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Le damos la bienvenida a la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona, España, y le invitamos a que visite nuestra página web por gracia.es. Deseamos que Dios le bendiga ahora a través de su palabra. Y venimos con gozo delante de ti esta mañana, como pueblo tuyo, como congregación de tu reino. Con mucha expectación, Señor. Para escucharte Padre, para escuchar Tu Palabra. Queremos que nos hables Padre. Queremos Señor amado que Tú horades nuestros oídos y ablandes nuestro corazón Señor. Para que Tu preciosa Palabra caiga en terreno fértil Señor. Porque queremos llevar frutos que honren Tu glorioso nombre. Queremos, Señor, que tu Evangelio cobre vida en nuestro corazón, en nuestro día a día, Señor, y que podamos ser luz en medio de las tinieblas, luz que muestra Jesucristo. Te lo rogamos, Señor, háblanos por medio de tu santa y preciosa palabra esta mañana. Toma, Señor, mi corazón, mis labios, mi mente, oh Dios, para que solamente sea un canal tuyo, Señor. Solamente sea, Padre, ese instrumento, Señor, en tus manos, para que tú, a través, Señor, de mis labios, hable, Señor, a cada corazón aquí presente. Te lo rogamos en Cristo nuestro Señor. Amén. Bien, hermanos, vamos a abrir nuestras Biblias allí en el Evangelio de Lucas, el capítulo 18, los versículos 9 al 14. Es una conocida parábola que muchas veces la hemos leído, que quizás hemos escuchado muchos sermones sobre esta parábola, pero que quisiera retomar hoy para tratar un tema que creo que es muy relevante para nosotros como iglesia. Lucas capítulo 18, versículos 9 al 14. Dice así la palabra del Señor. A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros dijo también esta parábola. Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo puesto en pie oraba consigo mismo de esta manera. Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo, Dios, sé propicio a mi pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido." Ya nos suena conocida la parábola, ¿no? La hemos escuchado muchas veces, la hemos leído reiteradamente. Es sencilla, es una parábola sencilla que nos ayuda a entender un poco lo que el Señor quería hablarnos aquí acerca del orgullo del fariseo. y del arrepentimiento del publicano. Las parábolas que el Señor utiliza básicamente son analogías, son paralelismos que Él utiliza a través de una observación que es real, o sea, es cotidiana, y de esta forma los oyentes pueden entenderla más claramente. Así que tiene un fin específico y es ser didáctica, esa es la función de la parábola, ser didáctica, poder transmitir de una manera sencilla verdades muy profundas. fue realmente la forma preferida del Señor para enseñar estas grandes verdades. Todos recordamos, por ejemplo, la parábola del hijo pródigo. ¿Quién no la recuerda, no? La de la perla de gran precio, la casa sobre la roca, la del sembrador. Bueno, hay tantas palabras que podemos recordar de estas parábolas. Las parábolas tienen por objeto, en primer lugar, revelar la verdad. son por así decirlo ventanas que se abren para que pueda entrar la luz y entonces podamos ver esa verdad que el señor quiere revelarnos a través de la enseñanza de la parábola pero también tiene como objeto conservar la verdad Porque a través de estas ilustraciones nos es muy fácil recordarlas. ¿Quién no recuerda la enseñanza del Hijo Pródigo? Todos la recordamos, ¿no? ¿Qué hay detrás de la parábola del Hijo Pródigo? ¿Qué es lo que el Señor quiere enseñarnos a partir de estas parábolas? Así que es una forma también de conservar la verdad. De otra parte, también las parábolas sirven para mostrarnos nuestra propia condición, para despertar nuestra conciencia, para que nos veamos tal como somos. Y esta es una de ellas, esta parábola que vamos a estudiar esta mañana. Y finalmente, otro objetivo que tienen las parábolas es esconder la verdad a aquellos que no tienen hambre y sed de justicia. ¿Se acuerdan que el Señor les dijo eso a sus discípulos, no? Los discípulos preguntaban, ¿por qué nos hablas por parábolas? Él dice, porque quiero que solamente la entiendan ustedes. Así que también esconde verdades, ¿no? Es verdad que revela verdades para algunos, pero esconde verdades para otros. Tiene esas cuatro funciones la parábola. Normalmente están estructuradas en tres componentes, en tres partes. En primer lugar, ¿a quién va dirigida la parábola? ¿Cuál es la población objetivo, digamoslo así, como dirían los técnicos? Luego el relato propiamente dicho, cuál es el cuadro, cuál es la ilustración que el Señor utiliza y finalmente cuál es la enseñanza o la conclusión a la que se llega a partir de ese cuadro, de esa ilustración. Algunas veces