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Le damos la bienvenida a la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona, España, y le invitamos a que visite nuestra página web por gracia.es. Deseamos que Dios le bendiga ahora a través de su palabra. Sufrimiento, Santidad y Esperanza ha sido el título de la serie que hemos estado llevando de la primera carta del apóstol Pedro y que hoy vamos a cerrar, vamos a terminar. Ha sido una bendición para todos nosotros el poder acercarnos a esta carta que el señor ha puesto para darnos esperanza, darnos confianza en su misericordia con nosotros. Así que quisiera invitarlos a abrir sus Biblias allí en la primera carta de Pedro, el capítulo cinco. Y vamos a leer desde el versículo 5 hasta el final, hasta el versículo 14. Y dice la palabra del Señor así. Igualmente jóvenes están sujetos a los ancianos y todos sumisos unos a otros, revestidos de humildad, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Humillaos pues bajo la poderosa mano de Dios para que Él los exalte cuando fuere tiempo, echando toda vuestra ansiedad sobre Él porque Él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. Por conducto de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente, amonestándoos y testificando que esta es la verdadera gracia de Dios en la cual estáis. La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros y Marcos, mi hijo, os saludan. Saludados unos a otros con ósculo de amor. Paz sea con todos vosotros los que estáis en Jesucristo. Amén. Oremos al Señor. Padre nuestro, queremos en esta mañana rogarte, Padre, que al abrir Tu Palabra, Tú nos des la capacidad de entenderla, entender el sentido que ella tiene para nuestro provecho espiritual. Rogamos, Señor, que no solamente sea una comprensión intelectual, sino que sea una palabra de aliento, de ánimo, de consuelo y de esperanza, Señor, porque Tú eres nuestro Dios, eres nuestro Señor y estamos en Tu mano poderosa y en Ti podemos confiar. y que estas verdades queden arraigadas en nuestro corazón, Señor. Y esto es lo que te rogamos en esta mañana y lo hacemos en el nombre de Cristo nuestro Salvador. Amén. No sé cuántos de vosotros habéis leído un libro de un autor italiano, Dante Alighieri, que se llama La Divina Comedia. Bueno, cuando éramos niños en el cole nos hacían leer este libro. Es una larga colección de canciones, una poesía, Y es interesante que esta poesía lo que hace es contar o relatar unos viajes que hizo el autor, Dante, hacia ciertos lugares. El primer lugar al que visitó fue el infierno. Es interesante. Y cuando él va llegando al infierno, en la antesala, en la entrada, hay un aviso, hay una pancarta allí en la cual se lee la siguiente frase. Deja toda esperanza quien ingrese acá. Ese es el aviso que hay a la entrada del infierno. Estar en el infierno es no tener ninguna esperanza. Y sigue diciendo el autor ni siquiera esperanza de morir. No se oyen sino lamentos, suspiros, quejas, sollozos. No hay nada que hacer porque no hay esperanza y lo único que hay es lo contrario, desesperación. Así comienza una frase de Louvre, ¿verdad? Y él va relatando allí toda la andadura que tiene por este viaje. Y es que el ser humano es un ser que necesita esperanza. Está hecho para tener esperanza. Ella es fundamental para darle sentido y propósito a su existencia, a lo que somos y a lo que hacemos. El problema radica en que Pongo mi esperanza en dónde está puesta mi esperanza, porque eso es determinante para la vida. Y esa es la línea conductora que el apóstol Pedro ha seguido a lo largo de toda la carta, indicándonos en dónde o en quién mejor está puesta nuestra esperanza como creyentes. Ha sido entonces un recorrido que hoy terminamos en este viaje. En el cual Pedro ha estado apuntando que el creyente vive como un peregrino en este mundo, un mundo caído, un mundo roto por el pecado, donde hay sufrimiento, donde hay persecución, donde hay humillación, donde hay hostilidad, donde hay burlas. Donde nuestra fe es probada y él sabe por su propia experiencia, tal como lo vamos a contar un poco más adelante, que en el camino podemos fallar. Podemos caer. Podemos tener ansiedad, podemos estar abatidos. Podemos ser infieles al Señor. Pero a la vez, Pedro nos enseña desde el primer capítulo una extraordinaria verdad. Se abre en su Biblia un poco más atrás. Allí en el primer capítulo leemos en el versículo tres lo siguiente Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva. por la resurrección de Jesucristo de los muertos. Así que, hermanos, nuestra esperanza está anclada en el hecho más extraordinario que ha sucedido en toda la historia de la humanidad, que es la resurrección de Jesucristo. Allí en ese evento histórico confluyen todos los atributos de Dios y se muestran de una forma plena y extraordinaria. Allí vemos plasmado el poder de Dios, vemos plasmada su soberanía, su amor, su fidelidad, su misericordia, su santidad y en esa confluencia de todos los atributos del Señor. Podemos ver con claridad la verdadera gracia de Dios. Cómo todos estos atributos se unen. en un plan de redención que él lleva a cabo. A través de la historia y en el cual, por su gracia, estamos hoy aquí nosotros. Así que el énfasis del texto de esta mañana es esa declaración del propósito de la carta del