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ប្រតិចារិក
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Muy buenos días, hermanos. Vamos, gracias al Señor en esta mañana preciosa de poder estar juntos, agradecidos de poder cantar alabanzas a nuestro Dios, a nuestro Salvador. ¡Qué gozo dan nuestros corazones realmente! Y esta mañana para nosotros es una mañana de celebración, de fiesta, porque está delante de nosotros la mesa del Señor, la mesa de su paz, de su reconciliación, de su perdón. Así que es un tiempo de gozo, de reflexión. pero de gratitud, de adoración, de alabanza. Así que vamos a estar, si el Señor lo permite, reflexionando sobre esto un poquito. Y en esta mañana quiero llevarlos al Antiguo Testamento. Vamos a dejar un poquito de hechos para atrás, a descansar un poquito de su enseñanza. para mirar una vez más la mano de gracia de nuestro Dios sobre la vida de los hombres. Quiero invitarles a abrir sus Biblias en el libro de Segunda Samuel, capítulo 12. Vamos a estar leyendo una historia que es una historia realmente fuerte, una historia que es bastante trágica, pero que descubre, despliega la gracia, el perdón de nuestro Dios sobre el pecado del hombre. Y yo espero que esta mañana podamos reflexionar sobre esa historia y cómo nuestro Dios ha obrado su gracia también sobre nosotros al perdonarnos en Cristo. Alguien ha dicho que no podemos realmente tener una dimensión del perdón real de Dios hasta que no tenemos una dimensión de lo que el pecado representa para Él. Entonces no podemos reflexionar y aterrizar en su gracia y su perdón hasta que no podemos entender realmente cómo él ve el pecado en nuestras vidas. Sólo ahí dimensionaremos su perdón. Así que creo que esta historia nos va a ayudar a pensar y reflexionar en esto. Y quiero invitarlos que nos pongamos de pie, vamos a leer la palabra del Señor juntos, vamos a orar para que el Señor nos hable en esta mañana por su palabra. Entonces 2 Samuel, capítulo 12, versículos 1 al 15, una historia conocida, pero vamos a reflexionar algunas cositas en ella. Dice así la palabra del Señor. Entonces el Señor envió a Natán a David, y Natán vino a él y le dijo, había dos hombres en una ciudad, el uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas, pero el pobre no tenía más que una corderita, que él había comprado y criado, la cual había crecido junto a él y con sus hijos. Comía de su pan, bebía de su copa y dormía en su seno, y era como una hija para él. Vino un viajero a visitar al hombre rico y éste no quiso tomar de sus ovejas ni de sus vacas para preparar comida para el caminante que había venido a él, sino que tomó la corderita de aquel hombre pobre y la preparó para el hombre que había venido a visitarlo. Y se encendió la ira de David en gran manera contra aquel hombre y dijo a Natán, Dijo Natán, vive el Señor que cierto hombre que hizo esto merece morir y debe pagar cuatro veces por la cordera porque hizo esto y no tuvo compasión. Entonces Natán dijo a David, tú eres aquel hombre. Así dice el Señor Dios de Israel, yo te ungí rey sobre Israel, te libré de la mano de Saúl, yo también entregué a tu cuidado la casa de tu señor y las mujeres de tu señor y te di la casa de Israel y de Judá y si esto hubiera sido poco te hubiera añadido muchas cosas como esta ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor haciendo lo malo ante sus ojos? Has matado a Espada Urias elitita, has tomado a su mujer para que sea mujer tuya y lo has matado con la espada de los samonitas. Ahora pues, la espada nunca se apartará de tu casa, porque me has despreciado y has tomado a la mujer de Urias elitita para que sea tu mujer. Así dice el Señor, por eso, misma casa levantaré el mal contra ti y aún tomaré tus mujeres delante de tus ojos y las daré a tu compañero y éste se acostará con tus mujeres en plena luz del día en verdad tú lo hiciste en secreto pero yo haré esto delante de todo Israel a plena luz del sol entonces David dijo a Natán he pecado contra el Señor y Natán dijo a David el Señor ha quitado tu pecado no morirás sin embargo por cuanto Con este hecho has dado ocasión de blasfemar a los enemigos del Señor. Ciertamente morirá el niño que ha nacido." Y Natán regresó a su casa. Vamos a orar. Padre celestial, queremos darte gracias en esta mañana, una vez más, porque juntos podemos alabarte, adorarte, pero venir delante de tu palabra, para que tú seas el que administre nuestras vidas, hables a nuestros corazones. Y te rogamos, Señor, que por tu palabra, tú te rebeles a nosotros hoy y seas glorificado por medio de ella. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén. Bien, los invito a tomar asiento. Esta es una historia, como decía, bastante fuerte, trágica, de esas cosas que a veces no nos gusta tanto leer, pero que el Señor la ha puesto ahí para que reflexionemos en ella, para que aprendamos, para que crezcamos, para que podamos mirarlo a Él también. Y he dividido esta historia en tres partes para que juntos caminemos por ella esta mañana. Y en el primer punto he puesto como subtítulo, el Señor confronta a David, penetrando sus defensas. Una situación muy compleja, David ha caído en un pecado muy grave, Y ha ido avanzando a medida que ese pecado se va consumando hasta llegar al punto de mandarlo a Urias al frente de batalla para que muera a mano de espada por cuanto no lo quería hacer frente a toda esta situación de pecado que ha habido creciendo en su vida al llegarse a su mujer y ella quedar embarazada. Una situación que tuvo trama y tuvo toda intriga y un deseo profundo de David de ocultar su pecado. Sin embargo, las cosas van subiendo de tenor al llegar a ese punto. Ahora, Dios perfectamente podría haber llegado con David y podría haberlo interceptado de frente acerca del pecado que él estaba cometiendo como un rey, poner su pecado sobre la mesa directamente y exponerlo. El problema es que David es un hombre como vos y como yo, que no nos gusta ser confrontados por el pecado. Y cuando sabemos que estamos mal y empezamos a acomodarnos y a tratar de que nuestra conciencia se silencie, cuando somos confrontados de lleno, Lo primero que hacemos o tratamos de hacer es evadir, es encontrar argumentos, respuestas y formas de esconder nuestro pecado que no parezca tan grande, que no sea tan grande o inclusive justificarlo para no tener que hacer frente a él. Y lo que hace Dios con su siervo, lo hace de una manera extraordinaria, es ilustrar una historia donde David va a tener que hacer uso de sus atributos que tiene como rey de ser juez también. Tenía que juzgar una situación y Natán el profeta viene con una historia y le dice a David, David, necesito tu consejo. Hay una situación que tenemos que resolver. Mira cómo es la situación. Y cuenta esta historia delante de David. Dios decide no hacer juicio directamente sobre el pecado de David de frente sino que pretende de alguna manera hacerlo reflexionar sobre la situación y a través de esa reflexión llevarlo a ver la condición en que se encuentra y confrontar su pecado así. De otra forma, David sólo hubiera puesto una barrera de argumentos en su defensa. Lo que hace Dios por medio del profeta es contarle una historia. Una historia que se ve en esos primeros versículos con mucha claridad. Dice, Natán vino a él y le dijo, ¿había un hombre? Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, el otro pobre. Es el contraste. Imaginen, David está escuchando la historia a ver qué va a hacer el rico. Dice, tenía muchas vacas y ovejas, era un hombre muy bien acomodado. Si nos cuenta sólo esto, un hombre rico, con muchas posesiones, muchas vacas, muchas ovejas. Pero había un hombre pobre, ¿cierto? El pobre no tenía más que una corderita, sólo una. Y esa corderita era importante para él. La había comprado, la criaba, había crecido junto con él y con sus hijos, comía de su pan, bebía de su copa, dormía en su seno. Había un valor sobre esta corderita muy profundo para este hombre. Era importante. Y Natán quiere que él vea la relación de desprecio del rico que tiene muchas cosas y ya, sin nombre, sin número, sólo es lleno de cosas. Y este hombre que tiene este vínculo con esta única corderita, que no era para él solo alimento, había una relación de afecto con su ovejita, ¿cierto? Era como una hija para él. Pero viene un viajero, dice, viene un viajero con hambre y el rey, no queriendo tocar de su riqueza, de sus posesiones, decide tomar la única ovejita de este hombre y darla, sacrificarla para dar de comer a este viajero. le expone una situación que enfurece el corazón de David. Aquel rico no quiere usar de su abundancia y toma la única posesión tan amada, tan preciada de este hombre pobre. Lo que expone enfurece el corazón de David, lo hace arder de alguna manera. Y David rápidamente se presta en su calidad de juez a dar una sentencia, una sentencia donde su corazón está ardiendo de enojo, de