la estructura está embebida, está articulada entre sí y no es fácil poderla distinguir, pero en este caso en particular, en el caso de la parábola del fariseo republicano, sí que nos resulta sencillo descubrir esas tres componentes y va a ser entonces la estructura que utilizaremos en este sermón, hermanos. Así que el primer punto es, ¿a quién va dirigida esta parábola? El versículo 9 nos dice, a unos que confiaban en sí mismos como justos, Otra traducción dice, a unos que habían puesto su confianza en su propia justicia y menospreciaban a los otros, que quizás a su parecer no eran tan justos como ellos. Va orientada esta parábola a este tipo de personas, aquellos que confiaban en sí mismos como justos. Podíamos casi que asegurar, hermanos, que este grupo a quienes iba dirigida la parábola no eran fariseos propiamente dichos. Porque lo hubiera dicho, ¿no? Y en ese caso no sería una parábola, sino sería una enseñanza directa a los fariseos, ¿no? Es una parábola dirigida a otro grupo de personas que confiaban en sí mismos. Vamos a detenernos en este primer versículo porque aquí aparece un concepto que es fundamental para todos nosotros como cristianos. Es un concepto central del Evangelio y es un concepto que debemos entender con claridad si queremos realmente servir al Señor. Es el término de la justicia. Y más concretamente quisiera referirme esta mañana a la justificación. Todos hemos repetido muchas veces este término, ¿no? La justificación. Hemos sido justificados por el Señor. Pero a la hora de investigar, a la hora de reflexionar sobre lo que significa eso para nosotros de la justificación, quizás nos quedamos un poco cortos frente a la realidad que el Señor explica en su palabra de lo que significa la justificación. Y por eso quisiera detenerme en este primer versículo, o en este versículo 9 de la parábola, para hablar de lo que significa la justificación. Todos sabemos, hermanos, que este mes de octubre estamos conmemorando, y en este caso, los 499 años de la Reforma Protestante. Ya el próximo año serán los 500 años, una fecha importante. Si nos pidieran a cada uno de nosotros indicar en dónde radicó la esencia del inicio de la Reforma, o cuál fue el punto central de divergencia entre aquellas personas que vivieron la reforma en ese momento para que se produjese ese sisma, esa división en la iglesia, ¿qué podríamos responder? Quizás algunos dirían, bueno, probablemente esto tiene que ver con la compra de indulgencias, y efectivamente ese fue como el desencadenante. Otros podrían decir, bueno, era el paganismo que estaba viviendo la iglesia oficial en aquel entonces, y cuando Martín Lutero fue a visitar Roma, pues se sintió completamente desencantado de la realidad de aquella iglesia. Pero realmente lo que causó el sisma, el punto central en el cual se centra, valga la redundancia, esta divergencia, es justamente este tema, la justificación. la justificación. Allí radica el eje en el cual se parte la iglesia en esa historia que todos conocemos. Es la doctrina que marca la línea roja, hermanos, entre lo que divide al cristianismo bíblico de todas las otras corrientes religiosas, incluyendo el catolicismo romano. Es, por tanto, para nosotros como cristianos una imperiosa necesidad el poder comprender a cabalidad qué es lo que significa la justificación. como eje central del Evangelio. Vuelvo y repito, si es que queremos ser guardianes y defensores de la verdad. Permítame entonces, hermanos, referirme a eso de la justificación, pero quisiera comenzar diciendo qué no es la justificación. Qué no es la justificación para que nos podamos centrar un poco luego en lo que el Señor Jesús enseña en esta parábola. Podemos decir en primer lugar, hermanos, que la justicia no es una característica que Dios nos infunde o que Él ponga en nuestro corazón para que sea una posesión nuestra. A ver, ya aquí comienza a chocar un poco nuestras ideas de lo que es la justificación, ¿no? No es algo que Él nos entregue a nosotros, en otras palabras. No es una semilla que Él ponga en nuestro corazón para que esta semilla germine y produzca frutos. La justificación no es eso, hermanos. Así que ese es un primer punto que debemos tener claros, hermanos. La justicia no es una característica que Dios nos infunde a nosotros. Conectado con lo anterior, el segundo punto es que ser justificados es diferente a ser de alguien una buena persona. Esto tampoco es la justificación. No es, por lo tanto, una transformación moral del individuo. Esto no es justificar. Y en ese sentido es que tenemos una profunda diferencia con el catolicismo romano y con las corrientes evangélicas que creen que la gracia del perdón de Dios se