apóstol Pedro, que la encontramos al contrario de lo que suele pasar, que la declaración de propósito se sitúa al comienzo de la carta. Aquí la vemos al final de la carta, en el versículo 12 que leímos hace un momento. El propósito, dice el apóstol de escribir brevemente, es testificar y amonestar que esta lo que él ha estado presentando a lo largo de toda la carta es la verdadera gracia de Dios. Y que allí debemos estar firmes en la gracia de Dios. Y Pedro termina esta carta Hablando de dos llamados, de dos exhortaciones que nos ayudan a ver cómo es la vida del creyente, una de ellas está referida a nuestra relación como pueblo de Dios, en nuestra relación como iglesia y en la cual nos invita y nos llama a tener una relación sustentada básicamente con una actitud de humildad. Y luego enseguida nos habla de cómo nos relacionamos con el mundo, donde vamos a sufrir las acechanzas del maligno y nos invita a tener una esperanza firme, una resistencia firme. y termina con esos preciosos, esas preciosas palabras que nos habla de la certeza, de la gracia que nos sustenta, de la gracia de Dios. Vamos a seguir entonces esta secuencia que nos propone el apóstol Pedro. Vamos a hablar en primer lugar de la sumisión humilde, la que encontramos referida y en los primeros dos versículos. Igualmente, jóvenes están sujetos a los ancianos. Comienza así el apóstol. Se está refiriendo a los jóvenes y esto encaja con el contexto anterior de este capítulo que ya estuvimos estudiando en el último sermón, cuando el apóstol está haciendo un llamado a los ancianos, a los pastores de la iglesia para que pastoren con denuedo, con amor, con responsabilidad. A las ovejas de la grey del Señor. Recuerda que allí hablábamos que los ancianos a los cuales se refiere el apóstol Pedro, básicamente se refiere a personas maduras que el señor ha puesto para dirigir la iglesia del señor. Así que cuando aquí habla a los jóvenes, pues está refiriendo al pueblo opuesto, verdad? Personas que son inexpertas, que están comenzando su andadura en la fe, quizá no solamente jóvenes en edad, sino jóvenes en el evangelio, en el camino. Y allí el Señor les dice que ellos deben considerar a los que son mayores, a los ancianos, a los que son más maduros, como aquellas personas a quienes pueden confiar, a quienes deben escuchar, a quienes deben sujetarse, las instrucciones, las enseñanzas y los consejos que los mayores pueden darles. No sé si recordáis un sermón que el pastor Samuel algún día predicó y dijo una frase que fue bastante impactante, digo yo. Él dijo lo siguiente. Se estaba refiriendo a los jóvenes. Dijo Los mayores vienen del futuro. Al contrario de lo que los jóvenes piensan, que los mayores pertenecen al pasado, que no están viendo el presente con los ojos debidos porque no manejan tecnología, porque no conocen la jerga de los jóvenes o cosas por el estilo. Pero él nos hacía la alusión de que los mayores han vivido las experiencias que los jóvenes todavía no han vivido. Y por lo tanto, en ese sentido, los mayores vienen del futuro a los jóvenes. Y la intención allí con esta frase es básicamente invitar a los jóvenes a que presten atención a los mayores, porque los mayores han vivido experiencias, fracasos, victorias que pueden ayudar a los jóvenes a vivir en esta peregrinación por el mundo. Pero muchas veces lo que sucede es al contrario, que los jóvenes menosprecian las arrugas, menosprecian las canas y prefieren acudir a los de su misma edad para buscar consejo. personas que han vivido el mismo tiempo que ellos, que han tenido poca experiencia en la vida y esperan que estos contemporáneos puedan darles instrucciones y consejo. Y eso nos ha sucedido a todos nosotros. Incluso los que hoy tenemos canas, en su día también nos pasó lo mismo. Veamos a los mayores como personas que no tenían mucho que enseñarnos. y más bien buscábamos nosotros con nuestra juventud, con nuestra fuerza, el poder llegar a los objetivos que perseguíamos en la vida. Esto se debe a un problema que el ser humano tiene y es el orgullo que está en el corazón, la arrogancia que tenemos, ese pequeño monstruo que está en el corazón y que está esperando cualquier despiste nuestro para dar el zarpazo y robarnos nuestra mente, nuestra atención. para que hagamos lo que nos apetece porque pensamos que eso es lo mejor para nosotros. Es el orgullo. Por eso el concepto de Pedro aquí en esta mañana, en este texto de la sujeción. Y una sujeción que no solamente aplica a los jóvenes sino a todos los creyentes porque enseguida dice y todos sumisos unos a otros revestidos de humildad. es el mandato del apóstol Pedro. No solo los jóvenes, sino toda la iglesia en el trato mutuo necesita una articulación como creyentes que esté engrasada por la humildad, que esté lubricada por la humildad, porque la humildad es la que nos permite relacionarnos y mantenernos en unidad en vez de la arrogancia que lo que hace es separar, dividir en vez de unir. La sumisión humilde es esa actitud de respeto, de sometimiento voluntario a los demás. No es un sometimiento forzoso, obligado, sino un sometimiento voluntario. Lo hago voluntariamente con gozo porque sé que mis hermanos me pueden ayudar. Es no presumir de las virtudes y capacidades que efectivamente el Señor a cada uno de nosotros también