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Santiago capítulo 4, si Dios lo permite, vamos a considerar desde el versículo 11 hasta el versículo 12. Santiago capítulo 4, desde el versículo 11 hasta el versículo 12. ¿Quién eres para ponerte como juez? ¿Quién eres para ponerte como juez? Aquí en Santiago, En el capítulo 3 ha resaltado cómo que ofendemos muchas veces con nuestra boca, con nuestra lengua, y tenemos que tener extremadamente mucho cuidado, tenemos que tener mucho cuidado con nuestra lengua, con lo que decimos, cómo usamos nuestras palabras. Y aquí vuelve a ese tema de cómo usamos nuestras palabras, pero se enfoca en la crítica, en la calumnia, en la murmuración. Aquí nos dice el versículo 11, hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Eso es Santiago 4. del 10 a... perdón, desde el versículo... versículo 11, y el versículo 12 dice, uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder, pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? ¿Vale? Entonces, he leído ahí el versículo 11 y el versículo 12, donde, si notáis, ahí termina el versículo 12 diciendo, ¿quién eres para que juzgues a otro? porque aquí está resaltando como que la murmuración o el juicio de una persona, el juzgar el evaluar y básicamente está diciendo que mira, si tú criticas a alguien o le juzgas, le estás criticando todo lo que hace, o cómo se ve, o cómo vive, etc., pues realmente te estás poniendo como juez. Estás diciendo que tú eres el estándar a seguir, que tu estándar es, incluso va por encima de la ley de Dios, y que tú tienes esa clase de autoridad para juzgar y para determinar si alguien está haciendo lo recto o no. Lo cual nos describe aquí el texto, que el único que tiene esa autoridad para juzgar, el único que puede determinar el estado espiritual, el único que puede juzgar el estado espiritual, el único que puede determinar el destino de una persona es Dios. El único que puede, como nos dice aquí, en versículo 12, puede salvar y perder. O sea, el único que puede salvar y el único que puede condenar es Dios, porque Él tiene la autoridad. Nosotros no. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para juzgar? ¿Quiénes nos creemos ser? Es interesante porque estaba leyendo un libro de consejería bíblica y una mujer le dijo a un consejero bíblico, si creo que Dios me puede perdonar, entonces tendré que perdonar a mi padre. Y yo nunca haría eso. Lo que ella estaba asumiendo era la posición de juez, de jurado y de ejecutor de su juicio, porque pensaba que Dios no iba a ser lo suficientemente severo con su padre. Y prefería negar la misericordia y la gracia de Dios para tener la satisfacción de juzgar a su padre. O sea, ella se estaba poniendo como juez. Estaba diciendo que ella es el estándar a seguir y tenía el temor de que Dios no iba a ser lo suficientemente severo para con su padre. Porque su padre, al parecer, la había ofendido gravemente y ella quería Ella quería que le condenasen. Pero si Dios era un Dios perdonador, si su padre se arrepentía, entonces iba a recibir perdón. Pero ella no quería eso. Ella quería juicio. Ella quería condenación. Ella quería que recibiera lo que ella pensaba que se merecía. Y entonces vemos como ella se estaba poniendo en el lugar de Dios. La cuestión es que muchas veces nosotros actuamos de esa manera. Empezamos a apuntar el dedo, empezamos a mirar a nuestro alrededor y decir, ¿has visto lo que ha hecho esa persona? O mira, mira, mira cómo vive tal persona. Y empezamos a criticar, empezamos a murmurar, empezamos a calumniar, empezamos a hablar mal de las personas. Lo cual, Lo que resalta es, cuando hacemos eso, que no estamos cumpliendo la palabra de Dios, no estamos cumpliendo el amor hacia el prójimo que debemos de tener, sino lo que estamos haciendo es ponernos en el lugar de Dios, estamos poniendo a un lado a Dios y a su palabra, y aunque decimos que estamos defendiendo la palabra de Dios, la realidad es que la estamos quebrantando. Y por eso esa pregunta, ¿no? Nos dice ahí, al final del versículo 12. ¿Quién eres para que juzgues a otro? Ahora, aquí en el versículo 11 dice, hermanos. Lo cual, si notáis, cambia esa... de la manera en que se dirige a ellos, porque anteriormente, en el versículo 4, dice, ¡oh almas adulteras! ¿No? Porque están siendo infieles a Dios. pero una vez que les ha reprendido, les ha llamado al