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Le damos la bienvenida a la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona, España, y le invitamos a que visite nuestra página web por gracia.es. Deseamos que Dios le bendiga ahora a través de su palabra. El libro de los Hechos es, por muchas razones, un referente para nosotros. En Hechos encontramos los primeros cultos, el primer partimiento del pan, las primeras iglesias, los primeros diáconos, los primeros pastores, los primeros bautismos. Entonces, vamos muchas veces al libro de Hechos de los Apóstoles para encontrar un referente de aquello que era la forma original en la cual encontramos, en este caso, el bautismo. Vamos a leer este pasaje en Hechos 8.26. hasta el 39, pasaje conocido por todos cuando Felipe se encuentra con el etíope y es bautizado. Hechos 8, 26. Un ángel del Señor habló a Felipe diciendo, levántate y ve hacia el sur por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue, y sucedió que un etíope, Eunuco, funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe, acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe le oyó que leía al profeta Isaías y dijo, ¿pero entiendes lo que lees? Él dijo, ¿y cómo podré si alguno no me enseñare? Y robó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la escritura que leía era este, Como oveja a la muerte fue llevado, y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia, mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiéndole a Eunuco, dijo a Felipe, te ruego que me digas, ¿de quién dice el profeta esto, de sí mismo o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta escritura, le anunció el Evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua. Y dijo el eunuco, aquí hay agua. Permitidme que señale hacia aquí, ¿vale? Aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo, si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo dijo, Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro, y descendieron ambos al agua, Felipe y Eleonuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. y el eunuco no le vio más y siguió gozoso su camino. Qué hermosa historia, ¿verdad? Tremendo. Como decía, Hechos es, de alguna manera, la inauguración de la Iglesia, el principio de esta nueva era en la que estamos. Hechos 2, leemos que el Espíritu Santo desciende y empieza, se funda de alguna manera, se inaugura la Iglesia del Señor. Poco después, en Hechos capítulo 7, encontramos un episodio triste en la historia de la Iglesia, el martillo de Esteban. Esteban es apedreado, pero el Señor utiliza esas circunstancias tristes en la historia de la Iglesia para que se lleve a cabo la Gran Comisión. A raíz del martillo de Esteban, la Iglesia se extiende, se esparce, y realmente extienden también las buenas nuevas del Evangelio. Me seréis mis testigos en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra", dijo el Señor Jesús. Encontramos poco después, en el capítulo 8, que el Evangelio es predicado a los samaritanos, aquella gente con la cual los judíos no querían nada que tener. Y muchos se entregan al Señor. De manera que es bendición a todas las naciones, más allá de las fronteras de Israel. Gracias al Señor que el Evangelio no fue sólo para los judíos, también para nosotros, para los gentiles. De hecho, siempre ha sido así. Leemos el Antiguo Testamento y vemos conversiones de extranjeros. Raab de Jericó, Ruth de Moab, los Ninivitas y tantos otros pueblos, Naamán, el Sirio, siempre ha habido extranjeros que se han incorporado al pueblo de la fe, porque el pueblo de Abraham ha sido siempre el pueblo de la fe, ¿verdad? Id por todo el mundo y predicad el Evangelio, dijo el Señor Jesús. Y encontramos ahora en el capítulo 8 una expresión fantástica de esa gran comisión que el Señor nos dijo, y por todo el mundo. Está predicando aquí Felipe a un etíope. El Evangelio cruza las fronteras, se va hacia África. Un poco antes encontramos a Saulo que se convierte camino de Damasco y predica en Damasco. El Evangelio va hacia el norte. Ahora, Felipe predica al Eunuco y se lleva el Evangelio hacia Etiopía. El Evangelio va hacia el sur. El Evangelio va en todas direcciones. Se extiende desde Jerusalén. Ahora, leemos algo