nos ha dado. Pero es reconocer nuestras propias limitaciones y nuestras debilidades. El humilde sabe que no puede vivir una vida cristiana por libre. Que no es un llanero solitario en este mundo, que necesita la ayuda de otros creyentes para poder vivir y crecer en santidad, que depende de los demás. Es entender que mi hermano necesita de mi servicio, de mi ayuda, de mi consejo y que yo necesito del suyo. Necesito de su compañía. Necesito que el hermano ore por mí. Que sepa que soy débil, que necesito ser arropado también por la iglesia. Hablábamos en el último sermón de algunas características que tienen las ovejas. Y nos referíamos a que las ovejas, cuando son amenazadas, cuando están en peligro, ¿cuál es la reacción que tienen? ¿Se van solitarias por allí a algún lado del rebaño? ¿Verdad que no? Las ovejas, cuando sienten el peligro, lo que hacen es meterse en la mitad del rebaño porque allí son protegidas por el resto de ovejas. Así que esto es a lo que nos llama el Señor, a estar protegidos por los demás. Y eso requiere una dosis alta de humildad. Hermanos, es una virtud que nos cuesta muchísimo tejerla y construirla, edificarla en nuestra vida. Pero Pedro nos insiste que debemos revestirnos. Esta palabra revestir en el griego tiene una connotación interesante porque significaba atarse una prenda de ropa en el cuerpo. Normalmente lo usaban los esclavos que anudaban un pañuelo blanco o un delantal blanco cuando iban a servir y eso los distinguía de los otros, de los libres. Así que, Pedro, lo que nos está diciendo es aténse, amárrense la humildad como ese distintivo que los caracterice como creyentes, como cristianos. Podíamos afirmar sin lugar a dudas que la humildad es el sello del cristiano. Es el sello del cristiano, como las ovejas son selladas también por su amo, verdad? Si las ovejas son esquiladas y entonces viene el sello y el hierro ardiente para dejar la marca que esas ovejas pertenecen a un dueño. Así que el sello del cristiano, queridos hermanos, es la humildad. Así que me gustaría invitarlos a que respondieran algunas preguntas. Bueno, ahora mismo no lo pueden hacer en casa, en su reflexión. ¿Cómo respondes cuando alguien te pide ayuda o te pide un servicio? ¿Dejas pasar la oportunidad, te haces a un lado, que otro lo haga? ¿Estás interesado en servir aun cuando nadie te lo agradezca o aun cuando esa persona no lo merezca? Quizás es sencillo servir a una persona que entendemos que lo merece, un servicio, pero cuando hay alguien que no lo merece, a nuestro juicio, a nuestros ojos, entonces sí que nos cuesta prestar un servicio, ¿verdad? ¿Muestras interés por los demás? ¿Estás dispuesto a dejar tu tiempo para sentarte al lado de un hermano y escuchar sus dificultades, sus problemas? ¿O más bien rehúyes a hablar con los hermanos porque no quieres echarte sobre tus hombros las cargas de otros y piensas más bien que él se defienda por su cuenta? prefieres no involucrarte, pasar desapercibido. Salir de prisa del culto, aquí estás sentado, escuchas el sermón, seguramente te puede gustar o no, pero al final sales muy de prisa porque no quieres involucrarte con la iglesia, no quieres escuchar a tus hermanos y quieres más bien pasar desapercibido y entonces siempre encuentras alguna excusa. Pero cuando nosotros estudiamos la vida del Señor Jesús encontramos exactamente todo lo contrario. Encontramos al Señor Jesús siempre dispuesto a servir, siempre dispuesto a escuchar, siempre dispuesto a ayudar a quienes se acercaron aunque no lo merecieran. Esa es la actitud que tuvo con la samaritana, con la mujer que fue descubierta en adulterio. Con cualquier persona, ustedes leen en el texto, en los evangelios, se van a encontrar a un Jesús humilde y dispuesto a servir. Por eso el Señor se atreve a decir estas palabras que ninguno de nosotros quizás lo pudiéramos hacer. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Él es nuestro estándar de humildad. También lo vemos en la última cena. Recordaréis, allí sentado con los suyos, De pronto se levanta, se ciñe el pañuelo, la toalla de servicio y lava los pies a sus discípulos. Era el oficio de un siervo, lo hizo el Señor Jesús. Cuando terminó les dice a los suyos, ejemplo os he dado. Así que si tú eres creyente y te sientes discípulo del Señor, estas palabras también son para ti. Ejemplo os he dado para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Servir hermanos es un llamado perentorio para todo creyente. Y si vemos cuál es el argumento que presenta el apóstol Pedro para hacer ese llamado a la iglesia a servirse y a revestirse de humildad y atender mutuamente las necesidades de todos, lo encontramos ahí al final del capítulo del versículo cinco. Ese es el argumento del apóstol Pedro. Dice porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Es el argumento de la exhortación. Dios resiste. ¿Qué significa eso de que Dios resiste? Significa que Dios se opone a los orgullosos. Es adversario de los soberbios. Es una frase que nos llama la atención, ¿verdad? Deberíamos temblar delante de ese argumento que Pedro nos presenta aquí. Dios se opone, resiste, se hace adversario de aquellos que muestran orgullo y vanidad en sus relaciones con los otros. Y ese es el mismo argumento que entonces utiliza el apóstol para referirse también a la