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Cuando llegamos al mundo evangélico, lo primero que nos preguntan es si hemos oído, si conocemos el Evangelio. Y el Evangelio se supone que es la puerta de la entrada, o por lo menos aquello en lo cual uno se introduce en la primera fase, en la primera época. En cierto sentido, ese es el momento más agradable para estar en una iglesia, porque estás en esa fase que te llaman de contacto. Todavía no formas parte de esto, estás simplemente curioseando, preguntando. Es cuando vienen todas las sonrisas, cuando todos son facilidades, cuando todos están dispuestos a contestar tus preguntas. Muchas veces uno tendría la tentación de que quisiera seguir siendo el contacto. y realmente nunca pasar más allá, porque tienes lo mejor de la Iglesia. Muchas veces, tristemente, en bastantes iglesias, una vez que uno ya ha recibido el Evangelio, se acaba con todo lo que se asocia con esa fase. Se acabaron las sonrisas, se acabaron realmente todo lo que son facilidades y lo que viene ahora es el compromiso. Y el compromiso implica la disciplina, implica las obligaciones, los deberes, todo aquello de lo que no te he hablado antes. y que lo tienes que descubrir muy rápidamente. En cierto sentido, lo que este material y esta asignatura propone es entender cómo el Evangelio no es la entrada, sino que ha de ser el centro mismo de la iglesia. y, por lo tanto, no es una iglesia sana, aquella que simplemente ve el Evangelio como la puerta, y lo importante es lo que viene después, ¿no? Sino que realmente tenemos que entender que el Evangelio está en el corazón mismo de lo que significa ser iglesia. El concepto que Orran utiliza más habitualmente a lo largo del libro es interesante. Es el concepto, por un lado, entre lo que podríamos llamar la doctrina del Evangelio y lo que él denomina particularmente la cultura del Evangelio. Y quiero explicar un poco el concepto, ya que siempre la palabra cultura tiene como dificultad de comprensión. Como yo no entiendo la expresión, como la usa Orland, que tiene su fuente y su origen por las citas mucho en la obra de Francis Schaeffer, el gran pensador evangélico del siglo XX, que redescubrió el Evangelio para toda una generación a partir de los años 60. Él entiende, por un lado, la cultura en el sentido de práctica. Todos entendemos la diferencia entre lo que es la doctrina, lo que tiene que ver con la cabeza, con la mente, y lo que es la acción, la práctica, la puesta en funcionamiento de eso que conocemos. Y lo que muestra es algo que Schaefer decía una y otra vez. No es posible la ortodoxia, o sea, el conocimiento correcto, sin la ortopraxis, la práctica correcta. O sea, hay una contradicción cuando en nuestra doctrina somos, evidentemente, ortodoxos, pero luego en la forma de actuar se ve una contradicción evidente. La manera en la que lo plantea esta asignatura es de qué manera muchas veces hemos sido ciegos. Esto no solamente significa la moralidad que corresponde a determinada forma de doctrina, sino que implica también lo que el Evangelio es en sí mismo. De alguna manera, lo que tenemos que entender en este tema es cómo el Evangelio, que forma en el corazón mismo de nuestra fe, ha de marcar también nuestra experiencia, la manera en la que llevamos a cabo lo que significa la vida de la Iglesia. Creo que cualquiera de nosotros en esta generación sabemos el inmenso mundo que ha abierto para nosotros Internet. La mayor parte de nosotros estamos conectados de una u otra manera. Y habéis observado también cuál es la impresión que se da muchas veces del cristianismo cuando uno entra en las redes sociales. Desde luego, si eres ajeno, externo a ello, la impresión que uno tiene es de rechazo. La mayor parte de las personas, como podéis observar tanto en las plataformas o redes sociales, hablan para los que son ya convencidos. Los cristianos tienden a buscar otros cristianos. Hay muy pocos círculos, no páginas, en los cuales se entremezclan creyentes o no creyentes, hasta el punto de que resulta algo raro y extraño. Cuando alguien no creyente hace algún comentario o algo así, realmente la gente se queda sorprendida, que no parte del punto de vista común. Por un lado, vemos que la comunicación es tan grande gracias a la tecnología, pero hay tan poco, verdaderamente, de intercambio entre personas con convicciones diferentes. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Que en este círculo cristiano, cada vez más encerrado, lo que se ha convertido es todo en una purga a ver quién es el verdaderamente cristiano. ¿Y cuál es el criterio que se utiliza? Generalmente, la discusión doctrinal. Sabéis como tanto desde los debates típicamente teológicos. Esta misma semana me introducían a dos páginas. Yo no suelo navegar mucho por Facebook, simplemente tengo una página en la cual publico los posts. Pero alguien me comentaba que entrar en dos características. Una que se llama Respuestas al Calvinismo y otra se llama El troll reformado. Y son dos páginas contrapuestas que están en batalla continua. Y era, para mí, un perfecto ejemplo de lo que ya percibo por muchos comentarios. O sea, es un diálogo de sordos en el cual absolutamente nadie atiende al comentario del otro y la escala de agresividad, de violencia, tiene nada de evangélico. Y esto es lo que realmente Orlon plantea. O sea, ¿qué significa el Evangelio sin nuestra forma de expresarnos, de comunicarnos? No hay nada en ello de latente. Porque, ¿qué queremos decir por Evangelio? Se ha intentado explicar mucho cuál sería la definición, la manera más breve y simple. Yo tengo una definición que he tomado de Packer. No está en el libro de Orland, pero os animo a tomar nota de ella y recordarla. A Packer le preguntaron una ocasión. Él tiene siempre ese difícil don que muy pocas personas tienen de expresarlo todo lo más breve posible, lo más conciso. Es un autor sumamente conciso en su capacidad de expresión. Y él hizo esta famosa descripción que se ha repetido mucho. Tiene grandes personas que admiran esa definición y que la citan en sus libros. Uno de los más conocidos es Don Carson. Don Carson, el conocido teólogo del Nuevo Testamento, es un gran fan de la definición de Packard. Y la definición de Packard tiene tres palabras, tan simple como ésta. Dios salva pecadores. Dios salva pecadores. Claro, todas las definiciones tienen más elementos, y se podría decir mucho más de ellas, pero me gusta la idea de Packard de intentar reducirlo todo a lo mínimo, a lo fundamental, a lo básico. Y es el punto de vista del cual Orlando parte en su exposición de Juan XVI, el versículo más conocido y que él utiliza en el segundo capítulo para expresar qué es el Evangelio, en la definición misma. Y la primera pregunta es, inevitablemente, como dice Páquer, ¿quién es Dios? porque realmente el Evangelio gira constantemente en torno a Dios como centro. Y si no, no hay Evangelio. Esto es de lo que se trata una y otra vez. Y tenemos que preguntarnos una y otra vez cuando queremos saber en qué consiste el Evangelio y vivir esa expresión del Evangelio, ¿quién es Dios? Porque se trata en definitiva de otro diferente a nosotros mismos. Como muy bien hace el libro y el material, gran parte del problema que ahora vivimos es que el Evangelio tiene que ver con nosotros mismos. Tiene que ver, en primer lugar, con los beneficios que yo saco de ese Evangelio. Claro, todos venimos al Evangelio, en cierta forma, por nuestra necesidad que tenemos personal. Necesidad que a veces tiene que ver con una cuestión evidente de moral, de conciencia, que nos hace sentir culpables. La sociedad actual ha intentado desarraigar la culpabilidad del mundo contemporáneo, pero la gente, incomprensiblemente, aunque no cree en pecado, aunque no piensa que haya bien o mal, se siente mal. Piensa que, de alguna manera, muchas veces no llega a cumplir lo que busca, se siente frustrada. Y esto se ve en las relaciones, se ve en toda la existencia de muchas personas. Y en el Evangelio muchos encuentran simplemente la respuesta al problema de la culpa. Evidentemente que para nosotros es una liberación de la culpa el Evangelio. Pero el gran problema es cuando reducimos siempre el Evangelio a uno de sus beneficios, a algo de lo que supone para nosotros. Porque de alguna manera estamos simplificando toda la riqueza, la grandeza que tiene el Evangelio. Claro, el gran problema, entonces, es cuando no te sientes culpable. ¿Qué te dice el Evangelio? Schäfer, que tanto le gusta citar este libro, tenía siempre esta famosa expresión. Decía siempre Francis Schäfer que Dios no ha mandado a Jesucristo para llevar a cabo la obra de salvación, para librarnos del sentimiento de culpa, de la experiencia subjetiva de la culpa, sino del problema objetivo de la culpa. Y él mostraba cómo ya en su generación, en los años 60, había este problema. La culpa de la cual nos queremos librar, ¿cuál es? El sentimiento, la carga emocional que te resulta incómoda. El día que logras que este problema desaparezca, ya parece que has llegado a la solución del problema. Pero como decía Schäfer, el Evangelio no va dirigido en primer lugar a los sentimientos de culpa. Claro, hay personas que tienen sentimientos de culpa aunque han recibido el Evangelio. Es una de las dificultades de lo que significa el daño emocional con el cual