arrepentimiento, ahora vuelve al trato de hermanos, hermanos en Cristo, y muestra el cambio del llamado del arrepentimiento a la exhortación, a una conducta correcta. Y quizás podáis notar, aquí en versículo 11, donde hay varias repeticiones, repite hermano tres veces, repite murmurar tres veces, repite la idea de juzgar o juez cuatro veces, repite la ley cuatro veces, ¿no? Eso es lo que está enfatizando. Y aquí lo que hace Santiago, inspirado por Dios, es, él empieza con la prohibición de la calumnia. Y aquí, con ese término aquí traducido, murmuréis, eso se refiere En el lenguaje original tiene la idea de hablar mal, de un hablar malévolo, de usar las palabras dañinas, palabras malévolas. Y lo que Santiago está haciendo es que se está refiriendo a muchas clases de palabras dañinas, porque murmurar puede incluir acusaciones falsas, exageración de las faltas de otra persona, Repeticiones innecesarias de las faltas de otras personas. Hablar mal en secreto, quejas, cuestionar la autoridad, etcétera. No, hay muchas maneras de murmurar, hay muchas maneras de hablar mal de otros. Y es que el calumniador establece su propia medida y estándar. y encuentra que su hermano en Cristo no llega a su propio estándar. Pero lo que hay que tener en cuenta es que no está usando la palabra de Dios como el estándar a seguir, está usando su propio estándar. Y entonces empieza a criticar a otros y decir, ellos no están siguiendo mi estándar. Ellos son culpables, ellos necesitan condenación, y empieza a hablar mal de ellos porque no están cumpliendo su propio estándar. Lo que hay que tener en cuenta es que Dios no le ha dado el derecho de juzgar al creyente. Por ello, no puede afirmar que sabe el juicio final de otra persona. Es que, de todas formas, el hombre es incompetente para juzgar porque ignora sus propios errores. O sea, para nosotros es más fácil ver los pecados de otros que ver nuestros propios pecados. Y por ello, somos incompetentes para juzgar lo que es el estado espiritual de una persona, ¿no? O el juzgar la motivación que tiene una persona. Nosotros somos pecadores. Nosotros merecemos la ira de Dios. Necesitamos la misericordia de Dios. La cuestión es que las personas que murmuran se ponen en el lugar de Dios, aunque ellos mismos dependen de la misericordia de Dios. Y es que el calumniador probablemente piensa que sus acusaciones negativas y sus críticas tienen buen fundamento. Y se ven como quienes tienen un llamado especial de informar al mundo del mal de otros o del error de los demás. es que propagar acusaciones o afirmaciones, afirmaciones sin probar, es actuar como un juez, pero sin tener la autorización, porque Dios no nos ha dado esa autorización, sin tener el derecho, porque solamente Dios tiene el derecho, y sin tener la información necesaria, porque nosotros no conocemos todos los detalles. Y es que aquí Santiago menciona la murmuración porque está siendo un problema allí en la iglesia, y como nos menciona el primer versículo de Santiago, la carta se dirige a las 12 tribus que están en la dispersión. Entonces, estos son creyentes judíos que no están en el territorio de Israel, pero pertenecen a la iglesia de Dios, porque han puesto su fe y confianza en Jesús como Señor y Salvador, y entonces hay este problema entre ellos, ¿no? Están murmurándonos unos contra los otros. Y, aunque no sabemos con exactitud por qué había murmuraciones, pero el texto sí nos menciona que hay pleitos, hay divisiones. Y eso puede proveer la explicación, ¿no? Porque las peleas verbales suelen incluir ataques personales, suelen incluir críticas, suelen incluir actitudes de juicio. Entonces, lo que Santiago está diciendo, mira, eso no debe de ocurrir entre la Iglesia de Cristo. Y es que Santiago indica que la murmuración de un hermano en Cristo implica pasar sentencia, como si fuéramos el juez. Aquí nos dice, Santiago 4, 11, dice, hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Ahora, como mencioné, aquí los llama hermanos porque son hermanos en Cristo, ¿no? Porque han puesto su fe y confianza en Jesús como Señor y Salvador. Y aquí dice que si murmuras contra alguien, si criticas a alguien, si juzgas a alguien malévolamente, realmente te estás poniendo a ti mismo como un juez. Y es que, o sea, un juez, al aplicar la ley, en la práctica está produciendo la ley. Y la cuestión es que sólo Dios