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Escuchemos la Palabra de Dios, Marcos capítulo 5, comenzando con el versículo 21. Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la sinagoga llamado Jairo. Y luego que le vio, se postró a sus pies y le rogaba mucho diciendo, mi hija está agonizando, ven y pon las manos sobre ella para que sea salva y vivirá. Fue pues con él y le seguía una gran multitud y le apretaban. Pero una mujer que desde hacía 12 años padecía de flujo de sangre y había sufrido mucho de muchos médicos y gastado todo lo que tenía y nada había aprovechado, antes le iba peor. Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud y tocó su manto, porque decía, si tocaré tan solamente su manto, seré salva. Y enseguida la fuente de su sangre se secó y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo, ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron, ¿ves que la multitud te aprieta y dice, quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él y le dijo toda la verdad. Y él le dijo, hija, tu fe te ha hecho salva, ve en paz y queda sana de tu azote. Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga diciendo, tu hija ha muerto. ¿Para qué molestáis más al maestro? Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga, no temas, cree solamente. Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo y Juan, hermano de Jacobo. Y vino a casa del principal de la sinagoga y vio el alboroto. Y a los que lloraban y lamentaban mucho y entrando les dijo, ¿por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta si no duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo, Talita, cume, que traducido es niña, te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese. Y dijo que se le diese de comer. Amén. Hasta ahí la lectura de la Palabra del Señor. Vamos a pedir su ayuda en oración. Nuestro Dios y Padre, pedimos que nos alumbres por medio de Tu Palabra, que Tú nos permitas ver el perene resplandor de lo que esta porción de tu palabra manifiesta, que sea para el consuelo, para el ánimo, para el fortalecimiento de nuestros corazones en los caminos de la verdad, y que viendo a nuestro Señor Jesucristo seamos transformados más y más a su imagen, que nuestros corazones sean capturados más por su hermosura sin fin. Pues es en su nombre que te lo pedimos. Amén. Al leer toda esta porción de la palabra de Dios, se dan cuenta que la estructura es un poquito como un sándwich, ¿verdad? Comenzamos con un líder de la sinagoga que se llama Jairo y su hija que está enferma terminamos otra vez como si fuera otra rebanada de pan verdad al otro lado con La hija de Jairo ya bien, ¿verdad? Caminando y comiendo. Pero en medio hay algo diferente. Por decirlo así, hay una interrupción o hay un contenido entre estas dos rebanadas de pan. Por eso digo que la estructura del texto es como de un sándwich, ¿verdad? Tenemos Jairo, tenemos a la mujer enferma con su flujo de sangre y regresamos a Jairo, ¿verdad? Y eso es a propósito. Marcos lo hizo así por dos motivos. Un motivo es que así sucedió. Jairo tuvo que esperar mientras el Señor Jesucristo atendió a esta mujer anónima. Y de hecho, durante esa demora, desde el punto de vista de Jairo, pues llegaron mensajeros para decirle que ya no había esperanza, que ya su hija había muerto. Entonces, desde el punto de vista histórico, ¿verdad? Así sucedió. En camino a la casa de Jairo, llevó esta mujer al Señor Jesucristo. Pero también tiene su valor para la interpretación de esta porción de la Palabra de Dios, porque dividiendo un relato con algo en medio nos llama la atención y nos hace reflexionar en cómo los dos relatos mutuamente se iluminan. Y nada más para mostrar el punto que mutuamente se interpretan, noten esto. ¿La mujer tuvo flujo de sangre por cuántos años? 12 años. ¿Y la hija de Jairo cuántos años tenía? 