tantas veces vivimos. Hay personas que se sienten culpables por cualquier cosa y otros que no se sienten nunca. Este es el gran problema de los predicadores. Claro, tú vas un día al púlpito e intentas decir, voy a llevar a la gente a la conciencia de este mal. Y precisamente los que se sienten fatal, que ese día no pueden ni levantar la cabeza de humillación, son aquellos en los que no estabas pensando. Los que no deberían sentirse culpables. Y aquellos que tú piensas que realmente tendrían que darse cuenta de su problema permanecen inconscientes. ¿Por qué? Porque nos encontramos con esa diversidad. Hay personas que tienen una gran sensibilidad y tienen esa conciencia constante de que no llegan, y otros que nunca perciben esa experiencia. Pero el Evangelio no se refiere ni a unos ni a otros, se refiere al problema objetivo de todos, universal. Es la culpa que nos pertenece como género humano y que encontramos desde Romanos 3, Romanos 5, que alcanza a todo hombre y que viene desde el principio y que nadie podemos escapar de ella. Entonces, si el problema del hombre es esa culpa objetiva, la respuesta es Dios mismo. Como una y otra vez se nos ha recordado en la obra de Piper y otros, muchos nos muestran cómo Dios es el Evangelio. Si tenemos que describir qué es el Evangelio, es la respuesta que Dios es mismo al problema del hombre. Entonces, la pregunta de quién es Dios, lejos de ser una curiosidad de la teología sistemática, para ver qué atributos de Dios hay, cuáles son comunicables, no comunicables, cómo podríamos describir el carácter de Dios, la pregunta de quién es Dios es simplemente y fundamentalmente la necesidad mayor del hombre, el descubrir quién es él, el conocerle a él. Por lo tanto, el Evangelio es el conocimiento de Dios. Como tantas veces se ha dicho, y Packer lo desarrolla en su conocido libro, ¿qué es la fe sino conocer a Dios? Y ese conocimiento de Dios es lo que en el Evangelio proponemos al mundo, pero también a cada uno de nosotros. Y es por esto que cada iglesia y la vida cristiana tiene que girar en torno al conocimiento de Dios. ¿Qué experiencia tenemos de la fe sin buscar conocer a Dios? Claro, esto es lo que ha ocurrido en muchas iglesias. Dios ha pasado de ser aquel a quien descubrimos al principio para, a continuación, tratar de nuestros propios problemas. ¿Cómo Dios responde a tu problema familiar? ¿Cómo Dios soluciona tu cuestión psicológica? ¿Cómo Dios te lleva a tener una vida en la cual puedas alcanzar ciertos fines o propósitos? Pero Dios es simplemente el medio, es el agente. Lo importante eres tú, tu experiencia. Incluso aquellas iglesias que más presumen de espiritualidad, de santidad, de piedad, de modelos realmente más introspectivos de fe cristiana, en el fondo de lo que se trata es de tu propio avance espiritual, de cómo te sientes tú. No de quién es Dios para ti, sino si estás satisfecho o no de tu santidad. y de cómo avanzar y progresar en esa santidad e ir los pasos en la vida del espíritu para poder ir creciendo a una mayor satisfacción personal. Claro, este es precisamente el desarrollo equivocado cuando Dios no está en el centro. Cuando el Evangelio está en el centro, entonces Dios es en torno a quien gira la vida de la Iglesia. Y descubrirle a Él y conocer a Él es la vida cristiana y es nuestra hambre y necesidad, nuestro anhelo fundamental. En la definición de Packer, a continuación de esa realidad que está con toda su gloria en el corazón del Evangelio que es Dios, aparece un hecho, el salvífico, liberador y rescatador de lo que Dios ha hecho por nosotros. Cada vez que intentamos resumir el Evangelio nos referimos una y otra vez a lo que Dios ha hecho por nosotros. Y esto, como se dice desde la primera página del librito que habéis leído, es una obra acabada, consumada. Este es el secreto mejor guardado de la Iglesia contemporánea, que Dios ya lo ha hecho todo. Precisamente es aquello que tantos no han escuchado en su vida lo que hace que precisamente la vida de la Iglesia sea una experiencia muy diferente a la que tantos conocen. Porque si Dios ya lo ha hecho todo, si Dios nos ha salvado en Cristo Jesús, entonces, ¿qué es la experiencia cristiana? Claro, muchos han llegado, como decíamos, a la idea equivocada de que una vez que Dios ha hecho todo en Cristo Jesús, de lo que se trata es de tu propio avance, de cómo tú puedes progresar y avanzar a partir de ahí, de cómo tú experimentas eso en tu propia vivencia personal y cómo puedes crecer en ese conocimiento. Lo que esta asignatura plantea y el material que la acompaña es todo lo contrario. El hecho de cómo lo que Dios ha hecho por nosotros es de lo que vivimos cada día, de