humildad, pero en relación con el Señor. Porque aquí vemos en el versículo cinco hablando de la relación. Horizontal de nuestra relación como hermanos, pero ahora en el versículo seis habla de nuestra relación con el Señor y allí dice humillaos, pues bajo la poderosa mano de Dios, porque para que él os exalte cuando fuere tiempo echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Humillados bajo la poderosa mano de Dios. Humildes con los hermanos, humillados delante de Dios. Hermanos, nosotros tenemos un Dios que nuestra mente es absolutamente incapaz de entender su grandeza, su magnificencia. ¿Quién es Dios? Nuestra mente es pequeñita. Pero hermanos, Dios es un Dios glorioso. Dios es un dios santo, muy diferente a nosotros. Es un dios poderoso. Isaías, cuando se encuentra en ese sueño, en esa visión, con el Señor sentado en su trono, con su túnica larga y él lo ve allí, cae derrotado al suelo y dice Hay de mí que soy muerto. La Biblia dice que nadie puede ver la gloria del Señor y quedar vivo. Mientras esté en este cuerpo. Hermanos, Dios no es un Dios pequeño a quien podamos tratar de igual a igual. No es un igual a nosotros para nada. Es un Dios glorioso y santo y poderoso. Y ante la presencia del Señor debemos tener una plena conciencia de nuestra propia insignificancia, de nuestra total dependencia del Señor. Delante del Señor no tenemos que ofrecerle, no podemos ofrecerle nada porque no hay nada que valga la pena para ofrecer al Señor. salvo nuestra pequeñez y nuestro pecado. Así que la única actitud posible delante de Dios es una actitud de humillación ante él. Humillarse implica arrastrarse delante del Señor. Él es Dios, nosotros sencillamente hombres. Y sigue diciendo el apóstol que él nos exaltará cuando fuere tiempo, cuando llegue el momento oportuno. Aquel día en el que tenemos puesta nuestra esperanza, cuando Cristo regrese victorioso, regrese en las nubes con poder, con gran gloria. Ese día seremos exaltado porque nosotros estaremos redimidos plenamente y entonces podemos ver cara a cara a nuestro salvador y honrarle y glorificarle sin caer muertos. Ese día tendremos la condición de santidad que se requiere para contemplar la gloria de nuestro Salvador. Bueno, alguno quizás puede estar pensando eso es verdad y lo creo firmemente, pero qué hacemos mientras llega ese día? Si ahora estamos viviendo en un mundo tan cargado de maldad, tan oscurecido por el pecado, donde la vida es complicada, donde hay dolor, donde hay enfermedad, donde hay tristezas, donde hay persecuciones, donde hay tentaciones, donde tenemos que con frecuencia derramar lágrimas. El texto de hoy, hermanos, nos dice que debemos humillarnos ante Dios y lo hacemos como dice ese versículo 7. echando toda vuestra ansiedad sobre Él porque Él tiene cuidado de vosotros. Echando todas nuestras preocupaciones, todos nuestros afanes, todos nuestros problemas, todas aquellas cosas que nos abruman, que nos aplastan muchas veces, esas losas pesadas que llevamos sobre nuestros hombros. Humillados delante de Él, las entregamos y le decimos Señor, yo no puedo con esto. Es imposible llevar esta dificultad. No puedo solucionar este problema. Entrégalo al Señor. Dice allí, Él tiene cuidado de nosotros. Parece que el texto está estableciendo una relación entre el orgullo y la ansiedad. Casi que podemos leer, la ansiedad es el resultado del orgullo. Nuestro orgullo nos induce a querer controlarlo todo. Pero cuando nos damos cuenta que no controlamos absolutamente nada, entonces entramos en una espiral de ansiedad que nos va ahogando, que nos va aplastando, que nos va quitando la esperanza. Y hermanos, esa ansiedad no se remedia en la farmacia con una pastilla de ansiolítico. Se remedia delante del Señor, tendidos, humillados, diciéndoles Señor, toma esta carga porque yo la puedo llevar. Allí encontramos el verdadero remedio a todas nuestras preocupaciones y afanes. Porque hermanos, él dice allí eso que acabamos de leer. Él tiene cuidado de nosotros. Él es nuestro padre eterno. Es el buen padre celestial. Un padre bueno y poderoso que es capaz de ayudarnos. A veces buscamos a nuestro padre terrenal, porque sabemos que siempre va a estar dispuesto, o a nuestra madre, siempre van a estar dispuestos a ayudarnos, a echarnos un cable, siempre nos van a escuchar. Las puertas de su casa siempre van a estar abiertas. Eso hacen los padres terrenales que somos malos. ¿Qué lo hará el Señor? Que es poderoso, que es bueno, que puede suplir todas nuestras necesidades, que no está limitado como lo estamos nosotros en el tiempo, en el espacio. Él es poderoso para sostenernos y aquí lo afirma en el texto de esta mañana. Él tiene cuidado de nosotros. Ese cuidado de parte de nuestro buen Padre Celestial hace parte de lo que podríamos llamar el PAC de la verdadera gracia. Hace parte de la gracia del Señor. Su cuidado siempre continúa. En esta peregrinación por este mundo podemos confiar en que él tiene cuidado de nosotros, que no nos va a dejar solos. porque él se ha comprometido, ha dado su palabra que va a cuidar de nosotros hasta que vengamos a su presencia. Así que hermanos, en resumen, la humillación ante Dios tiene al menos cuatro implicaciones. La primera es reconocer nuestra necesidad de él. Reconocer que no nos acercamos a él como si