12 años. Igual, ¿verdad? La mujer había padecido de este flujo de sangre por el mismo tiempo que esta niñita había estado en vida. Bueno, ¿por qué mencionar esos detalles? ¿Por qué meter al final que la niña tenía como 12 años? Pues para llamarnos la atención, para hacernos ver que estos dos relatos se relacionan. Otro punto es el contraste. Jairo es un líder en la sinagoga. Conocemos su nombre. Era una persona de importancia social. La mujer es anónima, ¿verdad? No sabemos que tenía cualquier importancia en la sociedad. Había sido reducida a la pobreza. Y entonces, desde el punto de vista de quienes lo vivieron, pues Jairo era importante y la mujer no. Pero Cristo demoró su cuidado hacia Jairo y su familia para ayudar a esta mujer. Y eso también nos ayuda a entender, ¿verdad?, que para Cristo esas distinciones sociales no importan. Él no se fija en eso, Él no respeta a las personas. No estamos más cercas de Cristo por ser ricos, ni más lejos de Cristo por ser pobres. Cristo no nos valora más por nuestra posición de respeto y de honra en la sociedad, ni nos menosprecia si el mundo nos menosprecia y piensa que no tenemos ningún valor. Entonces, cuando leemos los relatos así, viéndolo cuidadosamente, podemos ver que estos detalles y que esta estructura sirven para iluminar ambos relatos. Pero esa estructura tiene su importancia, su validez, sus puntos buenos, pero crea cierta dificultad para el predicador, porque para tratar primero la llegada de Jairo con Jesucristo, luego la interrupción, por decirlo así, con la mujer, y luego la llegada de Jesucristo a la casa de Jairo, pues pasaríamos más tiempo aquí comentando todo esto de lo que normalmente nos permitimos para una predicación del domingo, ¿verdad? Y entonces vamos a tener que dividirlo. El día de hoy vamos a considerar la mujer con su flujo de sangre, Y Dios, mediante en alguna ocasión posterior, consideraremos a Jairo y a su hija. Pero nada más quiero que, si pueden, retengan en mente, ¿verdad?, que todo lo que sucede, que estamos estudiando esta noche, sucede mientras Jairo está ahí, angustiado y adolorido, preocupado por su hija, y indiscutiblemente, ¿verdad?, sintiendo prisa, sintiendo ganas de avanzar. Pero ahí se tiene que esperar, mientras el Señor Jesucristo asiste a una mujer. sin recursos y, socialmente hablando, sin importancia. Pero bueno, ¿qué podemos decir de esta mujer? Pues podemos decir que no solamente estaba enferma, pero que estaba desesperadamente enferma. ¿Por qué lo digo? Bueno, porque había tenido este flujo de sangre por 12 años. ¿Se imaginan? 12 años sin dejar de sangrar. Pues nosotros estaríamos muy preocupados, ¿verdad? Si no dejamos de sangrar luego, luego nos preocupamos. ¿Cuánto más cuando esa condición persiste? Entonces, había padecido por mucho tiempo y eso le rebajaba la esperanza, pero no solamente había sufrido, no solamente se había aguantado, había sufrido mucho de muchos médicos. O sea, intentó usar los medios a su alcance para mejorar, pero no mejoró. Al contrario, solamente empeoró. Bueno, se imaginan la preocupación por el flujo de sangre, ¿verdad? La incomodidad, la molestia que es. Posiblemente haya ido acompañado con dolor, ¿verdad? No lo sabemos a ciencia cierta, pero no es improbable. Había acudido a muchos médicos y esos médicos, pues en sus procedimientos, en sus tratamientos que intentaron, la lastimaron, ¿verdad? Sufrió bajo manos de los médicos. ¿Y para qué? Sin ningún provecho. Y había gastado todo lo que tenía. Ya no le quedaba nada de dinero para ningún otro tratamiento. Y ninguno de los tratamientos le había servido. Pues es una mujer entonces desesperadamente enferma. ¿Qué puede hacer? ¿Qué no ha hecho? Ya ha agotado todos los medios, ya ha hecho todo lo posible. Y las cosas no han mejorado, solamente han empeorado. Y ahora ha sido reducida a la pobreza también, además. como si no fuera suficientemente difícil, ¿verdad?, estar enferma con recursos, cuanto más estar enferma sin recursos. Pero aún ahí no termina la profundidad de sus dificultades, porque con esta condición hubiera implicado que estaba