nuestra experiencia se motiva, pero que además tiene su propio centro y corazón en la experiencia de ese Evangelio. ¿De qué manera? Pongamos ejemplos muy claros. La experiencia de salvación es la misericordia de Dios, el don inmerecido, el favor realmente que Él nos ha hecho incondicionalmente, sin nosotros poder hacer o ser nada que mereciera ni tuviera que recibirse semejante don. Lo que significa para nosotros vivir el Evangelio es mostrar ese mismo favor, esa misma misericordia, esa misma gracia a aquellos que no la conocen. Exactamente lo contrario de lo que estamos viendo en estas redes sociales. ¿Dónde está la misericordia de estos cristianos? ¿Dónde está su gracia? ¿Dónde está realmente el favor de Dios independientemente de la persona? No, todo lo que hay es juicio. Si tú te llamas cristiano, habrá que ver qué tipo de cristiano es. Y este ser creyente, a ver dónde están los méritos que son creyentes. Yo le veo hasta un pendiente en la oreja, si tiene este aspecto o el otro, si sale en este y otro sitio. ¿Cómo puede ser este cristiano? De lo que se trata es, en definitiva, de cómo cumplir las expectativas, las metas de quien tú llamas el verdadero creyente. No se trata de la gracia, del favor inmerecido de ninguna persona, sino de lo que tú mereces, realmente a lo que tú eres y a lo que tú vives. Exactamente lo contrario a lo que el Evangelio nos presenta. Es por eso que una y otra vez entendemos que la gracia, lejos de ser la experiencia de introducción a la fe, es aquella en la cual crecemos, vivimos y se experimenta toda la realidad de la vida cristiana. Lo que muchos creyentes nos dirán es que no es esa gracia demasiada gracia. Si, al fin y al cabo, todo es gracia y no hay que hacer nada, pues esto, fíjate lo que se va a convertir. Aquí, entonces, cualquiera cristiano, que aquí simplemente se trata de recibir esto como quien recibe un cheque en blanco, pues cualquiera se apunta a esto. y empieza a surgir la cuestión de dónde están las demandas. Lo que sustituye, por lo tanto, al Evangelio son unas demandas que el ser humano mismo, que la Iglesia en su comprensión de Dios crea y que van tomando el lugar del Evangelio. Sabemos que es la experiencia de muchos creyentes. Al principio les han hablado de esa gracia inmerecida de Dios, pero cuando llegan dicen, muy bien, ahora eres cristiano. Estas son las normas. Deja de fumar, deja de vestirte así, deja de irte a bailar, deja de beber alcohol, etc. Y entonces, cuando cumplas estas cosas, te estarás conformando al modelo cristiano. Claro, por eso entendemos que personas que no tienen la menor idea de lo que significa ser creyente comprenden que un evangélico es el que hace esto, el que no hace esto y el que no hace lo otro. O sea, realmente tienen perfectamente en su cuadro lo que corresponde al esquema de lo que es el comportamiento de un cristiano evangélico. Esto que hemos llegado a denominar tantas veces legalismo. Es cierto que es una expresión dudosa y que muchas veces se utiliza muy fácilmente. Pero, sin embargo, es simplemente una manera de intentar entender cómo son leyes, principios humanos, criterios, los que han tomado el lugar de Dios. Claro, ¿qué nos dirán? Bueno, esto de humanos, nada. Esto viene de la Biblia. Son principios de conducta, de comportamiento que nos dice la Biblia. Estamos, entonces, ante una confusión entre la ley y el Evangelio. Es cierto que muchas de estas leyes y principios no son puramente de dimensión humana. Tienen realmente una sabiduría bíblica, corresponden a un principio de conducta cristiano. Pero la cuestión es cómo entendemos ese deber respecto a lo que es el regalo de la gracia. Como decían los reformadores, al fin y al cabo esta es la gran confusión del cristianismo, ¿no? La confusión entre gracia y el Evangelio con la ley y lo que significa el deber es lo que hace que tantas religiones tengan tan poco de evangélicas. Precisamente hay una gran diferencia, un abismo que sigue todavía separando al hombre religioso del verdadero Evangelio. Es por eso que nuestra tradición evangélica hemos recibido durante generaciones. La distinción entre la religión y la verdadera fe. Porque entendían que mucho de lo que se denomina en el pensamiento religioso como cristiano no corresponde a lo que es el Evangelio. Por esa confusión que hay entre la ley y la gracia. Claro, lo que entendemos en la doctrina correcta, en la doctrina ortodoxa, es que la ley nunca fue dada para salvar a nadie. Claro, esta es la gran sorpresa para muchos evangélicos, que les han dicho que la primera parte de la Biblia tiene la ley, tiene las demandas, los requisitos. Y eso estaba bien para los judíos, claro, para