rencor. ¿Cómo era posible que alguien fuera tan desalmado? ¿Cómo alguien podía ser tan insensible? ¿Qué le podía afectar una vejita a este hombre rico? Pero para este otro era todo. ¿Cómo podía hablar de esa manera? Lo que hace Dios a través del profeta es dar un golpe maestro, un golpe certero y preciso en la vida de David. Alguien ha dicho en una ilustración de que básicamente Natán acerca una daga a milímetros del corazón de David sin que David se hubiera dado cuenta de que Natán estaba armado contra él. En el momento que David reacciona la daga está a milímetros de atravesarlo. Dios hace esto de una manera perfecta. Él como juez tiene que reaccionar ante esta tremenda situación. Y David enardecido en su justicia, rápido, hace sentencia del problema. Él conoce las leyes de su país. Él sabe cómo Dios condena a aquellos que toman y roban una oveja y la matan. Hay una ley específicamente para estos casos y él la conoce. Hay sanciones puntuales. De hecho, si vamos a Éxodo, capítulo 22, versículo 1, encontramos específicamente una ley sobre este problema. Una ley que David conocía. Dice así en Éxodo. Si alguien roba un buey o una oveja, y la mata o la vende, pagará cinco bueyes por el buey y cuatro ovejas por la oveja. ¿Qué dijo el rey que tenía que hacer? Es decir, hombre debe morir, pero debe pagar cuatro ovejas. Él entendía que la sanción de la ley de Dios, ante el robo y matarle la ovejita, era reponerle cuatro ovejitas. Él lo entendía. Pero es curioso cuando uno lee la forma que declara David el problema. Se encendió, dice el versículo 5, la ira de David en gran manera contra que el hombre dijo a Natán, vive el Señor, que ciertamente el hombre que hizo esto merece morir. Pero la ley de Dios no decía que merecía morir por esto. La ley decía que tenía que darle cuatro bajitas. Lo que pasa con David es que él entiende el problema de fondo o por lo menos esto lo atormenta, lo carga de una manera. ¡Viva el Señor! Hay un juicio moral que David está haciendo. Él entiende que el problema de este hombre no es un problema de dinero, no es un problema de ovejitas, es un problema moral. ¿Cómo alguien puede tener un corazón tan duro, tan frío, tan insensible, tan voraz? Alguien que es así merece la muerte. Él reflexiona rápidamente acerca del problema de este hombre. Y es muy extraño leerlo cuando uno dice, bueno, este hombre debe morir y pagar cuatro ovejas. Es como una sanción extraña que alguien tenga estas dos valoraciones sobre cómo debe resarcirse el problema. David entiende que el problema es mucho más que el delito cometido. Es un problema moral que está poniendo las condiciones del corazón de este hombre en la luz. Y expresa su indignación. Está muy enojado. Está indignado con alguien que es así. Y sin saberlo, sin tener idea, acaba de pronunciar una sentencia contra él mismo. El que hace algo así, si vive el Señor y como vive el Señor, es digno de muerte. Nadie que piense igual o algo como esto tiene que estar vivo en este mundo. Él entiende el problema moral y lo entiende muy bien. Él entiende la depravación del corazón. No es simplemente un problema de alguien que roba una bodegita por hambre. Este hombre es un desalmado, este hombre para él la situación es muy grave, acaba de pronunciar su propia sentencia. Si alguien que robaba una ovejita para él era culpable de muerte, ¿cuánto más él que había tomado la mujer de Urias, un soldado fiel a él, para cometer adulterio con esa mujer y luego para esconder su pecado había decidido matar a Urias? ¿Cuánto caía sobre sus hombros? Pero aquí estaba un año después prácticamente de haber cometido este hecho, tranquilo, sentado en su trono de juicio y Dios tiene que confrontarlo. Un año ha pasado, nueve meses por lo menos, el bebé tiene que nacer y él no ha tenido punto de arrepentimiento de rendir su pecado delante de Dios. Tomó a la mujer de Urias para cometer adulterio y lo mató. ¿Y lo que hace Dios? es descubrir su pecado de una manera extraordinaria. Y esto me lleva al segundo punto que quiero reflexionar esta mañana y le apuesto por título, descubriendo su pecado, tú eres ese hombre. tú eres ese hombre en los versículos 7 al 12 la historia toma este giro interesante dice entonces natán dijo a david tú eres aquel hombre así dice el señor dios de israel yo te ungí rey sobre israel te liberé de la mano de saúl yo también te entregué a tu cuidado la casa de tu señor y las mujeres de tu señor y te di la casa de Israel y la casa de Julián y si esto hubiera sido poco te hubiera añadido muchas cosas como éstas. ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor haciendo algo malo ante sus ojos? Has matado a Espada Guría Selitita, has tomado a su mujer para que sea mujer tuya y luego has matado con la espada de los Samonitas. Ahora pues, la espada nunca se apartará de tu casa porque me has despreciado y has tomado la mujer de Uriah y Selitita para que sea tu mujer. Así dice el Señor, por eso de tu misma casa se levantará el mal contra ti. Lo que hace el Señor es mostrarle quien era muy consciente del problema moral y era capaz de entender las acciones que requieren un juicio severo delante de Dios, pero que había sido tremendamente indulgente con su propio pecado, había sido capaz de neutralizar los efectos de la conciencia del espíritu acusándolo De llenarlo de argumentos y de excusas sin venir ante Dios en arrepentimiento. Y acá se encuentra siendo interceptado por Dios. Básicamente Dios le muestra cuántas riquezas él le había dado. y aún más podría darles. Te di el reino, te di las posesiones del rey Saúl, te di todas sus esposas, te di la casa de Judá, te di la casa de Israel. Y si esto hubiera sido poco, como diciendo si realmente tenés una voracidad tan inmensa, aún mucho más te hubiera dado. ¿Qué más necesitabas, David? ¿Vos entendés que sos el hombre rico de la historia? Eso es lo que le está diciendo Natán. ¿Cuántas más riquezas podés tener? Dios estaba dispuesto a darte mucho más, pero vos tomaste la mujer de Urias para pecar contra ella y mataste Urias. La confrontación es profunda, es brutal, es tremendamente clara de parte de Dios, teniéndolo todo, todo lo que alguien pudiera tener. Él despoja a Urias, asesinándolo. Pero básicamente lo que pasa en este punto es que Dios muestra que el real agraviado de esta historia no es la mujer de Urias, no es Urias mismo, es Dios mismo quien está siendo agraviado. Por eso digo que el problema es moral porque el problema lo está teniendo con Dios y Dios se lo quiere dejar bien en claro y lo dice en el versículo 9, si me acompañan de nuevo. ¿Por qué has despreciado la palabra del Señor haciéndolo malo ante sus ojos? El pecado de David no era simplemente de codicia, Era un pecado delante de Dios de despreciar su palabra. Dios une el pecado de David con negar, despreciar la palabra que Dios ha tenido sobre él. Cada vez que pecamos, hermanos míos, cada vez que desobedecemos como creyentes la palabra de nuestro Dios, es blasfemada. Cada vez que nosotros caemos en pecado ofendemos su palabra, despreciamos su palabra, despreciamos todo lo que él ha pronunciado a favor nuestro y su revelación para con nosotros. Cada vez que pecamos es negar todo lo que Dios ha hecho por nosotros, todo lo que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros. Porque lo que pasa cuando pecamos al desobedecer la palabra de Dios es que estamos diciéndole de alguna manera a Dios, Señor esto no es suficiente, esto no es lo que yo quería, lo que vos querés para mí no es exactamente lo que yo quiero para mí. Y nos pone en un conflicto porque nosotros todos encontramos en algún momento de nuestra vida los pies ahí. en que no estamos del todo cómodos con lo que Dios nos ha dado queremos cosas diferentes despreciando así la palabra de nuestro Dios y despreciar su palabra es despreciarlo a él también. En el versículo 10 al 12 se nos cuenta de que va a haber una sanción que David no puede evitar Sus acciones tienen consecuencias. Dios lo va a disciplinar. Y lo va a disciplinar fuertemente. Porque al final de cuentas, mis hermanos, el pecado en nuestra vida no es gratis. Y aunque Dios perdona esa condenación eterna sobre las almas de aquellos que somos pecadores, las acciones pecaminosas en nuestro diario caminar tienen consecuencias. Dañan a las personas. No solo ofenden a Dios, sino que nos van a perseguir de alguna manera con resultados. consecuencias de esas acciones y Dios le dice a David tu casa se va a levantar contra ti y fue terrible la historia de David y todo lo que pasó con su reino en adelante hay consecuencias severas del pecado por eso la advertencia tan seria de Dios para que andemos en su palabra honremos su palabra y no caigamos ante esas consecuencias del pecado que nos asedia el pecado no es gratis Por eso Dios toma tanto trabajo para mostrarnos el camino correcto donde andar. Un camino libre de las consecuencias de estas cosas. En