curioso. El Espíritu Santo le dice a Felipe, ves al desierto. Bueno, allí no hay mucha gente para predicar, ¿no? En el desierto no hay nadie. ¡Qué confianza en la providencia y en la guía del Señor! ¡Va al desierto! ¿Qué? No hay nadie. Pero allí es donde se cruza, en el camino. Se cruza con este extranjero, con este etíope, ministro del gobierno allí en Etiopía. Un viajero. Había estado en Jerusalén para la Pascua, era devoto judío, a pesar de ser extranjero, y estaba regresando a su tierra. Y aquí encontramos en esta breve historia, en este breve episodio que acabamos de leer, varias cosas referentes al evangelismo para aquellos de nosotros que somos creyentes. En primer lugar, vemos que Felipe y el etíope están caminando en el mismo camino, ambos en el mismo camino. Probablemente Felipe va andando y el eunuco pasa con su carro, con su séquito, con sus siervos, pero van en el mismo camino. Dice que es ministro de la reina Candace. Algún comentarista dice que Candace quedó como título, debió haber una reina que se llamaba Candace, pero quedó como título para todos los reyes y reinas de Etiopía, así como César quedó como título para todos los emperadores de Roma. Así que no era un etíope más, era un ministro. Dice que estaba sobre los tesoros de la reina. Vamos, que era el ministro de Hacienda de Etiopía, que había estado en Jerusalén y regresaba hacia su país. Y tenemos algo que aprender de este breve encuentro entre Felipe y el etíope, y es que nuestra vida, en el camino de nuestra vida, también se cruza con los caminos de otros, ¿verdad? Tantas veces compartimos, por un tiempo, el mismo camino. Durante cuatro o cinco años, con ese compañero de universidad, compartimos el mismo camino y luego lo dejamos de ver. Durante quince años, veinte años, con un compañero de trabajo, compartimos el mismo camino y luego nos dejamos de ver. El matrimonio es el camino más largo, ¿verdad? Cuarenta, cincuenta... Compartimos el mismo camino durante bastante tiempo. Compartimos el mismo camino con muchas personas a lo largo de nuestra vida. Felipe y el etíope compartieron el mismo camino durante un tiempo, puede que unas horas. pero estuvieron en el mismo camino. ¡Cómo aprovechó el tiempo Felipe! ¡Qué impacto tan grande! Unas horas que fueron tremendamente importantes, no sólo para este etíope, sino para todos aquellos a los cuales, al llegar a su país, iba a poder compartir las buenas nuevas del Evangelio. Así que cuando tu vida se cruce con la de alguien, cuando estéis caminando en el mismo camino por un tiempo, Piensa en Felipe y en el Otiope. ¡Qué oportunidad tan grande para compartir las buenas nuevas, las buenas noticias del Evangelio! Y si tú ya eres creyente, ¿sabes que así fue? Que en algún momento determinado Dios permitió que tu vida, el camino de tu vida, se cruzara con el de un cristiano que te habló del amor de Dios, de la Palabra, de la esperanza de vida eterna, del perdón de los pecados. Aprovechemos ese instante en el cual nuestra vida se cruza con la de otros. Ahora dice algo más. Cuando ya estaba en ese camino y vio al etíope con ese carro, dice que el Espíritu Santo le dijo, ahora acércate. Ahora acércate, no te quedes solo caminando, acércate. Hay ahí un acto de la voluntad, una disposición a no sólo ver la vida de otros al lado nuestro, sino acercarnos con esa intención de compartir las buenas nuevas. Se acercó, por supuesto. Y hay tantas personas que están a nuestro lado, pero no van con nosotros. Subes al metro, ¿verdad? Está llenísimo de gente. Están a tu lado, pero no van contigo. ¿Verdad? Hay muchas personas que están con nosotros cerca, en este camino de la vida, pero no van con nosotros. Acércate, acércate y háblales de Cristo, háblales de Dios, háblales de su necesidad espiritual. Y luego encontramos algo tremendo en este etíope, que leía, leía la Biblia, perdón, tenía la palabra, pero no entendía. Se le acerca a Felipe y dice, pero ¿entiendes lo que lees? Se ve que estaba leyendo en voz alta. Estaba leyendo al profeta Isaías. Y Felipe le dice, ¿entiendes lo que lees? Y qué humildad, qué sinceridad la de este hombre. ¿Cómo voy a entender si alguien no me explica? Si alguien no me enseña. Y los que somos cristianos hemos tenido en alguna