perpetuamente en un estado de impureza ritual. O sea, no podía entrar en la sinagoga, no podía ir al templo, no podía estar con la otra gente. Podía ir a ver a los doctores, pero en efecto casi nadie más. No se menciona a un esposo, entonces lo más probable es que no estaba casada y con esta condición nunca se iba a casar. Supongo no era posible que tuviera hijos. con esta condición de un flujo de sangre perpetuo por 12 años, ¿verdad? Y entonces está destituida, está aislada, en efecto, sin familia, además de todo lo que está sufriendo. Y con el reproche, ¿verdad?, de esa impureza ritual que no se puede acercar al templo ni entrar en la sinagoga. Pues, ¿qué consuelo pudo haber tenido esta mujer? ¿Qué esperanza tiene? ¡No hay nada! Hasta que escucha de Jesucristo. Jesucristo es la única esperanza para los desesperados. Y no hay nadie en una condición tan extrema que Jesucristo no los puede alcanzar. Bueno, entonces esta mujer escucha de Jesucristo y de alguna manera se anima a venir a intentar ser sanada. Y ya tenemos que admirar su perseverancia, su determinación, su disposición de volver a intentar. Ahora, se acerca a Jesucristo, pero no le dice nada. Está pensando dentro de sí misma, si apenas puedo tocar el borde de su manto. Si puedo nomás rozar levemente su vestido, voy a estar bien. No sabemos si vio la multitud alrededor de Cristo como una oportunidad, como que de esconderse, ¿verdad?, entre la muchedumbre de gente que nadie se diera cuenta, o si era un obstáculo que tuvo que vencer para acercarse a Jesucristo. En todo el gentío, pues, no era fácil moverse, ¿verdad? Y entonces, poco a poco, ella se va acercando hasta poder tocarlo. ¿Cuándo lo toca? Siente inmediatamente que ha sido sanada. Lo que los doctores no pudieron hacer, a pesar de cobrarle mucho dinero y a pesar de intentar cosas difíciles, invasivas, dolorosas, Jesucristo lo hizo, se puede decir, casi sin querer, ¿verdad? Sin esforzarse. Ella tocó el borde de su manto y quedó sanada. También el Señor Jesucristo le dice que su fe le ha salvado. Y esa manera de expresarse es importante porque nos explica que en la sanidad de esta mujer vemos como una imagen de lo que Cristo hace. A veces pensamos en la salvación simplemente como algo espiritual, ¿verdad? Pensamos en la salvación como el perdón de nuestros pecados, la vida eterna en el cielo con Dios. Y gloria a Dios que incluye todo eso, ¿verdad? No sería salvación si me sana todas mis enfermedades, pero luego me muero y me voy al infierno. ¿De qué fui salvo, a final de cuentas? ¿De unos inconvenientes temporales? Pues esa no es una salvación digna del Señor, ¿verdad? Pero no debemos exagerar. El Señor Jesucristo restaura, sana, pone en su lugar lo que debe de estar. Y claro, eso comienza con nuestra relación con Dios. Eso es fundamental. Jesucristo sana el hecho que estamos lejos de nuestro Padre Dios. nos acerca nuevamente. Cambia el corazón rebelde, renuente, que odia a Dios y al prójimo. Y entonces comienza a restaurar también otras cosas. Comienza a restaurar las relaciones entre las personas, no solamente entre el individuo y Dios, pero también entre el individuo y otras personas en su alrededor. Y cuando oramos en el Padre nuestro, ¿verdad? Que venga el reino de Dios. Cuando con Pedro anhelamos cielos nuevos y tierra nueva donde mora la justicia, estamos anhelando una creación restaurada. Estamos anhelando no solamente el perdón de los pecados, pero también la resurrección y la glorificación del cuerpo para vivir para siempre en un ambiente que ya todo es como debe de ser. ¿Por qué Cristo sanó a tantas personas? Para que entendieran que en su reino no hay nada que causa dolor, ni tristeza, ni lágrimas, ni angustia. para que pudiéramos ver en su ministerio terrestre como en un espejo, que cuando el reino de Dios viene en su plenitud, ya no habrá nada de lo que tanto nos aflige, ya no habrá enfermedades crónicas, ya no habrá cirugías de la espalda, ya no habrá retrasos