el versículo 10 Dios todavía va más lejos con esta situación y Él le dice en el versículo 10. Ahora la espada nunca se apartará de tu casa porque me has despreciado. y has tomado la mujer de Oriés. Dios no sólo está diciendo cuando pecamos que despreciamos su palabra, esa palabra dada para darnos luz en el caminar. Dios le está diciendo, me despreciaste a mí. Cuando elegiste ese camino, me despreciaste a mí. David no sólo despreció la palabra de Dios, despreció a Dios mismo. Y Dios ve sus acciones como desprecio hacia él. Es como Dios lo entiende y es lo que le quiere dejar en claro. Dios ha sido el agraviado, el principal agraviado de esta situación. Dios toma la ofensa de David como una ofensa a sí mismo. Cuando nosotros pecamos Lo que termina ocurriendo es que nosotros ponemos nuestros propios deseos, nuestros propios placeres, como si fuera nuestro propio Dios. Y a ese Dios adoramos. Nos ponemos nosotros mismos en el lugar de Dios. Por eso Dios dice, me han despreciado a mí. Te pusiste vos en el trono y estás complaciendo todos tus placeres. Me pusiste a un costado. No solo desprecias mi palabra, desprecias al Señor. Así de fuerte es esta historia en este punto. despreciamos al Señor cada vez que pecamos. Pero esta historia, si nosotros nos paramos aquí, realmente es trágica y es horrible de alguna manera, pero no termina en este punto. El tercer punto que quiero compartir con ustedes esta mañana en los últimos versículos del 13 al 15, vemos cómo el Señor perdona a David, porque su gracia es mucho mayor que su pecado. Y la verdad que tiene muchos puntos interesantes para mí en esta porción de cómo se dan los sucesos. Miren, leamos de nuevo versículos 13 al 15. Entonces David dijo a Natán, he pecado contra el Señor. Y Natán dijo a David, el Señor ha quitado tu pecado, no morirás. En ese versículo se nos va con tanta claridad dos acciones que a la luz de la historia y de los eventos que estamos contando parecen tan simples, tan fácil, tan básico, una confesión tan pobre. Yo voy a ser honesto con ustedes. Cuando yo leía esta historia, hace muchos años, cuando era chico, siempre me confrontaba lo mismo. ¿Qué tan fácil te vas a librar de esto? Pequé. Parece que fuera una confesión tan superficial, he pecado contra Dios. Pero sólo cuando uno se para un minuto a reflexionar qué está pasando, podemos entender con claridad lo que ocurre en el corazón de este hombre, lo que ocurre en esta parte de la historia, y es mucho más grande de lo que estas palabras nos dejan ver, pero a la vez estas pocas palabras son suficientes para que podamos ver lo que ocurre. El Señor perdona a David. David casi como paralizado por la situación, entiende su pecado. Él ha venido seis, ocho, nueve meses, diez meses cajoneando este problema, encontrando la forma de no lidiar con él, aplacando su conciencia sin confesar delante de Dios su pecado. Y aquí está, muy seguro en el trono del juez, dando su veredicto contra el culpable. Y cuando Natán expone de esta manera la condición de él, es como un balde de agua helada sobre sus hombros. Ese juicio que le corresponde, esa sentencia que él ha pronunciado acaba de caer sobre sus hombros de una manera violenta. Él ha dictado una sentencia. Si alguien que tiene un problema moral como este no merece estar sobre esta tierra, vive el Señor que debe ser muerto. Él sabía cuál era su condición y no había lidiado con eso, sino que lo había escondido. Pero en un momento, frente a la confrontación de Natán, todo el peso de ese pecado cae sobre él. En estas palabras, el pecado contra el Señor realmente se esconde un peso eterno que acaba de caer sobre él. Lo que él pensó es, estoy muerto. Estoy muerto. Soy muerto. Eso es lo que él está diciendo. Estoy muerto. ¿Qué más puede decir alguien que acaba de comprender que está muerto? Eso es todo lo que hay. Su alma se queda helada frente a la realidad de la condición de su alma frente a Dios. Estoy muerto. Y las palabras de Natán son preciosas. Pero la evidencia de que esto esconde mucho más de lo que podemos leer está en que este arrepentimiento tan simple, tan sencillo, es real y verdadero. Es que no hay argumentos de defensa. Ya no hay defensa de David frente a la confrontación de pecado. Él está inmóvil frente a esta realidad. Él no se paró como un hombre dijo, bueno, sí, yo entiendo lo que me decís, Natán, pero lo que pasa es que ¿sabés también cómo se va a poner ahí? Si entienden mi debilidad. Si