aquellos primeros que vinieron. Como fracasaron, como no vivieron conforme a esto, luego vino el Evangelio, era el plan B de Dios. Cuando falló uno, no tuvo más remedio que enviar a su hijo a ver cómo salvaba la situación. Y en una cruz tuvo que morir nada menos porque estaba tan desesperado la cuestión que no había otra salida finalmente para poder llevar a cabo la salvación del hombre. ¿Es esto lo que uno entiende cuando lee la Biblia? Difícilmente. Uno entiende que había un plan eterno de Dios, un propósito desde el principio. No es que Dios tiene un plan A y cuando le falla, ¿no? Se dedica entonces a pensar y ahora cómo salimos de ésta. Vamos a buscar el plan B, ¿no? Sino que desde el principio Dios nos dice, como en los llamandamientos comienza el preámbulo, que Dios, habiendo salvado a su pueblo de Egipto, de tierra de servidumbre, de esclavitud, les dio estas palabras de vida, ¿no? Nunca la ley fue dada para que fueran salvos, sino porque eran salvos, les mostró, esa es su voluntad moral. Por lo tanto, no es cierto que en el Antiguo Testamento hubiera un plan de autosalvación, que simplemente al fallar y fracasar se hace necesario el Evangelio. Es que la ley nunca fue el camino de salvación. Y en ese sentido tenemos que entender una y otra vez hasta qué punto el Evangelio es central en la experiencia cristiana y en la vida de la Iglesia. Entendido en su propósito, en cuál es realmente la razón de ser de lo que Dios ha hecho por nosotros para salvarnos. La salvación, claro, inevitablemente nos lleva a nuestra propia situación y condición, que es efectivamente desesperada. El ser humano, como hemos dicho, participa de una culpa universal que va desde el principio y, por lo tanto, no tenemos la menor posibilidad de poder salir de esta situación si Dios no nos salva. Como recordamos cada vez que explicamos el Evangelio, es solamente por su amor, de tal manera, Dios amado al mundo, que ha mandado a su único Hijo. No hay otra explicación por la que Dios, finalmente, ante personas, individuos, rebeldes, desobedientes, que se enfrentan contra Él, le lleve a esa liberación y rescate con la que se propone salvarlos de su condición, que su sola gracia amor inmerecido, misericordia. Por lo tanto, la salvación finalmente no tiene otra explicación que aquello que llamamos el amor de Dios. ¿Y cómo se demuestra ese amor? Precisamente en la tercera parte de esa definición, en que a quien Dios salva es a pecadores. ¿De qué nos sirve pensar que todo el plan de salvación de Dios es una revelación del amor de Dios, de su favor, de su misericordia, si no entendemos hasta qué punto somos necesitados de ese amor, favor y misericordia? Este es el gran problema que tenemos tantas veces en la vida. Siempre pensamos que de alguna manera tan malos no somos. que algo tenemos que despertar de aprecio, de amor en otras personas. En definitiva, no nos damos cuenta del estado absolutamente despreciable de lo que significa el pecado en nuestras vidas. Esto, claro, solamente se puede enfrentar de dos maneras. O disminuyes el sentido de ese pecado y lo conviertes en defectos, debilidades, son simplemente las imperfecciones que tenemos. Nadie es perfecto, nos dirán. Esto es el problema del hombre. O lo que haces es precisamente todo lo contrario. Mostrar cómo tú, en tu capacidad, en tu superación, puedes llegar a hacer que ese problema, por muy grande que sea, pueda superarse en tu estado. Pero la Biblia te muestra al pecado como pecado. Y, por lo tanto, la distinción que tantas veces hacemos, ¿no? Dios ama al pecador, pero rechaza el pecado, es sumamente artificial. Claro, porque Dios en su juicio se muestra contra pecadores a causa de su pecado. No es tan fácil distinguir uno y otro. Es por esto que muchos también en su lenguaje y expresión son tan sumamente agresivos cuando hablan con no cristianos, porque no pueden tampoco encontrar el elemento diferenciador entre aquello que rechazan de su conducta y el amor o gracia que tendrían que mostrar por ellos. Pero precisamente la medida es la que el Evangelio nos da. Dios salva a pecadores. El pecado es pecado y, por lo tanto, tiene todo el rechazo y la ira de Dios. Pero el amor es tan grande como inmensa es su misericordia, como se muestra en esa salvación completa de Dios en Cristo Jesús. Ahora bien, ¿cómo recibimos la salvación? De esto es de lo que habla también este material. Evidentemente que es creyendo. ¿Pero qué significa creer? Claro, una y otra vez nos han dicho, bueno, creer, cualquiera puede creer. es el argumento, por supuesto, del catolicismo hasta el día de hoy. mucha fe, mucha creer y tal, pero realmente, ¿en qué se ve