tiene el derecho de juzgar. Sólo Dios tiene el derecho de juzgar de acuerdo a la ley divina. Y es que acusar es actuar como un juez. Pero el creyente no tiene la autoridad para juzgar espiritualmente. Sólo Dios. Y es que aquí menciona la ley. Ahora, la ley probablemente se refiere a la ley del Antiguo Testamento, pero retomado en la ley del reino que Jesús enseñó, ¿no? Donde Jesús aplicó la ley y entonces viendo aquí la importancia de poner en práctica la ley, y el punto de Santiago es que no se debe de hablar mal, ni acusar falsamente a nadie. Incluso en Levítico, Levítico 19, versículo 16, dice, no andarás chismeando entre tu pueblo, no atentarás contra la vida de tu prójimo, yo Jehová". Eso es Levítico 19, 16, donde ahí dice no andarás chismeando entre tu pueblo, no hablarás mal de otros entre el pueblo, ¿no? Eso es Levítico 19, versículo 16. De todas formas, Jesús dijo en Mateo 12, 36, dice, más yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Eso es Mateo 12, versículo 36. Entonces, ahí menciona la idea de toda palabra ociosa. De toda palabra que hablemos vamos a tener que dar cuentas, entonces debemos de proteger nuestra boca, no debemos hablar lo malo. De estas formas... La boca del creyente, o sea, las palabras que salen de nuestra boca deben de edificar a los demás. Nos dice Efesios 4, 29. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación a fin de dar gracia a los oyentes. Esos Efesios 4, versículo 29. debemos edificar con nuestras bocas. ¿Qué es lo que hacen las críticas? Pues dañan, ¿no? Seguramente alguna vez habéis escuchado una crítica que te han hecho a ti, o un juicio malévolo, o murmuraciones, o ataques verbales, o palabras malignas en contra de ti. No te hacen sentir bien, no te edifican, no te ayudan, no te fortalecen, no te dan gozo. No te ayudan a afrontar los problemas que tienes, o a afrontar la vida. O sea, no te ayudan, sino que te aplastan. Es como que te están dando con un bate o un paro en la cabeza, ¿no? O te están aplastando con una aplanadora. Las palabras dañinan, duelen. Las palabras dañinas duelen y esas murmuraciones, esas... esas palabras cortantes, esas acusaciones falsas, las exageraciones, las quejas, esas palabras malas, incluso cuando hablan de ti en secreto, pues eso daña, no edifica. Pero la boca del creyente debe de edificar, debe de ayudar, debe de fortalecer. Por ello, los creyentes en Cristo no deben de murmurar. Porque aquí menciona El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley. Esa idea de que murmura de la ley, eso implica el desobedecerla, el no ponerla en práctica. Establecer nuestros propios juicios por encima de la ley es degradarla. Es que los muradores dentro de la iglesia comúnmente piensan que están salvaguardando la palabra de Dios, pero en realidad la están quebrantando. Es que las críticas malvadas quebrantan o rompen la palabra de Dios. Hablar mal de otros no concuerda con el mandamiento de amar al prójimo. Justamente aquí en Santiago, capítulo 2, versículo 8, ha mencionado el mandato de amar al prójimo. Nos dice Santiago 2, 8. Si en verdad cumplís la ley real conforme a la escritura, amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¡Bien hacéis! ¿No? Eso es lo que debemos de hacer, amar al prójimo como a nosotros mismos. lo menciona Levítico 19, 18. Dice, no te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo si no amarás a tu prójimo como a ti mismo, yo Jehová. Eso es Levítico 19, versículo 18. En Mateo 22, del 37 al 40, Jesús dijo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente, este es el primero y grande mandamiento, y el segundo es semejante, amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Eso es Mateo 22, del 37 al 40. Entonces, como mencioné, Santiago 2, versículo 8, menciona este mandato de amar al prójimo como a nosotros mismos, también Levítico 19 y 18 y Mateo 22 del 37 al 40. Y no podemos hablar a amar al prójimo si le estamos criticando, si le estamos dañando, si estamos murmurando en contra de él para poder amar al prójimo. tenemos que realmente poner en práctica la palabra de Dios y al poner en práctica este mandamiento estamos cumpliendo la ley de Dios pero si no amamos al prójimo pues lo vamos a demostrar con nuestra boca, ¿no? ¿Cómo hablamos de esa persona? ¿Cómo hablamos con esa persona si la criticamos? Si hablamos mal de esa persona, pues