saben cómo me pongo, ¿para qué me invitan? No está diciendo eso. Él no está diciendo, la mujer que me diste fue por eso. La convicción de pecado es real porque él no tiene ninguna defensa ahora. No tiene más argumentos. Él tiene solo la convicción, estoy muerto. He muerto. Estoy muerto. Y eso es lo que él dice, es pecado contra Dios. La gracia de Dios acaba de invadirlo y acaba de confrontarlo y el Espíritu le está dando una convicción profunda que él sólo puede confesar, yo pegué. Es pecado, eso es todo lo que ocurre. Y cuando lo leemos así parece que uno podría preguntarse, ¿pero esto es todo? ¿Un arrepentimiento tan simple, tan sencillo? Pero es más que suficiente para Dios. Es mucho más que suficiente para Dios porque viene de un corazón que claramente no tiene más defensas delante de su justicia, que confiesa su pecado. Y Dios no necesita más, porque aunque sus palabras fueron pocas, la gracia, la misericordia de Dios es inmensa. Es más que suficiente para llenar todo el resto de la historia. Sólo necesita del pecador su confesión. El resto está en las manos de la gracia admirable de nuestro Dios, que derrama su compasión, su inmensa misericordia sobre este pecador. El resto lo hace Dios. Y eso es lo que ocurre, y aunque sus palabras fueron pocas, su corazón estaba lleno de reflexión. Y yo quisiera invitar a los que me acompañen a leer el Salmo 51, porque es un Salmo escrito por este mismo hombre. Y me encanta este Salmo, no sólo la belleza que contiene las palabras de un corazón confrontado, sino aún cómo se presenta el Salmo. Y quiero pedirles que, vamos desde el título, miren cómo este Salmo está presentado en nuestras Biblias. Oración de un pecador arrepentido. La oración de un pecador arrepentido. para el director del coro, Salmo de David, cuando después que se llegó a Bezabé y el profeta Natán lo visitó. Este día, esta historia que acabamos de leer. ¿Querés ver el corazón de David? ¿Querés ver lo que escondían sus palabras? Acá están. Vamos a leer. Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad y límpiame de mi pecado, porque yo reconozco mis transgresiones y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que tú eres justo cuando hablas y sin reproche cuando juzgas. Yo nací en iniquidad y en pecado me concebió mi madre. Tú deseas la verdad en lo más íntimo y en lo secreto me harás conocer sabiduría. Purifícame con hisopo y seré limpio. Lávame y seré más blanco que la nieve. Hazme oír. Gozo. y alegría. Haz que se regocijen los huesos que has quebrantado. Esconde tu rostro de mis pecados y borra mis iniquidades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio. Renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia, no quites de Mi, tu santo espíritu, restituyeme el gozo de tu salvación y sosténme con espíritu de poder. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos y a los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de los delitos de sangre, oh Dios, de mi salvación. Entonces mi lengua cantará con gozo tu justicia. Abre mis labios, oh Señor, para que mi boca anuncie tu alabanza. Porque tú no te deleitas en el sacrificio, de lo contrario, yo lo ofrecería. ¿No te agrada el holocausto? Los sacrificios de Dios son el espíritu constrito, al corazón constrito y humillado. Oh Dios, no despreciarás. Haz el bien con tu benevolencia, Sion, edifica los muros de Jerusalén, entonces te agradarán los sacrificios de justicia. El holocausto es el sacrificio perfecto, entonces se ofrecerán novillos sobre tu altar. Este es el corazón del hombre David después que puede ser confrontado por Dios y ver lo que estaba pasando con claridad. Este es su corazón expuesto. Todo lo que en esas pocas palabras él no pudo decir lo escribió acá. Todo lo que pasaba por su corazón y su mente en el momento que Natán lo confronta. David clama a Dios por su misericordia. porque por la ley él pudo ver con claridad cuál era su condición. Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a lo inmenso de tu compasión, borra mis transgresiones, lávame el completo de mi maldad, límpiame de mis pecados. Yo reconozco mis transgresiones, mi pecado está siempre delante de mí. Y mire cómo él dice, contra ti, contra ti solo he pecado. Él entiende Que su pecado era contra Dios, que la ofensa era contra Dios, como Dios le dijo. De manera que eres justo cuando hablas. Tu juicio es correcto. Yo debo morir. Esa es su realidad. Los últimos versículos dicen, líbrame de delitos de sangre, oh Dios, de mi salvación. Entonces mi lengua cantará con gozo tu justicia. Abre mis labios, oh Señor. Oh Señor, para que mi boca anuncie tu alabanza. líbrame señor de la condena y yo te voy a alabar porque tú eres un dios de gloria un dios de gracia un dios de misericordia y perdón quiero cantar de tu perdón eso es lo que él dice y me encanta esta parte él dice porque tú no te deleitas en el sacrificio de lo contrario yo lo ofrecería cuánto hay que pagar por el perdón señor yo lo pago cuál es el precio de mi redención No te agrada eso. Nada puedo darte para que me salves. No hay nada que yo pueda pagar. De lo contrario, yo le ofrecería, dice él. No te agrada el holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu constrito. Al corazón constrito y humillado, oh Dios, no despreciarás. Querés el favor de Dios. Confesá tu pecado delante de Él. No hay nada que puedas ofrecer. más que ir de rodillas delante de él a buscar su gracia y su perdón. Y esto es lo que David expresa en este Salmo de manera preciosa. Dios lo perdonó. El Señor ha quitado tu pecado, dice Natal. No morirás. En ese preciso instante. No hubo que hacer un holocausto, un sacrificio, ofrecer nada en el altar. Es pecado. El Señor quita tu pecado. No morirás. Instantáneo. Magnífico. Precioso. Dios lo perdonó. Hermanos, en la ley de Moisés hay un problema grande contra lo que está pasando David en este momento. No existe ni un solo sacrificio que pueda espiar el pecado del adulterio y del homicidio y su condena es irremisiblemente la muerte. Levitico 20.10 Si un hombre comete adulterio con la mujer de otro hombre, que cometa adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera ciertamente han de morir. No, pero ¿cuántos corderitos y cuánto en el altar? No, no hay nada. La muerte. Y si ustedes recuerdan cuando esta mujer adulta era extraída delante de Jesús y quieren apedrearla por la ley de Moisés, Moisés dijo, debe morir. Jesús que dijo, no, no, está mal la ley. Sí, debe morir. El que no merezca morir tiene la primera piedra. Pero no el que no merezca morir. Esa es la condena para este tipo de pecado. No había nada que pudiera librar a David de su condena y él lo entendía. Él conocía la ley. Dios derramó su sublime gracia con David para perdonarle. Pero alguien debe pagar, en definitivas. Porque Dios no es un Dios injusto, su justicia debe cumplirse. Y la paga del pecado es la muerte y alguien debe lidiar con ella. Y lo pagó ese mismo que es capaz de limpiar Todos los pecados en todo tiempo, la sangre preciosa de Jesucristo derramada como aquel Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, en los pecados pasados de la antigüedad, los pecados presentes de tu vida y la mía, los pecados futuros hasta que Él venga, son cubiertos por la sangre preciosa de Jesucristo dado en el altar, en lugar nuestro. Dios perdonó su pecado por medio de la sangre de Jesucristo. El mismo sacrificio que limpia nuestro pecado es el que limpió el de él. Cada uno de nosotros es culpable de la misma condena. Jesús bajó al suelo este problema moral y lo puso delante de nosotros de la misma manera que con David, por ejemplo, en el sermón del monte, cuando él dijo, ah, vos nunca mataste, pensaste mal de tu hermano, sos culpable de muerte y del infierno. ¿Codiciaste a la mujer de tu prójimo? Sos peor que una adulta y no sos culpable de los dos mismos delitos que David. En el sermón del monte Jesús tomó el problema moral y lo puso delante de nuestros ojos. Nos hizo la misma historia que Natán a David. Nos mostró la condición de nuestro pecado delante de él. El mismo sacrificio que limpió el pecado de David. La sangre preciosa de Jesús es el que puede limpiar tu pecado y el mío. Hermanos, el Evangelio no son sólo mensajes para los incrédulos. El Evangelio es un mensaje que la iglesia debe proclamarse a sí misma una y otra vez. La gracia de Jesucristo, el perdón de Dios ante la condición de pecado de los hombres, dada por la sangre de Jesús. Hermanos, cada vez que nosotros pecamos, El Espíritu nos confronta por medio de alguna situación diciéndonos tú eres ese hombre. Tú eres ese hombre. Porque el problema es que nosotros somos muy buenos para ver los pecados de los demás, los pecados sobre nosotros, los pecados sobre el prójimo, los pecados en la situación, como desobedecen a Dios. Y somos totalmente incapaces de ver nuestra propia condición delante de Él. Y el Espíritu nos hace ver