pueda perder porque no alcanzamos unos estándares morales determinados. Van dos puntos, ¿no? El tercer punto es que ni la fe misma, ni nuestra acción de creer, ni ninguna otra obediencia a leyes, a costumbres, a ritos, son razones para nuestra justificación. También choca, ¿no?, un poco esta realidad, esta afirmación. Voy a repetirla. Ni la fe misma, ni nuestra acción de creer, ni ninguna otra obediencia a leyes, a ritos, a sistemas religiosos, son razones para nuestra justificación. Nuestra fe, que es un don que el Señor nos da, no es nuestra justicia, hermanos. La fe misma por sí sola no es nuestra justicia. ¿Qué es lo que hace la fe entonces? Algunos se estarán planteando, bueno, ¿y esto qué significa entonces? ¿Para qué sirve la fe? La fe nos une a Cristo. Esa es la razón de ser de la fe, que nos una a Cristo. Yo les aseguro, hermanos, que hay personas que no creen en absoluto en Cristo y quizás tienen más fe que nosotros, en cualquier cosa, ¿no? Así que la fe por sí misma realmente no nos justifica. nos justifica el hecho que esa fe nos une al Señor Jesucristo, nos une a su causa, y cuando Dios nos ve unido a Cristo, entonces ve la justicia de Cristo como nuestra. Esa es la gran diferencia. ¿No les parece maravilloso, hermanos? Maravilloso. Esa es la única razón, queridos hermanos, por la cual Dios nos declara justos. Así que la fe es solamente un vehículo que nos conduce hacia Cristo, y Cristo sí es nuestra justicia. Sólo Él. No nuestra fe. O algún mérito de parte nuestra. O alguna obediencia a alguna ley. O el venir a los cultos cada domingo. o la atender a las predicaciones y escuchar durante la semana tres o cuatro predicaciones por internet cada día. Eso no nos justifica. Eso no nos justifica. ¿Qué es la justificación? Ya vimos qué no es. Sí, qué no es, aquellos tres puntos. Ahora, ¿qué es nuestra justificación? Nuestra justificación es un acto legal de parte de Dios, mediante el cual Él declara que nuestros pecados están perdonados y que la justicia de Cristo nos pertenece y por lo tanto nos ve justos ante sus ojos. Esa es la justificación. Vuelvo a repetirla. que es importante que interioricemos estas verdades. La justificación es un acto legal de parte de Dios mediante el cual Él declara que nuestros pecados están perdonados y que la justicia de Cristo nos pertenece y por lo tanto nos puede ver como justos. Eso es la justificación. Esto lo conocemos como la justicia imputada. Y la imputación es diferente de la impartición, y por eso hablábamos de aquel primer punto de lo que no es la justificación, ¿no? Imputación y diferente impartición. Dios imparte efectivamente dones, Dios nos ha impartido dones a nosotros, imparte frutos, ¿sí? dones y frutos y características con las cuales nosotros podemos crecer en santidad, podemos servirnos como hijos de Dios, podemos ayudarnos mutuamente como iglesia. Esas son las características que Dios imparte a sus hijos. Pero la imputación es una obra suya por completo. Allí nosotros no intervenimos absolutamente para nada. Allí no intervenimos para nada. En la santificación sí, ¿no? Porque vamos obedeciendo la palabra del Señor y esa obediencia hace que cada vez seamos más parecidos al Señor Jesucristo, pero es una obediencia también que el Espíritu Santo obra en nuestro corazón. Sin embargo, la imputación de la justicia es una obra suya por completo. Dios nos imputa, es decir, nos atribuye, nos otorga un título y ese título es la justicia de Cristo para que tal justicia sea nuestra. La justificación, por lo tanto, es una declaración de tipo legal. Es una declaración de tipo legal que Dios nos hace a los escogidos. Y esa declaración dice, no eres culpable. No eres culpable. Qué declaración tan extraordinaria. Esa es la aclaración que Dios hace para sus hijos, para sus escogidos. En un tribunal donde se hace un juicio hay dos posibles veredictos, ¿verdad? Culpable o inocente. Siempre pasa así en los juicios, ¿no? O es culpable o es inocente. No es que sea medio culpable, ¿no? O es culpable o es inocente. Y ese veredicto conduce entonces a una sentencia. Una sentencia de condenación o una sentencia de justificación. Eso es lo que se hace en los juicios. Por eso estamos hablando de aquí de un término judicial. Esto de la justificación es un término judicial, una declaración que hace el juez, Dios, sobre nosotros. Si hay actos probados que indiquen la violación de la ley, entonces hay un veredicto de culpabilidad. Y hay una sentencia sobre ese veredicto de culpabilidad. Evidentemente, se tiene que pasar X años en la cárcel. para revertir esa culpabilidad. Pues esto mismo es lo que sucede con el Señor, solamente que la sentencia que el Señor hace