fuese otro igual a nosotros, sino que nos humillamos porque lo necesitamos. Lo necesitamos. En segundo lugar, implica un arrepentimiento genuino en nuestro corazón. Cuando le decimos Señor, yo he pretendido llevar esta carga, solucionar ese problema, he insistido, he probado aquí y allá y no he podido resolverlo. Porque yo no tengo el poder para hacerlo, pero tú sí. Perdóname. Perdóname por insistir orgullosamente, soberbiamente que yo podía con esto. Porque a la vista está que no puedo. En tercer lugar, también implica confiar que estamos bajo su poderosa mano. Que si estamos en su mano, nadie nos podrá arrebatar de él. Y en cuarto lugar, también aceptar su voluntad, aun cuando no la podamos entender en este momento. Sí, a veces las respuestas del Señor nos sorprenden. No es lo que esperábamos. Pero es lo mejor para nosotros. Puede ser que no la entendamos. Pero el Señor sabe todo. Por eso sus respuestas siempre son buenas respuestas. Hermanos, si tú te encuentras en esa situación de angustia, de ansiedad, de preocupación, de agobio por aquel problema que tienes, quiero decirte que hay esperanza en el Señor. Que tenemos un Dios muy misericordioso. Un Dios que no desprecia al que viene con su corazón contrito y humillado. Un Dios que no se ha olvidado de ti. Quisiera dejarte un versículo que aparece en el libro de Isaías, Isaías 49. Dice así, versículos 15 y 16. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz? ¿Se olvidará la mujer o la madre de su hijo? Básicamente está diciendo aquí el Señor. ¿Qué dicen las madres? ¿Se olvidan de sus hijos? ¿Verdad que no? ¿Se olvidará la mujer de lo que ha ido a luz para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Y agrega, aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. ¡Qué palabras, hermanos! Aunque ella se olvide, yo nunca me olvidaré de ti. Y aquí, que en las palmas de las manos te tengo esculpido. ¿Qué promesa? Estamos en las manos del Señor. Él nunca se va a olvidar de nosotros. Él tiene el poder para sostenernos, para guiarnos y para llevarnos en este transitar por este mundo. Con esas palabras, entonces, el apóstol nos lleva a la siguiente sección que podríamos titularle así, la firme resistencia, versículos ocho y nueve, sed sobrios, dice y velat. porque vuestro adversario el diablo como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistir firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Aquí, Pedro, lo que nos está diciendo es que tenemos un enemigo, que es el diablo. De hecho, la palabra diablo se traduce como adversario. Calumniador. Acusador. el padre de la mentira, el engañador, el tentador. El diablo no es un ser mitológico, no es un cuento que nos han contado. Es un ser espiritual maligno y perverso. Es enemigo de Cristo y de su iglesia. Quiere destruir nuestra alma. Es el príncipe de este mundo que está detrás de las persecuciones, de las burlas, de las acusaciones, de las difamaciones que sufre el cristiano por causa del Evangelio. Recordemos que hemos estado explicando a lo largo de la carta del apóstol Pedro que las iglesias de entonces están siendo perseguidas fuertemente, difamadas, que se inventaban acusaciones en contra de ellos. Es la misma realidad que sufre la iglesia hoy día. Ahí detrás está el príncipe de este mundo. Y Pedro lo presenta con una metáfora. Dice que él anda como león rugiente. Con esa metáfora lo que él quiere transmitir es que es una amenaza activa y que es una amenaza agresiva para el creyente. No es un enemigo pasivo. Él busca intimidar con su rugido intentando mostrarse como poderoso. Él quiere engañar, matar y destruir la verdad, la fe del creyente, acobardarnos, sembrar la duda, traer discordia a la iglesia. Esos son los propósitos del maligno. Es un enemigo real, hermanos. Por eso Pedro nos anima a ser sobrios y a estar velando. Esa palabra sobriedad nos invita a pensar en el dominio propio, a tener control de las pasiones, de los apetitos, de las emociones, de las distracciones de la vida, para no dejarnos sorprender por el maligno. Para poder entender la realidad de la vida tal como es, con una mente clara, Solamente así, estando vigilantes, estando alertas ante las amenazas contra nuestra alma, podemos resistir. En la Biblia encontramos muchos pasajes en donde se nos explica cómo actúa el maligno. Recordamos el pasaje de Job. Cómo comienza la historia de Job, verdad? Cómo se presenta el diablo estando allí delante del Señor y le dice Job es fiel a ti porque tú lo has bendecido, porque tú has cuidado de él. Quítale la bendición y vas a ver qué va a pasar con Job. Y Dios le da permiso al diablo, porque el diablo está atado a la voluntad de Dios. Haz lo que quieras con él, solamente que no toque su vida, le dice Dios. ¿Y qué hace Satanás? Le quita todo. Le quita sus riquezas, le quita su familia, todas sus posesiones desaparecen rápidamente, le quita su salud, le quita sus amigos. Queda solo, enfermo. La obra de Satanás la vemos allí. También la vemos en la vida de David. Recordaréis allí en Primera de Crónicas cuando se nos habla que David fue incitado por el maligno, por el diablo para hacer un censo. Y David va y hace el censo y eso ocasiona unas consecuencias drásticas de parte del Señor. Pero cuando nos acercamos a este tema, no cabe duda que viene a nuestra mente