demuestra que no estamos cumpliendo la ley de Dios, porque no estamos mostrando el amor que debemos de mostrar al prójimo. Y es que murmurar es quejarse de lo que Dios ha hecho. Y si te quejas contra la ley de Dios, También la estás juzgando. Básicamente, al murmurar contra la ley, como aquí nos menciona, en Santiago 4, versículo 11, dice cuando, cuando dice en la mitad del versículo 11, murmura de la ley y juzga a la ley. O sea, el murmurar contra la ley, o sea, el hablar mal de la ley, Realmente es decir, pues, la ley no vale, o la ley no es suficiente, o mi estándar es mucho mejor que el de la ley. Hay que seguir mi estándar, no el de la palabra de Dios. O sea, ponemos nuestro estándar, o nuestra tradición, o nuestra manera de hacer las cosas por encima de la palabra de Dios. Y eso es incorrecto. Realmente estamos juzgando la ley. Quejarte contra la ley de Dios es quejarte contra Dios mismo. Al despreciar la ley de Dios, realmente lo que estamos haciendo es despreciar a Dios mismo. Poner tus juicios por encima de la ley es despreciar la ley de Dios. Por ello nos dice Santiago 5, versículo 9, hermanos, no os quejéis unos contra otros para que no seáis condenados. Y aquí el juez está delante de la puerta. O sea, Dios es el juez soberano a quien debemos de servir y obedecer, y debemos de confiar en su palabra, de someternos ante su ley, reconocer que él es el estándar de la rectitud, él determina lo que es recto, y él tiene la autoridad para juzgar, entonces se lo dejamos en sus manos. Nosotros no tenemos esa autoridad. Y es que poner en práctica la ley de Dios implica aceptar su autoridad, pero no poner en práctica la ley de Dios, implica rechazar su autoridad. Y es que el cristianismo genuino se demuestra con obediencia. O sea, si obedecemos la ley de amar al prójimo como nosotros mismos, no vamos a murmurar, no vamos a criticar, no vamos a juzgar ni hablar de ellos secretamente, intentar dañar su reputación o intentar que les condenen o intentar que les dañen hablando mal de ellos. No, no lo vamos a hacer porque amamos al prójimo como nosotros mismos. Y entonces llegamos aquí al versículo 12, donde dice Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder, pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? Y aquí vemos que resalta que Dios es el dador de la ley. Solamente hay un dador de la ley de Dios, de la ley divina. Él es el que decide el sistema de leyes. y él es juez. Incluso aquí la Reina Valera, en la traducción de la Reina Valera, no omite el término juez, aunque está en el texto original, donde, como la Biblia de las Américas dice, sólo hay un dador de la ley y juez. Esa es la traducción de la Biblia de las Américas, porque el término juez está en el texto, entonces aquí simplemente está determinando, está Dejando claro que Dios es el único que determina la ley, el único que da la ley, el único juez soberano, y a él es a quien debemos de obedecer. Él es quien tiene la capacidad, la habilidad de juzgar. Él es quien tiene la capacidad, o sea, tiene el poder para salvar y para perder. Esa idea de perder es la idea de destruir. o de llevar a la ruina, de hacer perecer. Entonces, él tiene el poder para salvar, o sea, para rescatar, para llevar a un lugar seguro, pero también tiene el poder para arruinar, para destruir, para condenar. Y entonces, por ello aquí vemos donde el versículo 12 nos dice que Dios tiene ese poder, esa autoridad. Él tiene ese derecho. Pero dice, pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? O sea, nosotros no tenemos el derecho que tiene Dios. O sea, juzgar a otros, si juzgamos a otros, esa idea de juzgar a otros, conlleva infringir el derecho que le pertenece sólo a Dios. Porque Él es el dador de la ley y Él es el supremo juez del mundo. Dios es quien establece lo que es recto y el que castiga al malhechor. Sólo el dador de la ley tiene el derecho de juzgar de acuerdo a su ley. Él tiene el derecho para declarar a alguien justo o a alguien injusto. Él tiene derecho para justificar o condenar. Y es que el juicio divino determina el destino eterno de las personas. El problema es que nosotros muchas veces intentamos usurpar el puesto de Dios, intentamos desempeñar el papel de Dios, intentamos ponernos en su lugar. y juzgar a otros y determinar que nosotros somos el estándar que todo el mundo debe de seguir, nuestra ley va por encima