casa mayor. Más, más, más, más, más. Y no nos fijamos en lo que Dios nos ha dado. Hoy no nos falta ninguno de comer. Tenemos nuestra casa donde podemos cobijarnos. Tenemos ropa y abrigo. ¿No nos debería esto llevar a darle gracias a Dios por sus muchas misericordias? resumiendo los síntomas de la codicia. Si el amor al dinero, al estatus social, a las posesiones, ha llegado a ser la fuerza dominante de nuestras vidas y un factor determinante en nosotros, es un síntoma de que somos codiciosos. En segundo lugar, si estas cosas, el dinero, el estatus social, las posesiones, son consideradas como algo esencial para nuestra felicidad, son las únicas cosas que nos motivan, es lo único que nos anima en la vida, y las consideramos como la única solución a nuestros problemas, somos codiciosos. En tercer lugar, si buscamos mejorar nuestra posición económica y social, y aumentar nuestras posesiones a expensas de nuestra profesión como creyentes, somos codiciosos. En quinto lugar, si en nuestras ocupaciones laborales buscamos el éxito con el fin de exaltarnos a nosotros mismos, de hacernos más grandes, somos codiciosos. Si el deseo de las ganancias terrenales se ha apoderado de nuestro corazón de manera que siempre nos hace falta algo más, algo más, algo más, es que somos codiciosos. Estaremos frustrados si nuestro deleite lo ponemos en las cosas de este mundo. Estaremos frustrados si adoramos al Dios de este mundo. Estaremos frustrados si nos olvidamos de Dios como nuestro Creador y nuestro Salvador. Estaremos frustrados y amargados. Para evitar este mal debemos vigilar cerca nuestros deseos. ¿Qué es lo que nos enseña la Escritura? Que hemos sido libertados. Hemos sido libertados de la esclavitud para ser libres en Cristo. Hemos sido libertados. El decálogo es como una cerca que nos pone los límites para que sepamos cómo Dios protege a aquellos a quienes ha creado. Para que glorifiquemos a Dios y nos gocemos en Él. ¿Cómo empieza el decálogo? Dice el capítulo 20, habló Dios todas estas palabras diciendo yo soy Jehová tu Dios que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. De aquí salimos, de aquí salimos, de casa de servidumbre, de la esclavitud, salimos de la esclavitud. Dios nos ha dado la libertad y no quiere que nada en este mundo nos robe esa libertad, por eso nos da los 10 mandamientos. Algunos ven la ley como una esclavitud, Pero es todo lo contrario. La ley favorece y promueve la libertad. Un país con leyes justas, a las cuales todos, desde el rey hasta el más último mono del país, se sometan a las disposiciones legales, es un país libre. Cuantas más leyes haya, más libre es el país, porque todo el mundo sabe cuáles son los límites a los que puede llegar. Somos libres, somos libres cuando hay ley. Acompañadme un momento al Salmo 119. Y vamos a ver allí lo que se dice acerca de la ley. Salmo 119, versículos 1 y 2. Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios y con todo el corazón le buscan. Versículo 14. Me he gozado en el camino de tus testimonios, más que de toda riqueza. Versículo 29. aparta de mí el camino de la mentira y en tu misericordia concédeme tu ley. Versículo 32 Por el camino de tus mandamientos correré cuando ensanches mi corazón. Seguimos leyendo el capítulo y vamos viendo continuamente referencias a la ley. ¿Cuándo podemos disfrutar de Dios? En el contexto de la ley. En el contexto de su ley nos sentimos libres para obedecer a Dios. El décimo mandamiento nos lleva a estar satisfechos en Dios, no codices, a estar satisfechos en Dios. Tenemos que recordar que la felicidad no depende de tener cosas o de perder cosas, de eso no depende la felicidad, depende de tener a Dios o no tener a Dios. Esto lo tenemos que atar en nuestra mente y anclar en nuestro corazón porque es una realidad que frecuentemente olvidamos. Las cosas de este mundo nos llevan a despistarnos de nuestra auténtica vocación y profesión. Por esta razón no debemos dejar que nada quite de su lugar al Dios que ha prometido bendecirnos y hacernos el bien. Es lo que Dios ha prometido. El Dios al cual adoramos es celoso y no permite que ninguna otra cosa o persona ocupe un lugar que solamente le corresponde a Él. Por eso nos dice el Señor en Mateo 6, 33, más buscad primeramente, primeramente. No dice que no busquemos nada más, sino cada cosa en su sitio. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas. Pero lo primero es lo primero. Lo primero es lo primero. Vamos a terminar en la oración. vemos lo incompetente que somos para cumplirla, vemos las limitaciones terribles que tenemos, nos damos cuenta de que tenemos una naturaleza corrompida y pecaminosa, que no se puede librar ni por un momento de nuevos ordenamientos. Pero te damos gracias también por haber enviado a nuestro Señor Jesucristo, que vino a cumplir la ley y que por su justicia, nosotros que somos injustos, hemos alcanzado la justificación. Por su muerte, nosotros que estábamos condenados por haber
82 - X mandamiento: no codiciarás...
系列 Los diez mandamientos
La codicia ata nuestras mentes y corazones a las cosas materiales o a los beneficios temporales y comodidades que nos ofrecen, dándole la espalda a la prioridad real que deberíamos tener. Llegamos a pensar que no podemos estar contentos y felices sin obtener aquello que codiciamos y ahí ponemos nuestro corazón. Es en este sentido que la codicia se puede convertir en idolatría. El decálogo concluye de la misma manera en la que comienza. ¿Cuál es el primer mandamiento? No tendrás dioses ajenos.... Por esa razón el decálogo concluye con no codiciarás, no dejarás que tus deseos por otras cosas ocupen el lugar que únicamente le corresponde a Dios.
讲道编号 | 1115181142109 |
期间 | 43:05 |
日期 | |
类别 | 周日服务 |
语言 | 西班牙语 |