a sus hijos es una sentencia de justificación. No debes nada, nos dice el Señor a sus hijos. No debes absolutamente nada. Dios lo declara de esa manera. Todos sabemos cuando nos examinamos nuestro corazón que esto en nosotros mismos no podemos asumirlo. ¿Quién de nosotros puede decirle al Señor, no te debo nada? Ninguno, ¿no? Si es que cada día le debemos la vida, comenzando por ahí, más todo lo que viene en la vida, ¿no? Todo su cuidado, el hecho de que estemos aquí hoy congregados, el hecho de que podamos abrir la palabra de Dios con libertad, esos son regalos del Señor. Y son regalos que no merecemos, ¿no? Que no merecemos. Así que, queridos hermanos, Dios no ve en nosotros ni el más mínimo ápice de justicia por nosotros mismos. Es que ni nosotros mismos la vemos, ¿no? Pero lo que sí hace el Señor, hermanos, es que Él nos acredita su propia justicia. Él nos acredita la justicia de Cristo por medio de la fe. Y este hecho, queridos hermanos, vuelvo a repetir, es el gran tesoro del Evangelio. Que Dios nos declare justos. es el gran tesoro del Evangelio. Ya vamos entendiendo por qué razón hubo el sisma de aquel siglo, de hace casi 500 años. Había una razón importante, una razón importante. La interpretación, hermanos, de la justificación de los católicos romanos y de otras religiones es diferente a la que hoy estamos exponiendo en este lugar. Ellos entienden que la justificación es algo que nos cambia en nuestro interior y nos hace más santos. por dentro de tal manera que para ellos es una acción transformadora que mejora nuestra naturaleza. Esa es la interpretación que ellos hacen de la justificación. De hecho el Concilio de Trento dice lo siguiente con respecto a la justificación. La justificación es la santificación y la renovación del hombre interior. Esa es la afirmación que hace el Concilio de Trent. Eso es la justificación. Y esto es un gravísimo error doctrinal, hermanos, porque esto conduce indefectiblemente a un estado de incertidumbre permanente en el corazón del ser humano. Un estado de incertidumbre frente a la salvación, porque nunca vamos a alcanzar tal grado de transformación en nuestro propio ser como para que se nos otorguen ese título de justos. nunca lo llegaremos a obtener por nuestros propios medios. Para ellos, entonces, no es un acto legal de Dios. Y eso marca una diferencia substancial en la vida de una persona. Creer que Dios nos declara justos a construir nosotros mismos nuestra propia justificación marca una diferencia abismal en las doctrinas en las cuales creemos. Por eso digo que este tema es muy relevante para nosotros, hermanos, el tema de la justificación. Debido a esa forma errónea de entender la justificación, se han encadenado una serie de artilugios humanos para alcanzar, entre comillas, aquel estado de justificación. Entonces se han inventado cosas, ¿no? La extrema unción, por ejemplo. Si alguien no recibe la extrema unción, entonces es condenado, ¿no? Y es un acto allí que realiza una persona sobre otra. Para ver si con esto se alcanza ese nivel de justificación. las oraciones por los muertos, las indulgencias, solamente para mencionar algunos aspectos relativos a esta convicción equivocada que tienen algunos. En otros casos, ya no hablando solamente de los católicos romanos, sino en otras corrientes, incluso evangélicas, aparecen entonces los largos ayunos y vigilias, las guerras espirituales, las declaraciones, las sumas de obras piadosas, la dependencia de líderes religiosos, el activismo religioso, la construcción de una cultura evangélica que comienza por adoptar un lenguaje evangélico. Adoptar un lenguaje evangélico es muy sencillo. Hay una cultura allí que se está construyendo y que últimamente ha crecido de una forma vertiginosa a partir de las redes sociales e internet. Hay personas que escuchan y escuchan y escuchan sermones y sermones y sermones a ver si de pronto alcanzan un nivel de justificación adecuado. Y no se alcanzan. No se alcanzan nunca de escuchar y de construir esa cultura evangélica. Y esto no nos justifica, hermanos. Esto no nos justifica. Este tipo de errores son los que el Señor denuncia entonces en esta parábola. ese tipo de errores. Porque todos ellos, indefectiblemente, conducen a diferentes, entre comillas, grados de justicia, que para lo único que sirven es para enorgullecer a algunos y para poner una pesada losa sobre la cabeza de otros. Si no comprendemos lo que significa la justificación, nos pasa eso. Algunos se creen que tienen un alto grado de justicia. y para otros es una loza pesadísima que no pueden levantar. Es por eso que el Señor entonces dirige esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos y menaspreciaban a otros. Bueno, nos hemos detenido allí en el versículo primero de ese pasaje, ¿no? Avancemos un poco, hermanos. dice el versículo 10, dos hombres subieron al templo a orar, y aquí comienza entonces el relato propiamente dicho de la parábola, dos hombres subieron al templo a orar, uno era fariseo y el otro publicano. ¿Por qué utiliza el Señor estas dos figuras? ¿Quiénes eran los fariseos y quiénes eran los publicanos? Bueno, quizás Todos conocemos un poco de ambos tipos de grupos. Los fariseos eran personas notables en aquella cultura, reconocidos por su autoridad religiosa. Eran famosos por su moralidad. De hecho, la palabra fariseo, cuando la buscamos, en su original significa separado. significa separado, porque guardaban de manera estricta un código ceremonial que los hacía como apartados, como separados del resto del pueblo. Ese código ceremonial incluso más riguroso que muchas de las leyes que realmente estaban escritas en la Biblia de entonces. Por ejemplo, el ayuno. Este fariseo dice ayuno dos veces por semana, pero la ley del Señor establecía que se debía ayunar una vez al año. Una vez al año ellos ayunaban dos veces por semana. Hablaban del diezmo. Dicen, doy el diezmo de todo, ¿no? Incluso el diezmo de la huerta propia, ¿no?, de casa. También ellos dirmaban sobre eso y la ley no establecía aquello. Sin embargo, ellos daban el diezmo de las hierbas que cultivaban en su propia huerta. Esas eran cosas que ellos hacían y que mandaban a otros hacer, creando a su alrededor un modelo de virtud religiosa. Y eran personas que en su entorno eran muy respetables. Muchos llegaron a pensar, no tengo la más mínima esperanza de llegar a ser como los fariseos, son excelentes, viven como santos. Claro, nosotros hoy tenemos la palabra del Señor abierta y podemos saber quiénes eran los fariseos, pero entonces la cultura que se vivía en ese momento era otra cosa. Era gente admirada, porque guardaban fielmente entonces, incluso mucho más allá, las leyes ceremoniales establecidas para el pueblo de ese momento. Esos eran los fariseos. Esos eran los fariseos. ¿Y quiénes eran los publicanos? Los publicanos eran considerados traidores, traidores del pueblo. ¿Por qué razón? Porque ellos, de alguna manera, se habían vendido a los romanos. Habían adquirido unos derechos a través de unas subastas que se hacían en aquel entonces. Habían adquirido el derecho de cobrar impuestos. Y claro, como era una compra que ellos hacían a través de una subasta, ellos tenían que recuperar el dinero. Por lo tanto, cobraban más de los impuestos que debían para poder obtener las ganancias y también poder pagar la inversión que hicieron. Era una transacción comercial, básicamente. esos eran los publicanos, eran personas consideradas para el pueblo equivalentes a los adúlteros, equivalentes a las rameras, equivalentes a los pecadores, esos eran los publicanos. Vemos los dos extremos, los fariseos considerados como gente buena, como gente recta, con una moral exquisita, y publicanos, los desechables, los traicioneros, aquellos que se reunían solamente con los pecadores. aquellos que no merecían absolutamente ninguna consideración porque nos habían vendido. Esos eran los dos extremos y esas son las dos figuras que el Señor utiliza entonces en esta parábola. ¿Qué hace el fariseo? Leamos allí los versículos 11 y 12. El fariseo puesto en pie oraba consigo mismo de esta manera. Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres. ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano, ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano." Esa fue la oración del fariseo. Al menos encontramos unos cuantos errores en los conceptos que manejaba el fariseo y que el Señor trata de resaltar aquí para que los entendamos. Errores que evidencian la falta de comprensión que tenían los fariseos de lo que significaba la justicia de Dios. En primer lugar, dice el texto que oraba consigo mismo. Oraba consigo mismo. Había una autocomplacencia. un orgullo allí que resaltaba. Realmente no daba gracias a Dios, sino que se pavoneaba delante de Dios. Como el pavo real, ¿no? Cuando se le mira, saca el plumaje allí para mostrar su orgullo. Eso hacía el fariseo, sacaba su plumaje para que lo miraran, para que dijeran, uf, qué bueno esta persona, ¿no? Excelente, maravillosa. Nunca alcanzaría ese estándar de moralidad que tiene el fariseo, como solían decir los de aquel entonces. Notemos en sus palabras la cantidad de veces que usa la primera persona. Yo soy, yo ayuno, yo doy. Señor, yo soy la joya de la corona. En otras palabras, está diciendo allí el Señor. El segundo error, dice el fariseo, no soy como los otros. Claro, si yo