de la de Dios o nuestra interpretación va por encima de la de Dios y entonces queremos que todos vivan como nosotros determinamos que deben de vivir, que hagan lo que nosotros determinamos que hagan y ponemos nuestra palabra por encima de la palabra de Dios. Pero, ¿qué autoridad tenemos? Por eso dice la última parte del versículo 12, ¿quién eres para que juzgues a otro? O sea, ¿qué autoridad tienes para juzgar a tu prójimo? Porque sólo Dios puede salvar y destruir. Nos dice Mateo 10, 28, no temas a los que matan el cuerpo, Más el alma no pueden matar. Temed más bien aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. Donde ahí identifica a Dios como aquel que tiene la autoridad. Él puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. Él tiene la autoridad para condenar, pero también la autoridad para salvar. Y es que Dios es el único que determina el destino espiritual de los individuos. Ningún creyente tiene el derecho de tomar tal decisión. Y es que aquí está hablando de juzgar de forma malévola. No está, aquí Santiago no está eliminando la responsabilidad que tiene la iglesia de juzgar entre dos hermanos que quizás tengan un pleito, o de echar Alguien que persiste en pecar, ¿no? Porque vemos varias veces en las escrituras donde nos dice que debemos de juzgar si alguien está haciendo lo malo. Como nos dice en Mateo 18, del 15 al 17, dice, por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele, estando tú y él solos. Si te oyeré, has ganado tu hermano. Mas si no te oyeré, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyeré a ellos, dilo a la iglesia. Y si no oyeré a la iglesia, tenedle por gentil y publicano". Eso es Mateo 18, versículo 15 hasta el versículo 17. donde menciona ahí la disciplina en la iglesia, lo cual implica la idea de juzgar. Y entonces, aquí Santiago no está eliminando la responsabilidad que tiene la iglesia de juzgar entre hermanos si tienen pleito o incluso de echar al que persiste en pecar. como hemos visto ahí, como acabo de leer ahí en Mateo 18 del 15 al 17. Aquí lo que está mencionando Santiago es esta crítica malévola, esta actitud egoísta, esta ambición propia que están demostrando, incluso ya les ha reprochado, aquí Santiago les ha reprochado por estos pleitos, por esas malas palabras que han usado esas codicias, esos pleitos, las guerras que están teniendo entre ellos, que nos han mencionado ahí en el capítulo 3 y capítulo 4 en especial, y es que esa clase de conducta muestra mundanalidad, que se están conformando a las prácticas del mundo, no a las prácticas celestiales, no a la enseñanza de Jesús. Nos dice Santiago 3, 14 al 16, pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis ni mintáis contra la verdad, porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, hay ahí perturbación y toda obra perversa. Y si vamos, eso es Santiago 3, del 14 al 16, si vamos al capítulo 4, versículo 1, dice ¿de dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones las cuales combaten en vuestros miembros? Eso es Santiago 4, versículo 1. Y les está reprochando porque se están conformando a las prácticas del mundo. Están siendo idolatras espirituales. Están adulterando espiritualmente. Porque no están completamente entregados a Dios, sino están sirviendo a otros dioses. Y están sirviendo a sus propios deseos, están sirviendo al mundo y poniendo en práctica lo que ellos hacen. Y por ahí los puede llamar en Santiago 4.4, ¡oh almas adulteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es en amistad contra Dios? Cualquiera pues que quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios. Entonces, esta conducta de criticar a otros, de murmurar, de hablar mal, de esos juicios malévolos, pues, muestran... esa clase de palabras, de críticas, de actitudes, muestra mundanalidad. Y es que tal conducta se debe de reemplazar por la sabiduría celestial. Por eso en Santiago 3, 17 dice, pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Eso es Santiago 3, versículo 17, donde realmente hace un contraste muy grande entre la sabiduría del mundo y la sabiduría celestial. Porque donde reina la sabiduría del mundo, pues hay toda clase de maldad, toda clase de pleitos, toda clase de problemas. Hay celos, hay contención. Y por ello Santiago dice, en Santiago 3.15, que esa sabiduría es terrenal, o sea, de este mundo es natural, es de la carne