lo que ha sucedido con Pedro mismo, el que está escribiendo la carta. porque él tuvo unas experiencias interesantes alrededor de este tema del maligno, de cómo opera el maligno. Allí lo vemos, por ejemplo, en Mateo 16, los versículos 22 y 23, dice lo siguiente. Entonces Pedro, tomándolo aparte, estaba hablando con el Señor, comenzó a reconvenir al Señor. Que atrevimiento, no comenzó a reconvenir al señor y le dice Señor, ten compasión de ti. En ninguna manera esto te acontezca, porque el señor había contado que iba a Jerusalén y allí iba a ser muerto. Pero él, el señor Jesús, volviéndose, dijo a Pedro, quítate de delante de mí, Satanás. Me destropiezo porque no pone la mira en las cosas de Dios y en las cosas de los hombres. Allí surge alguna pregunta, alguna inquietud en nuestra mente. ¿Será que Satanás tomó posesión de Pedro en ese momento? De ninguna manera, no fue esto. A veces hay una tendencia a pensar que las expresiones del maligno, del diablo, tienen que ver con el ocultismo, con ese mundo espiritual extraño, con movimientos raros, ruidos extraños que nos causan temores y miedos, con posesiones diabólicas. Pero realmente lo que nos cuenta la palabra del Señor es que el diablo opera de otra manera. Es verdad, yo no voy a negar que existe aquel mundo oscuro. Pero aquí vemos en estos versículos operar al diablo de otra manera. Pedro, con sus entre comillas buenas intenciones, estaba oponiéndose a la voluntad del padre para que el hijo no lo obedeciera. y oponerse a Cristo es obra del maligno. Esa es su naturaleza, oponerse a lo que el Señor quiere, oponerse a la voluntad de Dios. Ese es el adversario. El diablo, queridos hermanos, odia lo que Dios ama, odia los planes de Dios para salvar al pecador, odia la santificación del cristiano y anda como un león rugiente buscando oponerse a sus planes. Así que cualquier circunstancia o persona que se oponga a los planes y a la voluntad de Dios está siendo un instrumento del diablo. Lo vemos en el caso de Job, en el ejemplo que puse hace un momento. ¿Recordáis lo que le dijo la esposa a Job? Y no fue que Satanás tuviese posesión de la esposa de Job, pero a la mujer le dice a Job, maldice a Dios y muérete. Está incitándolo a oponerse a la voluntad de Dios. En el caso de David, cuando David se da cuenta que ha ofendido al Señor, cuando mandó a hacer aquel censo, él viene al Señor y le dice, Señor, he actuado alocadamente. No he tenido dominio propio. Me he dejado llevar por mi orgullo, por mi vanidad y he querido contar mi ejército para sentirme orgulloso de ese ejército tan victorioso que tú me has dado. Alocadamente, sin dominio propio. Y así puede suceder en nuestro día a día. No hace falta ver a una persona tirada en el suelo dando alaridos o escuchando sonidos extraños. El diablo opera de otra manera. para engañarnos, es astuto para oponerse al Señor, para oponerse a su voluntad. El diablo utiliza a los burladores, a los que se burlan de ti por ser cristiano, a tus compañeros de trabajo, quizás a tus familiares, a aquellos que te han dejado de hablar porque eres creyente. Causa discordias. No sé si les ha pasado, hermanos, cuando vienen, se están preparando a venir al culto el domingo, justo en ese momento se presenta una discordia entre el esposo y la esposa, por cualquier tontería. Viene la discordia y entonces tenemos una carga pesada, mejor no vaya a la iglesia porque cómo va a ir así. Ahí está el diablo intentando sembrar esa discordia, porque esa es la labor del diablo. Ese es el rugido del diablo para oponerse al Señor. a la voluntad de Dios. Por eso se nos llama a estar alertas, atentos. Le dice el Señor en el texto que leímos hace un rato en la lectura congregacional. Todos vosotros os apartaréis, me abandonaréis, le dice el Señor a sus discípulos. Y Pedro, otra vez Pedro, le responde, aunque todos te abandonen, yo no te voy a dejar, iré contigo hasta la muerte. Pero no escuchó lo que el Señor acaba de decir, ¿verdad? Tenía una certeza, una seguridad en sí mismo, ¿no? De alguna manera estaba expresando esa arrogancia que nos caracteriza. Y más adelante, un poco la lectura que leímos cuando el señor estaba en Getsemaní. Otra vez el señor le dice a Pedro y a otro discípulo que le acompañaba, velad, velad aquí. ¿Y qué hizo Pedro? Se quedó dormido. Se quedó dormido mientras el señor estaba allí orando con fervor a su padre para que le ayudara a llevar esa situación que está próxima a llevar. Y Pedro se queda dormido. Así que cuando Pedro nos está hablando de estas palabras aquí, él tiene su experiencia para hablar de ello. Y esto sucedió. Este evento que leímos sucedió un poco después de lo que el señor mismo le había dicho a Pedro. Allí en Lucas, el señor le dice Simón, Simón, y aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo. Efectivamente, Pedro fue zarandeado por el diablo y falló. Después de decir aquellas palabras con ese ímpetu que caracterizaba a Pedro, te seguiré, no te negaré hasta la muerte si hace falta. El gallo no cantó hasta que Pedro lo había negado ya tres veces esa misma noche. Fue una amarga experiencia para el apóstol Pedro. Así que cuando Pedro nos exhorta a permanecer sobrios y velando porque hay un enemigo, un adversario real que siempre está buscando oportunidad de devorarnos, es decir, de engañarnos, de