soy la joya, la corona, todos los demás Quedan por debajo, ¿no? No soy como los otros. Se compara con los otros hombres y los juzga, pero no los juzga basados en la palabra, sino los juzga basado en su propia justicia. Él ha puesto su listón, ¿no? El fariseo. Y juzga con base en ese listón. Es verdad, este hombre no robaba. Lo que él dice ahí es cierto. No robaba, como quizás lo hacía el publicano. No explotaba a nadie. No era injusto, según el parecer de la gente, no era injusto. No era adúltero. De hecho, él no estaba mintiendo. Él estaba diciendo cosas que eran verdad en él. Pero esas verdades eran para mostrarle a Dios su justicia. Para pavonearse, vuelvo y repito. Y el tercer error que presenta el fariseo en esta oración es el error que podríamos llamar el error del buen desempeño. Informa a Dios sobre lo que él hace. Eso es lo que está haciendo el fariseo. Señor, voy a pasarte revista de lo que yo hago. Mira, yo ayuno dos veces por semana. Más de lo que tú pides estoy haciendo, Señor. Dos veces por semana. Imagínate. Vengo al culto todas las veces que el pueblo de Dios se reúne. Vengo al culto los domingos en la mañana. Me quedo hasta las tantas de la noche. Vengo el jueves. Vengo el viernes. Vengo el sábado. Voy a la reunión de X casa donde se realizan los cultos. Señor, hago todo esto. Ayuno dos veces por semana. doy el diezmo de todo, de las hierbas, de la menta, del eneldo, del comino. Mira, señor, todo lo que yo he ayudado para construir ese local". Y se paboneaba delante del señor. Eran muy religiosos, muy detallistas en los servicios y en las ceremonias religiosas. Algunos cuentan que ellos se lavaban las manos Muchísimas veces durante la comida. Ustedes saben que los judíos y los países orientales comen con las manos. No utilizaban cubiertos. Claro, cada vez que cogen algún alimento tenían que irse a lavar las manos otra vez. Y lo hacían de tal manera que levantaban las manos para que el agua les escurriera y se viera que se lavaban las manos. Eso hacían los fariseos. Así que comenten ese error del buen desempeño. Y en cuarto lugar llega su descaro hasta el punto de señalar al publicano, un hermano que estaba ahí sentado orando a Dios. Lo señala, le dicen yo no soy como aquel hombre, pecador, impío, se junta con aquellos, con aquellas, nos está robando y míralo aquí arrollado orando. Es lo que el fariseo le está diciendo al Señor. Notamos, hermanos, estos errores que estaba cometiendo el fariseo en estos par de versículos que el Señor narra en su parábola. Esto era lo que estaba haciendo el fariseo. ¿Y qué hace el publicano? Versículo 13. Mas el publicano, estando lejos, él no se atrevió a acercarse mucho, No quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo, Dios, sé propicio a mi pecador. Hace una corta oración. Quizás es una de las oraciones más cortas que aparecen registradas en la Biblia. No sé si ustedes recuerdan alguna otra oración más corta que esta. Señor, sé propicio a mi pecador. Cinco palabras. Cinco palabras. Señor, sé propicio a mi pecador. Además de ser una oración muy corta, es una oración contestada, como vamos a ver más tarde. A diferencia del fariseo, en primer lugar, podemos ver que él utiliza de manera consistente la segunda persona, o sea, se está refiriendo al Señor. Se dirige a Dios. No está hablando con él mismo, ni está diciendo yo, Señor. Yo soy esto, yo hago aquello. no soy como aquellos otros, sino está diciendo Señor, se está dirigiendo a Dios. El protagonista de su oración es Dios, no soy yo, es el Señor. Y a Él dirige su oración. Y cuando usa la primera persona lo hace para mostrarse indigno. Solamente utiliza un yo. Y ese yo es soy pecador. Yo soy pecador. Está diciendo el Señor. No como el fariseo. Está diciendo yo soy pecador. Dice la forma en que se presenta delante del Señor. Con humildad, no se atrevía a levantar los ojos, dice el texto. Se golpeaba el pecho diciendo Señor sé propicio a mi pecador. El segundo punto de esta oración del publicano es que muestra una profunda actitud de vergüenza delante del Señor, de falta de dignidad delante de Dios. Él reconoce que no es digno, lo sabe perfectamente, ni siquiera, vuelvo y repito, se atreve a levantar el rostro para hablarle al Señor, sino que con su cabeza agacha, está golpeándose el pecho, diciendo, Señor, soy pecador. Soy un pecador. Muestra una profunda actitud de arrepentimiento. Cuando dice que se golpea el pecho es esto, ¿no? Una profunda actitud de arrepentimiento. ¿Notamos la diferencia? ¿Notamos el sentido que el Señor quiere darle a esta parábola? Por un lado están aquellos magníficos fariseos que todos reconocían como los grandes religiosos que conocían perfectamente