por medio de su iglesia. Y Dios usa su palabra a través del púlpito, a través de hermanos, a través de la lectura, a través de los grupos, a través de cualquier medio para decirnos tú eres ese hombre. Tú eres aquel que ha pecado contra Dios, que ha despreciado su palabra, que lo ha despreciado a Él. Este no es un problema sólo de los inconversos, este es un problema de la iglesia. David era un hombre conforme al corazón de Dios, pero estaba en pecado. Cada uno de nosotros es un gran pecador. Aún habiendo entendido la gracia de Cristo, somos pecadores. Pero nuestro Dios es un gran Salvador. Es un Dios lleno de misericordia, lleno de gracia, que nos mira frente a Él y cuando confesamos nuestro pecado nos perdona. Dios te ha perdonado. No se trata de muchas palabras, no se trata de una oración especial ni de penitencia, sino de confesar tu pecado delante de Dios. Y Él es fiel y justo para perdonar. En el Salmo 32, David expresa lo siguiente. Te manifesté mi pecado y no encubrí mi iniquidad. Dije, confesaré mis transgresiones al Señor y tú perdonaste la culpa de mi pecado. Por eso que todo santo ore a ti en el tiempo en que puedas ser hallado. Ciertamente en la inundación de muchas aguas no le llegarán estas a él. ¿Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto? ¿Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no inculpa de pecado? Hermanos, hoy estamos como iglesia celebrando el perdón glorioso de nuestro Salvador, ese Salvador que nos amó, que nos miró con compasión, que vino a este mundo a dar su vida en rescate por todos aquellos que ponen su fe y su esperanza en Él. pero es un momento de celebración donde debemos necesariamente explorar nuestras vidas y corazones y no se trata de ir a hacer penitencias se trata de ahí, cada uno en nuestro lugar poder bajar nuestros ojos al suelo y decir es pecado contra ti Señor y si hay convicción de pecado en tu corazón el Señor perdona tu pecado no morirás Cristo murió por vos y la mesa del Señor para el creyente Es paz, es perdón, es regocijo, es gozo. Me encanta cómo dice 1 Corintios 11, 26, después de que Pablo instruye cómo celebrarla. Dice en el versículo 26, porque todas las veces que comemos este pan y bebamos esta copa proclamamos la muerte del Señor hasta que venga. Y cuando pienso en esto siempre reflexiono en que en aquella mesa primitiva no había lugar para los incrédulos. El temor de la persecución era muy grande. ¿No participaban de la cena personas que no eran parte de la iglesia? ¿Cómo no pueden participar de los símbolos aquellos que no han puesto su fe y su esperanza en Cristo? ¿A quién le anunciamos la muerte del Señor hasta que venga cada vez que celebramos los símbolos? Es a vos, es a mí. Juntos, frente a la mesa, reflexionamos. la gracia inmensa, inmediable de nuestro Dios que nos amó y que ha perdonado tu pecado. No morirás porque Cristo murió por vos. Y si no has puesto tu fe en Jesús y estás hoy aquí y todavía no hay una convicción clara de pecado, es tiempo de orar a Dios, de reconocer tu condición, de clamar a Él. No hace falta una oración difícil. No se trata de palabras complejas. Es pecado contra Dios. Es una verdad que traspasa el alma. Dios es fiel y justo para perdonar en Cristo tu pecado. Así que esta mañana vamos a compartir los símbolos como debe ser hecho con un acto de adoración a nuestro Dios por su perdón, por su gracia, por su inmenso amor y misericordia, porque cada uno de nosotros somos como ese hombre, culpables, pero nuestro Dios es un Dios lleno de gracia y de amor que nos ha perdonado. Así que quiero invitar a los hermanos que van a estar administrando ahora los símbolos, si quieren acercarse. para que podamos juntos celebrar esta mesa de perdón, esta mesa de amor. La mesa del Señor es una mesa para aquellos que han confesado su pecado, han puesto su fe y su confianza en Jesús y han sido bautizados en su nombre. Si vos hoy estás de visita, si has puesto tu fe y tu confianza en Jesús, si estás en una iglesia, donde compartís una fe como la nuestra, si has sido bautizado en su nombre, podés compartir con nosotros. Y si no, no es para vos. Lo que es para vos es el perdón de Dios y tenés que buscarlo a Él.
La Gracia Restauradora de Dios
លេខសម្គាល់សេចក្ដីអធិប្បាយ | 9152415116668 |
រយៈពេល | 43:20 |
កាលបរិច្ឆេទ | |
ប្រភេទ | ការថ្វាយបង្គំថ្ងៃអាទិត្យ |
អត្ថបទព្រះគម្ពីរ | សាំយូអែល ទី ២ 12:1-15 |
ភាសា | អេស្ប៉ាញ |
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