verdaderamente que uno es cristiano? Será en lo que tú haces, no en lo que tú creas o dejas de creer. De alguna manera, se ve como que la fe, como se ha entendido tradicionalmente en el mundo evangélico, parece demasiado fácil. Es algo demasiado simple. Cualquiera puede pretender tener esa fe. Claro, si la fe fuera sentimiento intelectual, tiene razón. Claro, hasta los demonios creen. nos dice la Palabra de Dios. O sea, si se trata simplemente de aceptar algo verdadero como real, evidentemente que la fe no puede ser simplemente eso, poder decir que algo es así, poder asentir intelectualmente a la realidad de una verdad. La fe implica otros elementos. Tradicionalmente hemos dicho siempre que la fe no solamente implicaba un asentimiento intelectual, sino que implicaba también un conocimiento. La fe tiene un contenido. no basta decir que creemos que hay un Dios. La pregunta es en qué Dios creemos. Claro, esto es lo que Francis Schaeffer y tantos pensadores decían desde el siglo pasado. ¿De qué sirve hablar de Dios cuando Dios se define y se explica de formas tan distintas? Por utilizar a alguien mucho más cercano a nosotros, el señor Grau. Siempre dijo el señor Grau, lo importante no es si creemos que Dios existe, sino en qué Dios creemos. Porque, claro, a todo el mundo le podremos preguntar y decirte que cree o no cree, pero la cuestión es en qué Dios cree o en qué Dios no cree. Porque igual tú tampoco no crees, a lo mejor en ese mismo Dios tampoco. Entonces, la pregunta no es si ese Dios existe, sino quién es ese Dios para ti. Y esto nos lleva al gran dilema que hay en la Biblia entre Dios y los ídolos. La cuestión no es siempre entre creer o no creer, sino en qué dios creemos. Y es un dios muy diferente. El dios que se revela a su pueblo sacándolo de la esclavitud en su acto de salvación desde el éxodo que los ídolos que sirven su propio pueblo tantas veces por influencia de otras naciones y pueblos que hay alrededor. Dios no es igual que los ídolos. hay una completa contraposición entre el verdadero Dios y esos falsos dioses que son los ídolos. El Nuevo Testamento, lejos de acabar con ese problema, continúa todavía con ello. Una y otra vez está el dilema entre esos dioses, ídolos que rodean al culto y al reconocimiento de ese único Dios vivo y verdadero. La pregunta, por lo tanto, es ¿en qué Dios creemos? Y ese Dios en que creemos vemos que es el que se ha revelado. Como decía Seifer, la cuestión no es solamente que Él está ahí, sino que Él está presente, pero no está callado. Dios ha hablado. La revelación de Dios, como dice también otro libro de Grau, Dios ha hablado, está en el corazón mismo de la presentación del Evangelio. ¿De qué vamos a hablar de Dios si no hay nada que conocer de ese Dios? Claro, podemos hacer como los budistas, simplemente callarnos y que cada uno sea consciente de esa presencia que hay. Pero cuando como cristianos hablamos de Dios que se ha revelado, lo que hablamos es de su palabra, de su revelación. La Biblia, por lo tanto, frente a la teología liberal que tantos han mantenido desde el siglo pasado, piensa que esa fe tiene un conocimiento que se revela en la Escritura. Claro, habrá siempre un tipo de religión y de teología romántica que de lo que se trata es de su experiencia personal, subjetiva, ¿no? De la manera en la que a ellos les gusta pensar que ese dios es, ¿no? ¿Y quién le dice algo a esa persona, claro? Si a mí me gusta pensar a dios así, pues yo tengo la libertad para hacerlo. Pero la cuestión no es cómo te guste a ti pensar que dios es, sino si realmente hay un dios que podamos conocer por su revelación que es así. La cuestión de la Biblia, por lo tanto, no es anecdótica, que tú tengas un aprecio especial a esta tradición religiosa. Se trata de si hay un medio o no de conocer a ese Dios. Porque si no hay un medio de conocer a ese Dios, efectivamente la Biblia es tan válida como tus propios sentimientos. Tú lo sientes así y yo lo veo así a la luz de este libro. Pero si Dios se ha revelado, entonces hay un medio que implica una autoridad, un conocimiento por el cual sabemos que algo es verdad. En este mundo incluso tecnológico, con tantas voces divergentes, surge una y otra vez la pregunta de cómo sabemos la verdad de lo que se está diciendo. Claro, hay tantos humores, tantas historias falsas, tantos bulos, pero la pregunta de si algo es cierto sigue siendo una gran cuestión, algo que necesitamos saber, la verdad de lo que se dice. La fe, por lo tanto, apunta a esa realidad que encontramos en la Escritura, por el propio hecho de la revelación de Dios. Creer No es solamente saber que hay un dios, sino conocer a ese dios tal y como se ha