mentales, ya no habrá nada de eso. Cristo nos lleva hacia un futuro verdadera y completamente glorioso. No es por decir que siempre sana a todos, ¿verdad? Si se fijan, después de que Cristo subió al cielo, los apóstoles todavía sanaron a varias personas en Israel, lo cual quiere decir que Cristo no sanó a todos en Israel, ¿verdad? Y sabemos que hasta la fecha no siempre es la voluntad de Dios sanarnos. Pablo apeló a Dios tres veces, ¿verdad?, que se le quitara su aguijón en la carne, algún tipo de debilidad física, quizás algo con los ojos, ¿verdad?, por lo que dice a los gálatas que ellos estaban dispuestos a sacar sus propios ojos y dárselos, es una expresión muy rara, al menos que Pablo tuviera algún problema con la vista, ¿verdad? Pero, sea cual haya sido su aguijón en la carne, Pablo rogó tres veces que Dios se lo quitara y Dios no se lo quitó. Dios dijo, mi gracia te es suficiente. Pero aunque no siempre es la voluntad de Dios sanarnos, curar todas nuestras enfermedades aquí, en este mundo, en esta vida, sí es la voluntad de Dios llevarnos a los cielos nuevos y a la tierra nueva, donde ya no hay nada de esto, donde el cuerpo resucitado no experimenta nada de dolor o de debilidad. Y entonces Jesucristo, en sus milagros de sanar, nos estaba dando como un anticipo, ¿verdad?, como una prueba de lo que será el reino de Dios en su plenitud. Pero Cristo no se quedó conforme simplemente con que esta mujer estuviera sanada, ¿verdad? Eso es todo lo que ella quería. Se acercó, lo tocó y se iba otra vez. Retrocedía, ¿verdad? No le dijo nada. Y quizás nos parezca raro, ¿verdad? ¿Cómo vas a esforzarte para venir a Cristo? ¿Cómo vas a...? aventarte, lanzarte aquí a la multitud y atravesarlos todos y tocarle. Estás sanada y no le dices nada. Te vas otra vez. Qué conducta rara, ¿verdad? Bueno, podría haber varios motivos por eso. Por una cosa, como había explicado, esta mujer estaba ritualmente impura, y entonces puede ser que la multitud no hubiera reaccionado bien, ¿verdad?, a saber que estaba entre ellos, que los estaba tocando también a ellos mientras avanzaba hacia nuestro Señor Jesucristo. Quizás le dio pena comentar sus problemas médicos, ¿verdad?, ante todos. Quizás temía por cómo podría responder Cristo si la iba a reclamar, si la iba a reprender por tomar poder sin pedir o algo así, pero ella se iba a ir, pero Cristo no lo permitió. Y eso también es de mucha instrucción, de mucha ensoñanza para nosotros. Cristo dice, ¿Quién ha tocado mis vestidos? Pues los discípulos dicen, mira, la gente está todo alrededor. No sé si a ustedes les ha tocado andar en el metro en la Ciudad de México al pastor. Sí, ¿verdad? Bueno. Cuando es horario de alto tráfico, ¿cómo vamos en el metro? Pues no nos podemos caer, aunque no estemos agarrados de nada, porque hay tanta gente alrededor, ¿verdad? Que uno, pues así está, y nos movemos por aquí, nos movemos por allá, pero no nos podemos caer de tanta gente que está dentro del tren. En ese contexto, es decir, ¿quién me tocó? Pues 5, 6, 7, 8 personas me tocaron y si me voy a bajar del tren, pues más me van a tocar porque nos estamos rociando nomás para salir o para entrar, ¿verdad? Supongo de alguna forma lo han vivido en el transporte público, ¿verdad? Bueno, más o menos algo así como el transporte público es lo que debemos de imaginar con esto. Hay gente alrededor de Cristo, todo mundo lo está tocando. Y él pregunta, ¿quién me tocó? Para los discípulos no tiene sentido, pero había algo diferente. Esta mujer le había tocado con fe y cuando le tocó con fe, entonces salió de el poder para sanarla. Y entonces Cristo pregunta para identificar a la mujer. Ella viene, dice temiendo y temblando, temiendo porque. ¿Porque entendía mejor quién era Cristo y estaba agobiada ante su majestad? Podría ser. ¿Temiendo por si la van a reclamar, la van a reprender? Podría ser, ¿verdad? Podría ser ambas cosas, ¿verdad? No sabe qué esperar. Pero cuando Cristo llama, que reconozca lo que