ocasión la Biblia en las manos. La leíamos y no la entendíamos. porque no se lee con estos ojos, ¿verdad?, sino con los ojos del corazón, con el entendimiento espiritual que sólo Dios nos puede dar. Hay cosas que los ojos no ven y oídos no oyen, pero por la gracia y la misericordia de Dios. Alguien en alguna ocasión se nos acercó y nos dijo, ¿pero entiendes? Nos hizo esas grandes preguntas que nosotros no queríamos hacernos a nosotros mismos. ¿Ya sabes qué es de tu destino eterno? ¿Sabes si eres salvo? ¿Entiendes lo que lees? ¿Conoces al Señor Jesucristo? Esas preguntas que nosotros mismos, y en general la gente prefiere no hacerse, prefiere estar preocupado por otras cuestiones de la vida cotidiana, que no hacerse esas preguntas trascendentales. En algún momento alguien se nos acercó y nos preguntó, ¿entiendes lo que lees? Y el Señor nos dio la humildad necesaria para decir, necesito que me enseñes, necesito aprender. Y es que ese es un paso necesario para la salvación, el del Etíope, reconocer nuestra incapacidad para acercarnos a las cosas de Dios, para entender las cosas de Dios. Dice el Señor, bienaventurados los pobres en espíritu, necesitamos reconocer nuestra miseria espiritual para acercarnos a Él, reconocer nuestra pobreza y que alguien nos pregunte, ¿eres salvo? ¿Sabes qué va a ser de ti? ¿Entiendes lo que lees? ¿Sabes dónde vas? El etíope estaba leyendo en Isaías 53, versículos 7 y 8, donde describe al Señor Jesucristo como ese siervo sufriente, ese cordero que va a ser sacrificado, como oveja a la muerte fue llevado, y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. Vemos aquí un contraste tremendo en lo que está explicando el evangelista. Dice que el Señor Jesucristo como oveja enmudeció y no abrió su boca. Y enseguida dice que Felipe abrió su boca. El Señor Jesucristo fue muerto por nuestros pecados. Se nos dice que Él no abrió su boca, que fue entregado por nosotros, fue sacrificado como un cordero, sin defenderse, sin abrir su boca para nada. pero acto seguido Felipe abrió su boca. Somos nosotros ahora la boca, las manos, los pies del Señor Jesucristo para defenderle en todo, para dar testimonio de Él, para proclamar la verdad, para hablar del Evangelio a todos aquellos que no le conocen. El etíope no sabía ¿De quién estaba hablando el profeta Isaías? ¿De él mismo? ¿De otro? Entonces le explica Felipe que está hablando del Mesías. Y que no sólo está hablando del Mesías, sino que el Mesías es Jesús de Nazaret. Jesús. Jesucristo. Aquel que probablemente este hombre, el eunuco, había oído hablar, pero no conocía personalmente. Y no sólo eso, sino que toda la Biblia habla de él. Dice que a partir de esta escritura, de Isaías, empezó a explicarle lo que decían de las escrituras sobre el Señor Jesucristo. O sea, ¿cómo hablaba de Jesucristo? Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Miqueas, Nahum, Abacuc... Por eso yo creo que estuvo más de una hora con el etíope. Estuvo bastante rato de camino. Dice que a partir de estas escrituras le reveló, le explicó lo que de Cristo decían. Y sin tener el Nuevo Testamento, ¿eh? Con el Antiguo. Sólo con el Antiguo Testamento. Hablándole de lo que hablaban del Señor Jesucristo. Tremendo. Como el Espíritu Santo, mientras Felipe estaba hablando, iba abriendo sus ojos, su entendimiento, sus oídos, iba tocando su corazón. Este hombre, a medida que Felipe iba exponiendo la Escritura, iba abriendo sus ojos, iba entendiendo. El Señor iba transformando su corazón en un corazón de carne que sentía que amaba las cosas de Dios. de modo que llegó necesariamente a esta pregunta. Fijémonos lo sencilla que es esta pregunta, pero lo grande que es y que ilustra lo que vamos a celebrar hoy. ¿Qué impide que yo sea bautizado? Esta fue la pregunta del etíope. No le preguntó nada más. ¿Qué impide que yo sea bautizado? Comprendía que el bautismo es una señal Una señal de la salvación. El bautismo nos salva. Este agua de aquí viene del grifo. No es agua mágica. Ni hemos hecho ningún ritual sobre ella. Es agua. No va a transformar, no va a lavar los pecados de Anarrut. Han sido lavados por la sangre del Señor Jesucristo. Es un símbolo, un símbolo ilustre de forma exterior a lo que ya es una realidad de