revelado. Pero en tercer y último lugar, implica confiar en ese dios. Eso que se ha dicho muchas veces que está en el corazón mismo de la fe, tiene que ver con esa realidad que no es solamente mental o intelectual. Esta es muchas veces la cuestión del problema de la gracia y el evangelio, en la manera en que se manifiesta y se revela para otros. Como entendamos simplemente esto como una cuestión mental, intelectual, de lo que se tratará será de cómo persuadir o convencer con nuestros argumentos e inteligencia a la persona de la verdad de lo que estamos diciendo. Si os fijáis, así como muchos se comunican en torno al Evangelio, presentan argumentos con la idea de que si te convencen de esos argumentos, podrás aceptar la verdad de lo que es el Evangelio. Pero creer no es simplemente asentir o saber algún conocimiento de Dios. No es aceptar la racionalidad de ciertos argumentos. Implica una experiencia que denominamos de confianza en ese Dios. Todos entendemos la diferencia entre conocer a alguien y confiar en él. Claro, yo puedo saber quién eres tú, pero sin saber quién eres tú, la confianza que yo puedo tener es relativa, depende de ese conocimiento. Cuanto más conocimiento tengo, más me puedo arriesgar en esa relación contigo. Esto es exactamente lo que la fe plantea. En la medida en que conocemos quién es ese Dios, en esa misma medida tenemos que confiar en él, confiar en lo que él dice, pero también nuestra propia vida en sus manos. Esa confianza implica una experiencia emocional, no tengamos miedo a ello. Yo creo que desde el principio, en la ley de Dios, el Señor nos lo dijo claramente, debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, como dice Deuteronomio. Y eso, aunque no sean solamente nuestros sentimientos, es también nuestra cabeza, nuestra voluntad, nos habla de la totalidad del ser humano. Muchas veces en la presentación del Evangelio y en la apologética contemporánea encontramos que hay un excesivo racionalismo. Hay una escuela que ha conformado gran parte de la apologética evangélica desde hace muchos años que llamamos el evidencialismo. El evidencialismo es que si te doy 31 razones por las que Jesús resucitó o Jesús es lo que tal, evidentemente esto demanda un veredicto que es crearlo. Ya está. Claro, pero las cosas no son tan simples. Tú no crees en Cristo Jesús porque haya 31 razones que te demuestren quién es Jesús. Las cosas no funcionan así para el ser humano. Uno puede tener todas las evidencias, argumentos delante suyo y aún así esto no te conviene. ¿Por qué? Por la misma razón con la cual discutes con un no creyente sobre un tema de fe y te das cuenta en cierto momento que es inútil la discusión. ¿Por qué? Porque aunque tú le demostraras la verdad y él te sintiera, no iba a cambiar en nada su estilo de vida ni lo que iba a hacer por lo que tú le dijeras. Te das cuenta que esto no es una cuestión intelectual de demostrar o convencer a nadie. Hay algo más profundo. Es lo que la Biblia llama el corazón. Y el corazón tiene no solamente sus propias razones, como decía Pascal, sino que el corazón tiene ya una voluntad determinada. Y esa voluntad es caída. Y eso hace que lo que nos convenga, según Dios nos muestra en su palabra, es precisamente lo que no queremos. ¿Cómo comienza el principio del Evangelio? La luz vino a este mundo de tinieblas, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz. No es que estaban en tinieblas, no es que no veían la luz, no, es que la amaban. Hay una cuestión afectiva, por lo tanto, que tiene que ver con nuestros propios sentimientos. No solamente es que hacemos cosas malas, que no nos conviene que haya un Dios que finalmente vaya a juzgarnos, y por eso preferimos que Dios no existe, para que ningún día tenga que pedirnos cuentas, es que hay también una relación afectiva, de sentimiento, por todo aquello que es contrario a ese Dios. por la independencia, rebelión y desobediencia de ese Dios. Y es por eso que el mal, el problema que la Biblia denomina pecado, es tan profundo, está arraigado en nosotros de tal manera que nos vemos continuamente vinculados sentimentalmente a él. Y Dios ha mostrado precisamente su salvación para pecadores, para personas cuyo corazón no estaba en él. sino todo lo contrario. opuesto a él, lejos de él. Éramos, por utilizar la expresión de la Escritura, enemigos suyos. Claro, esto te cuesta aceptarlo, comprenderlo, de tanto como enemigos. Bueno, yo no creo que haya un Dios, o sea, pero hay enemigo suyo, tampoco enemigo suyo soy, ¿no? O sea, pero esto es lo que la Biblia dice de ti y de mí, que tú estabas en enemistad, en tu mente, en tu corazón, opuesto totalmente a todo lo que Dios