ha hecho, que se identifique, sí lo hace. Y así es el pueblo de Dios, ¿verdad? A veces es con temor y temblor que confesamos a Cristo. Pero si le pertenecemos, tarde o temprano lo vamos a hacer. Vamos a reconocer, vamos a decir, yo estoy con Cristo, soy de Él, Él es mi Señor, Él me ha salvado. Y no lo podemos ocultar para siempre, ¿verdad? Aunque con mucho miedo, ¿verdad? Pero lo decimos, lo reconocemos. Porque sabemos el beneficio que hemos recibido. Bueno, ella se acerca, le dice toda la verdad. ¿Y qué podríamos esperar? Pues, cuando dice que le dijo toda la verdad, pues le dijo toda la verdad acerca de su condición, acerca de cómo se animó a acercarse, acerca de cómo lo tocó, acerca de cómo estaba sana la verdad. A eso se refiere toda la verdad en este contexto. ¿Qué hubiéramos esperado? Que Cristo dijera, oye, ¿quién te crees que vienes y me robas poder de esta manera? que la humillara frente a todos, que le dijera, ¿cómo te atreves en tu impureza ritual a entrar entre esta gente sana? Mira, aquí está el líder de la sinagoga, ¿cómo puedes acercarte de esta manera? Pero no, ¿verdad? No la humilló, más bien, investigó para quién era, investigó quién era, la trajo a la luz públicamente con, creo, dos efectos o dos motivos. Uno era para ella misma, ¿verdad? Porque ¿cómo le habla? ¿Qué le dice? Le dice, hija, tu fe te ha hecho salva. Desde la primera palabra ya se sabe entonces que Cristo le da la bienvenida. Cristo no está en su contra. Cristo no está buscando humillarla. Al contrario, la honra con ese nombre de ternura, de cariño, hija. Aparte le dice, tu fe te ha salvado, reconoce la confianza que tuvo en él, porque no fue tocar el borde de su manto, ¿verdad? Fue la confianza en la persona de Cristo. A final de cuentas que fue el instrumento por la cual recibió su sanidad. Y le agrega una bendición, ve en paz y queda sana de tu azote. No tienes que temer, te ha afligido por 12 años y ahorita sientes que se te quitó. Pero quizás estaba preocupada para mañana, ¿verdad? ¿Qué tal si vuelve? Cristo le dice, no va a volver. Queda sana de tu herida, pero además le despide con su bendición. Que vaya en paz, ¿verdad? Que conozca la paz de su Señor, de su Salvador, de su Sanador. Entonces Cristo tiene ese motivo. Ya le dio el don de la sanidad, pero quiere ampliar, quiere agregar, quiere regalar más. Hermanos, ahí vemos el corazón de Cristo. Nosotros nos acercamos a Él, ¿verdad? Quizás llegamos con un problema, llegamos en alguna angustia. Muchas veces sucede, ¿verdad? ¿Cuándo oramos? Cuando estamos en aprietos. ¿Cuándo nos acercamos al Señor? Cuando algo nos va mal. Y entonces le buscamos. Dios es misericordioso, muchas veces nos responde, nos alivia, nos ayuda. Pero no debe de quedarse ahí. Debemos entender que Él tiene más para darnos. Puede agregar a la salvación la certeza de la salvación. Puede agregar al beneficio presente el beneficio de la paz que continúa. Pero también hubo un motivo, digamos, público. Esta mujer había sido excluida por su enfermedad de la vida social de su comunidad por doce años. Y el Señor Jesucristo, al interactuar con ella públicamente de esta manera, la está dando entrada otra vez a la vida, a la comunidad, a poder compartir, convivir con otras personas. Ya esta mujer podía casarse, ¿verdad?, en dado caso. podía tener una familia, podía avanzar con una vida con las bendiciones normales, ¿verdad? Cristo no la humilló, más bien Cristo la honró y restauró su posición dentro de la sociedad, aunque había sido reducido a la pobreza, aunque haya sido menospreciada, aunque había sido excluida, pero no de parte del Señor Jesucristo. Pues para terminar, hermanos, hay tres aplicaciones que debemos de tomar para nosotros mismos. Uno es que debemos seguir el ejemplo de Cristo. Ahora, no podemos seguir el ejemplo de Cristo en sanar a la gente, ¿verdad? Si gustan venir y tocar mi camisa, pues bienvenidos, ¿verdad? Pero no les va a hacer nada de bien, ¿verdad? Pueden estar rociando