y es diabólica. O sea, el origen es Satanás. Pero la sabiduría celestial, su origen es Dios y por ello es pura. pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía". Nos dice ahí Santiago 3, versículo 17. Entonces, lo que Santiago está resaltando es que no debemos de poner en práctica lo que hace el mundo. Incluso coquetear con el mundo es incompatible con una dedicación completa a Dios. y nuestra boca, nuestras actitudes, de la manera que vivimos demuestra si estamos sirviendo a Dios o no, si Él es nuestra prioridad o no. Y por ello, vemos aquí justo antes, el texto anterior a este, en Santiago 4, del 7 al 10, Vemos como Santiago ha resaltado que Dios está dispuesto a perdonar y a restaurar aquel que se humilla. Aquel que se humilla delante de Dios, busca a Dios, se acerca a Dios, se arrepiente de sus pecados y clama a Dios, y Dios le perdona. Dios restaura esa relación. Nos dice Santiago 4, del 7 al 10, Someteos pues a Dios, resistirá el diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros. Pecadones, limpiad las manos, y vosotros, los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos y lamentad y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor y Él os exaltará". Eso es Santiago 4, del 7 al 10, y podéis notar cómo les está haciendo un llamado al arrepentimiento genuino. donde hay limpieza de manos, hay, en el sentido de estas herramientas que tenemos para poner en práctica diferentes hechos, pues debemos de limpiar nuestras acciones, nuestros hechos, pero también nuestros corazones, por eso dicen, purificad vuestros corazones. Y la manera en la cual podemos hacer eso es arrepintiéndonos de nuestros pecados. Y debe de ser genuino, por eso menciona esa idea de afligirse, de lamentar y de llorar. O sea, se debe de demostrar, se debe de notar de que estamos arrepentidos genuinamente y demostrar que realmente nos estamos humillando delante del Señor. Él conoce nuestro corazón y cuando nos humillamos delante de Él, nos arrepentimos de nuestros pecados y nos acercamos a Dios, Él se acerca a nosotros. Y por eso nos dice al final del versículo 10, y Él os exaltará. Entonces, Hay que recordar, Dios está dispuesto a perdonar si hemos caído, si hemos murmurado, si hemos juzgado, si hemos hablado mal en contra de una persona, debemos de arrepentirnos, debemos de humillarnos y pedir perdón, arrepentirnos de nuestros pecados. Y si hemos ofendido a alguien, debemos de arreglar la relación, pedirles perdón y mantener la relación con otros. una relación correcta, ¿no? Por eso nos dice aquí, Santiago 4, del 11 al 12, dice, hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder, pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? O sea, esa pregunta con la cual termina el texto, ahí en versículo 12, dice, ¿quién eres para que juzgues a otro? No debemos de pensar. ¿Quién pensamos que somos? O sea, ¿qué clase de autoridad pensamos que tenemos? Porque cuando murmuramos, estamos hablando mal de una persona y no estamos poniendo en práctica la ley de amar al prójimo como nosotros mismos. Entonces, no podemos afirmar que estamos defendiendo la palabra de Dios porque, en realidad, la estamos quebrando, la estamos rompiendo. Entonces, al murmurar, no estamos cumpliendo la palabra de Dios, que es lo que estamos haciendo. La estamos rechazando, la estamos degradando. Estamos diciendo que nuestro estandar es mucho más importante y que todo el mundo debe de poner en práctica nuestro estandar, entonces nos estamos poniendo como jueces y estamos juzgando y estamos poniéndonos en el lugar de Dios. Lo cual es pecado. Lo cual es completamente incorrecto. Y por ello Santiago nos está alertando. Oye, no tomes el lugar de Dios. No pienses que tienes la autoridad para juzgar a otros. Y por ello debemos de considerar, ¿no? Cuando hablamos con personas, cuando quizás mencionamos a otra persona, ¿qué es lo que estamos diciendo? ¿Nos estamos poniendo en el lugar de Dios? ¿Estamos cuidando nuestras palabras? ¿Nos estamos asegurando de hablar bien de las personas y no mal de ellas? Porque ¿quién eres para ponerte como juez? Vamos a terminar en oración.
¿Quién eres para ponerte como juez?
Series Santiago
Sermon ID | 111523203514167 |
Duration | 37:52 |
Date | |
Category | Midweek Service |
Bible Text | James 4:11-12 |
Language | Spanish |
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