la ley de Dios que sabían comportarse como es digno delante de los demás, que se lavaban las manos constantemente, que ayunaba dos veces por semana, que daba los diezmos más de lo que debía. Personas admirables en aquella cultura. Y por otro lado, un pecador menospreciado por los demás, tildado de traicionero. Y fíjense lo que el Señor les hace decir en esta parábola. Es una pintura muy bien hecha de muchas realidades que vemos hoy en medio nuestro. Lo condenable, hermanos del fariseo de la parábola, no es lo que él hacía o lo que él dejaba de hacer, porque realmente él vivía una vida moralmente mejor que la del publicano. O sea, si lo miramos a la luz del baremo que nosotros utilizaríamos para medir la excelencia de una persona, el fariseo indudablemente era mejor que el publicano. ¿O quién puede decir que no? Era mejor que el publicano. Pero lo que el Señor está señalando es la actitud de orgullo, de enaltecimiento, de altivez, que tenía con Dios mismo y también con los otros que no alcanzaban a llegar a ese nivel del éxito religioso que tenía el fariseo. Tanto que el Señor los critica duramente. Si alguien criticó al Señor Jesús mientras estuvo aquí en la tierra fue a los fariseos justamente. Les habló directamente con palabras muy fuertes. Los trató de hipócritas. Les dijo, ¿por qué se lavan las manos si el corazón está absolutamente podrido? ¿Por qué se lavan el rostro como si fuesen sepulcros blanqueados, pero por dentro no hay sino podredumbre? El Señor les habla así de duro a los fariseos. Alguien dijo, Religión es lo que alguien hace con su soledad. Si uno quiere realmente saber lo que es, puede hallar la respuesta cuando uno está solo con sus pensamientos, con sus deseos y con sus imaginaciones. Lo que hay dentro, lo que ocultamos del mundo exterior porque nos avergüenza, eso es lo que realmente somos. Claro, el Señor conocía el corazón de los fariseos y por eso lo señala como lo señala a lo largo de todos los evangelios. Porque mostraba una cara delante del público. Pero en su soledad, en sus pensamientos, en sus deseos, en sus imaginaciones, allí donde se ve la realidad del ser humano, era otra cosa. Era otra cosa. El publicano, queridos hermanos, tampoco es un modelo para nosotros, evidentemente. Realmente era un ladrón que aprovechaba su condición de recargador de impuestos para quedarse con un poco de dinero, para explotar a los suyos, a los de su nación. Pero en él, en cambio, al contrario del fariseo, vemos una actitud de humildad, de arrepentimiento cuando se acerca al Señor. ¿Podríamos ser nosotros tentados esta mañana, hermanos, a pensar que el malo del cuento es el fariseo y que el bueno es el publicano? ¿Qué creen? Sería un grave error de nuestra parte pensar así. Vuelvo y repito, en la época de Jesús los fariseos eran realmente personas admiradas y los publicanos eran gente odiada. Era gente odiada. Realmente, si examinamos la vida de estas dos personas, no vemos a ningún hombre bueno. Ninguno de los dos es bueno. Aquí no hay un bueno. El único bueno es Dios. Aquí no vemos a ningún bueno. Los dos hombres son pecadores. Los dos hombres necesitan de la gracia del Señor. Los dos hombres necesitan del perdón del Señor. Pero la gran diferencia es que uno lo sabía y el otro no. Esa es la gran diferencia. Uno sabía que necesitaba del Señor. El otro no lo sabía. ¿Cuál es la enseñanza, hermanos, que podemos sacar? Recordemos otra vez la petición del publicano. La petición, que vuelvo y repito, fue contestada. La petición del publicano es, sé propicio a mi pecador. ¿Y qué significa esa palabra de propicio? Se propicio, tiene que ver con la propiciación, ¿no? Pues la definición de propiciación, hermanos, es apartar la ira mediante la satisfacción de la justicia que se ha violado. Eso significa propiciar. Vuelvo y repito, apartar la ira mediante la satisfacción de la justicia que se ha violado. En otras palabras, podríamos leer la oración del publicano de la siguiente manera. Señor, sé que soy pecador y no tengo ninguna excusa que presentarte ni ningún argumento de mi parte, pero te pido que apartes tu ira y que tú seas mi justicia. Esa es la oración del publicano. Aparta tu ira de mí, Señor, y sé tú mi justicia. Aquella oración fue contestada, tal como dice el versículo 14. Os digo que éste, refiriéndose al publicano, descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Él descendió a su casa justificado, dice el texto bíblico. Es decir, Dios le declaró justo. ¿Merecía la justicia al publicano? No la merecía, para nada. Pero Dios hace una sentencia y dice, te declaro justo. Te declaro justo. Dios le imputó al publicano su propia justicia y ahora entonces lo ve sin