mi manga toda la noche sin percibir cualquier beneficio. Entonces, no es en el sentido de sanar que debemos de imitar a Cristo, pero debemos de imitar a Cristo en dar la bienvenida a la gente, en no humillarlos por sus problemas, por su posición social, por su pobreza, sino más bien en recibirlos, en tratarlos con respeto, en entender que la gracia de Dios también es para ellos, también a ellos les alcanza. No podemos sanar, pero sí podemos dar la bienvenida, así podemos recibir a los que vienen. Esta mujer tiene una conducta rara, ¿verdad? Nadie más en los evangelios se viene a escondidas a Cristo, saca un dedo y lo toca y se retira, ¿verdad? Pues a veces cuando la gente ha estado enferma por mucho tiempo, su conducta es algo rara, ¿verdad? Pero no los tenemos que humillar por eso. Podemos entender No es necesario que todos sean igualitos. Podemos recibir a quienes sean un poquito diferentes, ¿verdad? Y podemos mostrarles la misma gracia que nosotros hemos recibido. Pero también aquí hay un punto algo solemne. El Señor Jesucristo pregunta, ¿quién me tocó? Y los discípulos responden, ¡todo mundo te anda tocando! Estás en medio de una multitud. Pero solamente una persona fue sanada. O sea, muchos estaban cerca de Cristo. Muchos estaban rociándolo con el codo, con la mano, con la rodilla, al caminar. Pero no todos beneficiaron. La diferencia estuvo en la fe. Como Cristo le dice a la mujer, hija, tu fe te ha salvado. Bueno, en un sentido, todos nosotros estamos cerca de Cristo. En esta tarde, ¿verdad? Aquí estamos en su casa, escuchando su palabra, cantando sus alabanzas. Estamos pegados a Cristo en ese sentido. Pero hermanos, toda esta cercanía de nada sirve si no creemos. ¡Qué triste estar cerca de Cristo y no recibir el beneficio! Cada uno de nosotros tiene que creer, tiene que confiar en Cristo por su propia cuenta. La fe de los padres, la fe de los hermanos, la fe de los abuelos, de nada sirve para nosotros. Ellos nos pueden traer a Cristo en la oración, en la enseñanza. Pero yo no puedo creer en lugar de otra persona, ¿verdad? Eso nos corresponde a cada uno de nosotros. Seamos como esta mujer y no como los de la multitud, ¿verdad? pongámonos en contacto directo con Cristo mismo, confiando en su promesa, recibiéndolo como Señor y Salvador. Pero por último, también podemos notar esta aplicación, que esta mujer es como una imagen de todos nosotros. Estaba en una condición desesperada. Había hecho todo lo posible sin mejorar, sin aprovechar nada. Ya no tenía recursos y estaba en un estado continuo de impureza ritual. O sea, en términos de la ley ceremonial, no era santa. Entonces estaba enferma, era inmunda, es el término técnico, y ya no había nada que podía hacer. Pues hermanos, qué imagen más viva de nosotros, ¿verdad?, como somos por nacimiento, por naturaleza. No somos apartados para el Señor de nuestra propia cuenta, ¿verdad? ¿Cómo venimos al mundo? ¿Cómo somos por naturaleza? Pues Pablo lo dice, muerto en nuestros delitos y pecados. Todo lo contrario a la santidad, somos inmundos, manchados por el pecado. ¿Y qué podemos hacer? ¿Qué recursos tenemos nosotros? ¿De alguna forma podemos sanar la herida del pecado y restaurarnos a nosotros mismos a la presencia de Dios? No hay nada que podemos hacer mientras no escuchemos de Jesucristo. Él y solamente Él nos puede sanar de esa herida mortal. Él y solamente Él nos puede restaurar al reino y a la familia de Dios. Pero para eso se ofrece, para eso está con nosotros por medio de su palabra y su espíritu, para que creamos en Él y para que creyendo tengamos vida eterna. Amén.
Sanada secretamente
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Una mujer desesperadamente enferma recibe no solamente sanidad sino salvación, paz, y restauración por medio de Cristo.
Sermon ID | 742259208034 |
Duration | 32:57 |
Date | |
Category | Sunday - PM |
Bible Text | Mark 5:25-34 |
Language | Spanish |
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