es. El escándalo del Evangelio, por lo tanto, es que Dios muestra su amor no sólo a quien no lo merece, sino al que está en contra de todo lo que es él. Esto es algo tan difícil de entender y aceptar que toda nuestra vida nos cuesta realmente creernos que somos amados realmente por Dios. Cuanto más descubrimos esa enemistad en nosotros, más nos parece que Dios no puede amarme, tal y como tengo mi corazón. Y es por eso que el Evangelio lo necesitamos creyentes o no creyentes. Cada domingo, cada vez que venimos a la iglesia, tenemos que recordar que Dios ama a pecadores. No es porque mi corazón ahora es tan aceptable a Dios. Porque yo deseo tan sinceramente serle obediente, porque yo le soy tan agradable con mi vida, que Dios me ama. Dios me ama siendo pecador. Y esto es lo que te conmueve hasta lo sumo. Cada vez que lo percibes, que vislumbra siquiera algo de ese favor de Dios en el Evangelio, dices esto no puede ser. ¿Cómo puede ser que alguien me ame tanto? Que alguien realmente siendo como soy, me muestre ese amor y favor. Es por eso que el Evangelio no es solamente para los no cristianos, es en primer lugar y sobre todo para nosotros mismos como creyentes. Necesitamos más de ese Evangelio y no menos. Y por eso es que esto no es una asignatura de evangelismo simplemente, de cómo venderle a las personas este Evangelio que no conocen. Se trata de la necesidad que tú y yo tenemos de ese Evangelio, de creernos realmente que Dios nos ama siendo pecadores. Y esto, como concluye y le dais al final de este libro, tiene un efecto, una consecuencia en nosotros, en nuestras vidas. En el libro se concluye, por el argumento del texto de Corintios, por un lado, en el poder del Evangelio. ¿En qué se muestra el poder del Evangelio? En que Dios salva pecadores. Claro, ¿cuál es el poder que experimenta el apóstol Pablo una y otra vez? Que de los pecadores siendo yo el primero. Dios se haya acordado de mí. Es lo que le da esa potencia y fuerza al apóstol para cada día enfrentarse a ese mundo opuesto a él, sabiendo que el Evangelio es poder de salvación. ¿Por qué? Porque ninguno de ellos lo merece. No hay casos perdidos para Dios. Y por eso va a aquellos que realmente más lejos parecen del Evangelio. toma los caminos, las sendas y las tareas más difíciles. Es una misión imposible humanamente, pero para Dios todo es posible. Y ese poder del Evangelio se muestra también en nuestra vida, como dice también en segundo lugar, en amor. Una y otra vez este fruto del Espíritu que se revela por la obra de Dios está en el corazón mismo de la fe. ¿Cuántas veces nos dice la palabra de Dios que eso es lo que significa creer, amar a Dios? Y conocer a Cristo es amar, y amarle a Él como no hemos amado a nadie más. Y por eso es que el subtítulo mismo de este libro y de esta materia nos habla de la belleza de Cristo. No se trata de cómo argumentar la razón de Dios en este mundo, sino cuál es la preciosidad, la maravilla, el asombro de Dios. Y eso es lo que yo creo que una y otra vez tenemos que recordar, que tenemos que presentarnos ante esa realidad que Dios nos ha revelado en su Evangelio para ver su mayor belleza, su maravilla en su grado sumo. Y ante ella lo único que uno puede responder es con asombro, con sorpresa. No hay otra forma de poder responder al Evangelio. Así que que el Señor nos estimule a pensar más en su Evangelio, pero también a experimentar más ese poder, que produzca más amor y que podamos compartirlo con otros. Finalmente, esta es la conclusión de esta asignatura, que esa gracia que hemos recibido de Dios en el Evangelio la queramos compartir con otros. ¿De qué nos sirve disfrutar esa gracia si no queremos mostrarla a los demás? Y esto se empieza con los propios cristianos. En esta materia, si leéis el libro con atención, veréis hasta qué punto en la Iglesia es una asignatura pendiente. Mostrar generosidad, mostrar bondad para tu hermano, mostrar la gracia que Dios ha mostrado para contigo. ¿Por qué no le pasas una a quien está a tu lado? ¿Por qué eres tan exigente, tan difícil? ¿Por qué cuesta tanto realmente? ¿Por qué culpabilizas tanto a la iglesia y a otros de tus males? ¿Por qué no puedes convivir con tu frustración? ¿Por qué no has disfrutado de esa gracia de Dios? Cuando entiendes que Dios te acepta, que te ama, que no te puede amar más de lo que te ha amado. entonces puedes empezar a amar a otros. Amar a otros como él te amaba. Y para eso necesitamos de él y de su ayuda, de su espíritu.
C222 3. El Evangelio
Series C222 Temas
Sermon ID | 61713142156 |
Duration | 40:54 |
Date | |
Category | Conference |
Language | Spanish |
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