hacernos alejar, hacernos apartar de la voluntad del Señor, enfriarnos espiritualmente, distraer nuestra atención con las cosas de este mundo, estar dormidos y no estar velando. Él sabe por su propia experiencia de qué está hablando. haremos bien entonces en prestar atención a sus instrucciones. Seamos sobrios y estemos muy vigilantes con los cinco sentidos puestos en lo que estamos haciendo, bien entrenados y activos para discernir, para entender lo que está pasando delante de nosotros y no dejarnos arrastrar por las artimañas del maligno, para no dejarnos intimidar de él por sus rugidos. sino más bien, como dice el texto mismo que estamos estudiando, resistir firmes en la fe. Resistir firmes en la fe. Tenemos que hacer aquí un matiz porque no podemos dudar que Pedro tuviese fe. Cuando el Señor le estaba diciendo aquello, verdad? Él tenía fe. El problema es que aquí está hablando de una fe objetiva que se está refiriendo a nuestra confesión de fe en entender que la palabra del Señor es verdad. Y así irnos a la palabra del Señor para defender, defendernos de las artimañas del maligno. Este es el ejemplo que el Señor Jesús nos dejó cuando estuvo en el desierto. Recordaréis aquella situación que Él vivió en el desierto cuando estuvo ayunando 40 días antes de comenzar su ministerio. El diablo se le presenta al Señor, lo tienta hasta tres veces y en cada oportunidad, ¿cómo respondió el Señor? Diciendo yo soy poderoso para resistirte. No, Él abrió la palabra y se defendió con la palabra del Señor. Así que hacemos bien, hermanos, en atesorar la palabra del Señor en nuestro corazón, en estudiarla, en meditarla, en memorizarla, en sacarla como nuestra espada para defendernos del maligno, porque ella nos puede librar de Satanás. Seamos sobrios y atentos con la palabra desenvainada. Además, Pedro nos dice allí en el versículo 9 que estas mismas batallas las sufren todos los creyentes. Esta afirmación nos ayuda a librarnos de una idea que casi siempre viene a nuestra mente cuando estamos pasando por circunstancias difíciles, por problemas. Casi siempre viene a nuestra mente y pensamos, ¿por qué a mí? ¿Por qué me pasa esto a mí verdad? Es como si nosotros solamente estuviéramos sufriendo en el mundo y los hermanos no. Y Pedro aquí nos está recordando que la iglesia entera está sufriendo exactamente las acechanzas del maligno, quizás de otra manera a como tú las estás enfrentando, pero también están sufriendo estas mismas. Padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo, dice el apóstol Pedro. Esto quizás no nos sirve de consuelo cuando estamos viviendo alguna circunstancia difícil. Pero lo que Pedro está queriendo decir aquí es que la vida cristiana se caracteriza por esto mismo, porque tenemos una batalla constante. No es tu batalla, es la batalla de la iglesia. Porque hay un enemigo que está empeñado en destruirla. Por eso tú y yo tenemos una batalla continuamente. En las batallas en nuestro trabajo, en nuestro hogar, con nuestros vecinos, con nuestros hijos, con la gente que se burla de nosotros, con nuestra carne. Porque el Espíritu la verdad está dispuesto, dice el Señor, pero la carne es débil y por eso debemos estar siempre velando. Así que hermanos, si tú estás pasando por una situación apremiante, si estás pasando por algo así, déjame decirte, que si tú eres de Cristo, no estás como Dante ante aquel aviso a la entrada del infierno. Deja toda la esperanza quien ingrese aquí. Más bien, estás delante de la palabra del Señor y estás leyendo esto que Pedro está diciendo aquí. Tienes esperanza en que Cristo te va a sostener porque él lo ha prometido y en su palabra podemos confiar en nosotros. No, pero en la suya se. ¿Y sabes por qué, hermanos? Porque su gracia es infinitamente mayor que nuestras faltas. Por eso podemos confiar en nuestro Salvador. Y esto entonces nos permite llegar a estos versículos 10 y 11. Permítanme leerlo una vez más. Mas el Dios de toda gracia que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, Después que hayáis padecido un poco de tiempo, el mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria del imperio por los siglos de los siglos. Amén. Hermanos, han sido trece sermones de esta serie de Primera de Pedro. No voy a pedirles que recuerden cada uno de esos trece sermones. Pero sí quisiera pedirles que se graben estos versículos, porque si estos quedan grabados en el corazón de cada uno de nosotros, nos van a ayudar a vivir la vida como el Señor quiere. Estos versículos son preciosos, hermanos, más el Dios de toda gracia. Que nos llamó no fue que nosotros corrimos a él, es que él nos buscó y nos llamó. A su gloria eterna en Jesucristo. Después que hayáis padecido un poquito de tiempo, Él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. Qué preciosas palabras, ¿no, hermanos? Atesoremos ese pasaje en nuestro corazón para alentarnos en medio de las dificultades Hay una conexión preciosa entre este final de la carta del apóstol Pedro y el primer capítulo cuando comenzó. Hay un hilo conductor en toda la carta. Hay una conexión allí en el primer capítulo que leímos hace un rato algunos versículos. Él dice que nos hizo renacer para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, sigue diciendo el apóstol, una herencia incontaminada e inmarcesible reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. ¿Veis la conexión entre un texto y el otro? Ahí está la línea de toda la carta del apóstol Pedro. Hemos sido llamados a una esperanza real. El precio de esa esperanza ha sido pagado por el Señor Jesucristo. Es una esperanza gloriosa que Él nos va a sostener hasta el final. hasta cuando Cristo se manifieste y entonces allí vamos a ver cumplida nuestra esperanza. El poder de Dios nos está guardando para alcanzar la salvación. No seremos destruidos por el diablo, queridos hermanos. Perseveraremos hasta el final en la fe porque el Señor va a perseverar en guardarnos. Porque por torpes que seamos no nos vamos a poder extraviar, porque nos está conduciendo de su mano y nadie nos podrá separar de su mano. Esa es la esperanza, ese es nuestro consuelo, queridos hermanos, en esta vida. Allí en aquel texto que les referí hace un momento de Pedro, cuando el Señor le dice, vas a ser zarandeado, el Señor Jesús no concluye su frase con esas palabras, sino sigue agregando otra. Dice, pero yo he rogado por ti que tu fe no falte. Cristo oró por Pedro. Y cuando es verdad que Pedro flaqueó temporalmente, pronto se levantó porque la oración de Cristo es tan efectiva que él sabía de antemano que Pedro volvería. Por eso sigue agregando. Cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos. Y eso es exactamente lo que Pedro está haciendo hoy con nosotros. Nos está confirmando la voluntad del Señor a través de esa preciosa carta. Pedro aprendió una lección que ahora nos enseña. Tú mismo, queridos hermanos, lo siento, pero no eres confiable. Ninguno podemos confiar en nosotros mismos, pero Cristo sí. Cristo sí es confiable. Tú no puedes perfeccionarte a ti mismo, pero Cristo se ha comprometido a perfeccionarte. Tú no eres fuerte, pero Cristo sí lo es. Tú no puedes permanecer firme por tus fuerzas, pero Él te sostiene y te mantiene firme. Tú no eres estable por ti mismo, pero Él te sostiene con su mano poderosa. Hermanos, y esto es parte de la verdadera gracia de Dios. Nosotros podemos fallar y de hecho fallamos muchas veces. Y esto nos invita a vivir en humildad con nuestros hermanos y humillados delante de Dios. En el progreso del peregrino hay una frase que se le dice al peregrino. Le dice lo siguiente, no te seques las lágrimas. porque frecuentemente es con los ojos llenos de lágrimas que podemos ver con mayor claridad. Podemos y debemos luchar contra el maligno, pero el poder para vencerlo pertenece al Señor y no a nosotros. El Señor se ha comprometido a llevarnos a su gloria y por ello él va a terminar la obra que comenzó en nosotros un día. Pedro nos enseña, queridos hermanos, que no somos decisivos para la salvación. Pero Cristo, el que vivió una vida humilde entre los hombres, el que se mantuvo sobrio y velando para resistir al diablo, el que se humilló a sí mismo hasta la muerte y muerte de cruz, el que resucitó poderoso porque la muerte no podía retenerlo, el que ascendió glorioso para sentarse a la diestra del Padre, el que tiene todo el dominio y toda potestad sobre todo imperio en el cielo y en la tierra, el que ora por nosotros como nuestro único mediador. Él sí es decisivo para nuestra salvación. Confiemos en él, queridos hermanos. Como cristianos, sufrimos por un poco de tiempo en este mundo. Y muchas veces ese sufrimiento parece severo. Pero es un poquito de tiempo. Y ese poquito de tiempo no es comparable con la eternidad al lado de nuestro Salvador. Y esa cantidad de sufrimiento no es nada comparada con la inmensidad de la gloria de nuestro rey, a quien un día veremos por su gracia. Cristo, queridos hermanos, encarna la verdadera gracia de Dios. Un día el Señor nos rescató. Un día que estábamos perdidos en el mundo, muertos en nuestros delitos y pecados, él vino a nuestro rescate. Él tendió su mano y nos sacó del lodo donde nos encontrábamos. Él nos salvó por la obra de Cristo en la cruz. Y por su resurrección tenemos la esperanza de que un día nos va a llevar a la eternidad. Que un día él nos va a recibir con un abrazo fuerte y nos va a decir bienvenidos. Pero entre este trayecto, cuando él nos salvó y aquel, cuando estemos con el Señor, también la gracia del Señor actúa para sostenernos, para guardarnos en medio de las tribulaciones y las dificultades, porque esa es la verdadera gracia de Dios. Estad firmes en ella. Amén. Oremos al Señor, hermanos. Nuestro padre, queremos darte gracias por tu infinita misericordia que has mostrado con nosotros. Gracias, Señor, por esa esperanza gloriosa que tenemos y que nadie nos puede arrebatar, porque radica en la obra perfecta y completa de Cristo en la cruz y de Cristo glorificado sentado a tu diestra. Gracias, Señor, porque no es confianza en nosotros, sino confianza en el Dios poderoso, santo y misericordioso, como lo eres tú. Ayúdanos, Señor, a vivir mientras llegamos a nuestra patria, a nuestra tierra, a nuestra casa. A vivir, Señor, para la gloria de tu nombre. Porque lo pedimos en el nombre de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo. Amén.
Firmes en la gracia de Dios
Series 1 Pedro
Sermon ID | 56251755285965 |
Duration | 55:59 |
Date | |
Category | Sunday Service |
Bible Text | 1 Peter 5:5-14 |
Language | Spanish |
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