pecado. Ahora lo ve limpio, sin pecado. ¿Por qué? Porque eso es lo que hace Dios con todos aquellos que Él ha escogido a su reino. Les muestra su condición de pecado y los atrae a sus pies, a los pies de Cristo, los trae humillados y sin ninguna otra esperanza que su propia misericordia, la misericordia de Dios, y entonces los declara justificados. Eso es lo que hace el Señor con sus llamados, con sus hijos. Les muestra su condición como el publicano. Eres pecador. Producen ellos el arrepentimiento. Los trae a los pies de Cristo y les dice, Cristo, es tu justicia. Por lo tanto, te declaro justo. ¿No les parece maravilloso el Evangelio, hermanos? ¿No les parece que fue razonable que existiera aquella división de la Reforma? Claro que sí, hermanos. Claro que sí. Porque estaba en juego la esencia del Evangelio. Estaba en juego el eje sobre el cual gira el Evangelio, que es la justicia de Dios. Allí estaba el centro de la disputa que había en aquel entonces y por eso se produjo aquel sisma por la providencia de Dios en aquel entonces. Hermanos, a Cristo le fue imputada nuestra injusticia, aunque Él era perfectamente justo. Y a nosotros nos ha sido imputada la justicia de Cristo. aunque en realidad éramos completamente injustos. En eso consiste el Evangelio, hermanos. La fe que nos une a Cristo es la que nos permite presentarnos delante del Padre y decirle, Señor, mírame a través de Cristo. Mírame a través de Cristo. Él, el Señor Jesucristo, toma nuestro pecado y nosotros tomamos su justicia. perfecta, completa. Por eso el padre puede decir, eres justo, porque ve la justicia de su hijo. La palabra dice allí en segunda Corintios cinco, lo siguiente, al que no conoció pecado, está hablando de Cristo. Dios le hizo pecado por nosotros para que fuéramos hecho justicia de Dios en él. ¿Qué hermoso resumen del Evangelio? Al que no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros para que fuéramos hecho justicia de Dios en él. Esa es la gracia del Señor, hermanos. Esa es la gracia del Señor. Ha habido a través de la historia, queridos hermanos, muchos hombres y mujeres, personas que han batallado en sus corazones para poder entender la realidad de la justificación. Podemos traer a Colasio muchos ejemplos, Pablo mismo. Pablo fue un fariseo, si lo saben, ¿no? Pablo fue fariseo. Luchaba en su interior, ¿no? Él quería ser bueno delante del Señor. De hecho, él mismo dice que ante la ley era irreprensible, lo dice en el texto. Pero el Señor lo tumbó en el camino a Damasco para mostrarle su justicia. Martín Lutero también luchó con este tema mucho tiempo. Él quería del Señor, buscaba del Señor, pero no había entendido lo que significaba la justicia de Dios, la justificación de Dios. Hasta que un día la entendió, escudriñando la palabra, leyendo allí el libro de Romanos, el libro de Gálatas, entendió lo que significa la justicia solamente por gracia del Señor. y Martín Lutero se convirtió al Señor. Fue justificado. El Señor dio el veredicto allí con su martillo. Eres justificado. John Bunyan, otro gran hombre de Dios, todos lo reconocemos como el autor del progreso del peregrino. Voy a terminar leyendo, porque no lo puedo hacer mejor que él, una frase que aparece en uno de sus escritos a propósito de aquel versículo que dice que para que fuéramos nosotros hecho justicia de Dios. Dice así este texto. Un día, mientras paseaba por el campo, esta oración, refiriéndose al versículo, derribó mi alma. La justicia de Dios está en el cielo. Y me pareció, además, ver con los ojos de mi alma a Jesucristo, a la diestra de Dios en ese momento. Dije entonces, Él fue mi justicia. Así que donde quiera que yo esté o cualquier cosa que esté haciendo, Dios no puede decir de mí, a Él le falta mi justicia, porque la justicia de Dios está siempre delante de mí. También vi, por otra parte, que no era la buena disposición de mi corazón la que determinaba mi justicia, que mi justicia fuera mejor, ni tampoco era mi mala disposición la que determinara que mi justicia fuera peor, sino que mi justicia era el mismo Señor Jesucristo, el mismo ayer, hoy y por los siglos. Ahora sí se rompieron las cadenas de mis pies, dice Ñambuyan. Ahora sí fui liberado de mis aflicciones y de mis grilletes. Ahora sí desaparecieron mis tentaciones. Así que en ese momento esas temibles escrituras de Dios dejaron de inquietarme. Ahora que se han ido, puedo regresar a casa regocijándome en la gracia y en el amor de Dios. Este es el centro del evangelio de la gracia de Dios, hermanos.
El Verdadero modelo
Sermon ID | 10916175015 |
Duration | 49:37 |
Date | |
Category | Sunday Service |
Language | Spanish |
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