forma interior. Antes lo comparaba con un matrimonio. Cuando en una boda el novio pronuncia, la novia también, unos votos y se pone en un anillo, el amor no surge espontáneamente en ese momento, ¿verdad? Me pongo el anillo. ¡Ay, cuánto te amo! No lo sabía. Ese amor ya es una realidad. Ese deseo de compartir la vida ya es una realidad. Lo que la boda hace o el anillo hace es expresar. una realidad interior, es un símbolo de algo que ya ha sucedido. Qué claridad, qué entendimiento el de este hombre cuando Felipe le expone el Evangelio. Él ve que todo aquello es una realidad en su corazón y necesariamente pregunta, ¿qué impide que yo me bautice? Quiero bautizarme. ¿Qué lo impide? ¿Hay algo más? ¿Falta algo? Felipe, dime. Y además pasaban por ahí, por cierta agua por allí, ¿verdad? ¿Aquí hay agua? Solo necesitamos agua, ¿verdad? Tú, yo y agua. ¿Qué más necesitamos? Evidentemente no necesitaban nada más. Felipe no empezó a ponerle requerimientos de esos que nosotros a veces ponemos para complicarnos la vida. No, a ver, realmente, Eunuco, quiero explicarte que necesitamos dar media vuelta. Tenemos que ir a Jerusalén, a la iglesia otra vez, para tener una asamblea. y entonces votaremos en la asamblea si te puedes bautizar o no. Puede que tengas que esperar seis meses porque la próxima asamblea está programada para junio. Eso no lo hemos puesto nosotros, no está en la palabra, ¿verdad? O, mira, me parece que tienes bastante claridad, pero primero tienes que hacer el cursillo de membresía, enterito, y entonces veremos si queda alguna duda doctrinal y a lo mejor te puedes bautizar. Tampoco, ¿verdad? o si yo veo lo que tú me dices, pero la palabra dice por sus frutos lo conoceréis. Así que nos vamos a esperar unos añitos a que podamos ver que realmente el fruto del Espíritu está en tu vida y hay cambios reales y entonces te podremos bautizar. ¿Verdad que no? Felipe le pregunta, si de verdad crees. Si crees con todo tu corazón, y Él contesta, creo, creo, entonces puedes bautizarte. ¿Qué impide que yo sea bautizado? Si crees de todo corazón, bien puedes. ¿Qué otra evidencia de salvación podemos pedir? Si lo que sucede en el corazón de la persona solo lo puede ver el Señor. La Palabra dice, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Y no me malentendáis, hermanos, todo lo otro es importante, pero todo lo otro viene después. Por supuesto, tenemos que discipular a Nahrud y a cualquier creyente que bauticemos y enseñarles lo que dice la Palabra y a crecer en conocimiento, en santidad, en compromiso, etc., etc. Pero para bautizarse, el Felipe le dice, necesito tu confesión de fe, dime. Y él dice, creo. Creo en el Señor Jesucristo. Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y nos puede parecer una confesión muy cortita, muy sencilla, muy simple, pero está diciendo muchísimo. Recordemos que este tíope es, en su fe, judío. Conoce el Antiguo Testamento. ¿Sabe quién es el Mesías? ¿Sabe quién es el Hijo de Dios? ¿Conoce las promesas de Dios? No conoce a Jesús de Nazaret. Y después de todo lo que Felipe le ha explicado, la conclusión de este hombre es, creo que el Hijo de Dios, el Hijo del gran Yo Soy, el Hijo Eterno, el Mesías que se nos ha prometido, el Salvador, es Ese Jesús, el hijo del carpintero, el que fue crucificado y resucitó a los tres días. Creo que es Él. Así que su confesión, aunque nos parece muy cortita, muy simple, es una confesión tremenda. Ah, quisiéramos que todos los judíos que hay hoy día en el mundo dijeran esta confesión. Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. ¡Wow! No sería una confesión sencilla, ni mucho menos. Esto es lo que necesitamos escuchar de Anarrut. Ya lo hemos escuchado y Jairo en el agua le hará unas preguntas también que cree en el Señor Jesucristo. Y después viene todo lo demás. La Gran Comisión dice en Mateo 28.19. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y esta no es la meta, este es el principio. Continúa el versículo 20, enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he mandado y aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Amén. Hay mucho, toda la vida, para seguir aprendiendo de la palabra del Señor. Así que el bautismo es señal de todo discípulo del Señor. Pero el bautismo no es la meta. El bautismo es el principio. Hay que ninguno se frote las manos hoy, hermanos, para decir, hemos bautizado a Nahrud. Bien, ya lo hemos conseguido. No, ahora empieza nuestro trabajo con a Nahrud. A enseñarle las cosas que el Señor nos dice en su palabra que guardemos. Es el principio. Es hermoso ir siempre, como decía, a hechos porque tenemos los inicios. De forma sencilla, qué es lo que el Señor espera de nosotros. Y sólo hace falta tres ingredientes para un bautismo. Un pecador arrepentido que confiesa al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador. Un líder de la iglesia que lo bautice. Recordemos que Felipe es un diácono de la iglesia en Jerusalén. Y agua. Por eso cuando el eunuco se encuentra con el agua dice, aquí hay agua. Ya está. Uno, dos y tres. ¿Qué impide que yo sea bautizado? Agua. Bastante agua. Mucha agua. Somos bautistas, ¿sí? Mucha agua. Recordemos, y voy a hacer aquí un punto que siempre hago yo sobre el bautismo, con mucha agua. Recordemos que el Etíope está cruzando el desierto. Por supuesto lleva agua, en su carro o en los carros de sus siervos. Pero no era suficiente agua, necesitaban mucha agua. Y entonces pasan por cierta agua, no se nos dice más. Era un río, era un pantano, era un lago, era un oasis, era la piscina municipal, no sé lo que era, cierta agua. Y allí señala, aquí hay agua. Y dice que descendieron ambos al agua y luego que subieron ambos del agua. Era mucha agua. Era mucha agua. Y allí Felipe le bautizó. Y el griego baptizo significa sumergir. Sumergir. ¿Por qué sumergir? Porque al sumergirte en el agua, Y realmente un bautismo es hermoso porque es un sermón ilustrado, vivo, de la gracia y la misericordia del Señor. Al sumergirte en el agua estás diciendo, y en Arruta estará diciendo en un momento, que la sangre del Señor Jesucristo la ha cubierto por completo, la ha lavado por completo. Su sangre en la Cruz del Calvario pagó por nuestros pecados, los pasados, los presentes y los futuros. Su gracia es inmensa, inmensa. Porque al sumergirte en el bautismo estás diciendo, he muerto, soy sepultado. He muerto a esa vieja vida. He muerto a vivir para mí mismo. He muerto a mi ego. Y ahora surjo, renazco a una nueva vida, una vida en Cristo. Porque al sumergirte en el bautismo estás diciendo algo también respecto al futuro. Crees que te vas a levantar. En el día final, cuando el Señor venga, Él me va a resucitar. Iré con Él para siempre a la gloria. Ya para concluir, en el bautismo, en esta tarde, Ana Ruth está diciendo todo esto como testimonio visible de su fe al Señor y a todos los que estamos aquí como testigos. de este día, de este pacto entre el Señor y ella. Está diciendo que es su Señor, que es su Salvador, que en obediencia se sujeta a Él, en servicio a Él y que realmente quiere empezar esta nueva vida por la gracia y la misericordia del Señor Jesucristo. Amén. Vamos a tener una oración. Señor, queremos darte gracias por esta celebración que tenemos hoy, por este gozo de ver el bautismo de nuestra hermana, porque es, en verdad, un mensaje para todos nosotros, que Tú sigues perdonando pecadores, Tú perdonas nuestras faltas, nuestros pecados, nuestra rebeldía contra Ti, Señor, y Tú nos das una nueva vida, una vida de gozo, una vida de esperanza, una vida de confianza en Ti. Te ruego, Señor, que sea una realidad en la vida de cada uno de los que estamos aquí presentes y que el bautismo, Señor, sea un mensaje vivo de lo que Tú haces con nosotros. Tú nos lavas, Tú nos transformas, Tú nos haces renacer a una nueva vida en esperanza en Ti. Te pedimos, Señor, que bendigas mucho a nuestra hermana y, Señor, bendigas a todos los presentes. En nombre del Señor Jesús. Amén.
El Bautismo del Etíope
Serie Bautismos IEG
"Aquí hay agua ¿Qué impide que yo sea bautizado?" La pregunta del etíope a Felipe mostraba la profunda comprensión del Evangleio y del símbolo del bautismo. Si de verdad crees, ¿qué impedimento puede haber?
Sermón predicado en el bautismo de Anaruth, en diciembre del 2011.
ID kazania | 63012141515 |
Czas trwania | 28:11 |
Data | |
Kategoria | Niedzielne nabożeństwo |
Tekst biblijny | Dzieje 8 |
Język | hiszpański |
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