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ប្រតិចារិក
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Le damos la bienvenida a la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona, España, y le invitamos a que visite nuestra página web por gracia.es. Deseamos que Dios le bendiga ahora a través de su palabra. Te damos gracias Señor porque nos has mostrado tu gracia, tu bondad, tu paciencia, tu amor. También nos ha mostrado tu poder, tu justicia. Oh Señor, y ante estas evidencias nos postramos delante de ti. Y rogamos, Señor, que tú abras nuestro entendimiento, nuestro corazón, nuestros oídos, Padre, para escuchar una vez más hoy tu palabra y que esta palabra, Señor, nos alimente en nuestro corazón, produzca frutos de gloria a tu nombre, produzca transformación de nuestras almas, de nuestras vidas, Señor. Oh, Dios, y que tu iglesia hoy, Señor, sea alimentada por ese buen pastor que eres tú. O Rey, toma toda mi incapacidad, mi insuficiencia, Señor, y habla, Señor, solamente por el poder de Tu Espíritu. Te lo ruego en el nombre de Cristo. Amén. Bien, hermanos, esta mañana vamos a estar hablando, tratando un tema que está expuesto en la carta de Pablo a los Efesios. Quisiera comentar antes de hacer la lectura que existe un templo muy conocido en Grecia, el templo de Apolo, no sé si el hermano Carlos lo conoce, el templo de Apolo, allí en Delfos. Es conocido porque es patrimonio de la humanidad, es muy apreciado este templo. Allí se encontró cuando se hicieron las excavaciones, justamente en el recibidor del templo, en un sitio que llaman el Pronaos, se encontró una inscripción que dice, conocete a ti mismo. O sea, como la entrada al templo decía esta frase, conocete a ti mismo. Y es una frase que parece que se le endilga a Platón. De hecho, un comentarista de este filósofo, en un libro que llama la Teología Platónica, no sé por qué lo llama así, Teología Platónica, dice lo siguiente, si quieres ser capaz de reconocer a Dios, debes primero aprender a conocerte a ti mismo. Será un poco el lema que tenía detrás de aquella frase, conócete a ti mismo. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué hago aquí? Son preguntas que el hombre busca responder para encontrar su significado y saber quién es el individuo. Y detrás de esta filosofía platónica surgen esas preguntas, esas preguntas existenciales. De hecho, toda la mitología griega es interesante porque narra algunos hechos que hoy nosotros los vemos muy reflejados. Se dice que el dios Zeus envió una roca que le llaman el ónfalo y cayó justamente ahí donde está aquel templo. El ónfalo es el ombligo del mundo. Y realmente detrás de aquellas preguntas o de aquella frase que aparece allí, conócete a ti mismo, está reflejado más bien un carácter muy humanista. un carácter más mirando el centro del mundo como si fuésemos nosotros, los seres humanos. Y cuando uno busca responder esas preguntas existenciales por su propia cuenta, por nuestra cuenta, ¿Quién soy? ¿Qué es lo que quiero? ¿A dónde voy? ¿Qué hago aquí en este mundo? Quizás comenzamos a buscar respuestas justamente en aquellos dioses de la mitología. Alguien puede decir, bueno, yo lo que busco es ser rico. Entonces está encontrando al dios Mamón de la mitología. Alguien dirá yo lo que quiero es gozar del sexo, entonces busca al dios Ero. Otro quizás quiere sabiduría, la sabiduría humana, entonces busca a la diosa Atenea. Otros quieren ser prósperos en sus negocios, ser buenos comerciantes, entonces buscan al dios Hermes. Otros buscan los placeres, el vino. Entonces recurren al dios Dionisio. Algunos pocos buscan al dios del trabajo, Alefasto. La mitología cuenta que este dios era un dios desgarbado y cojo. De hecho era tan impopular que lo echaron del Olimpo. Esa era la mitología griega. Contrasta abiertamente con lo que nos dice la Biblia. La Biblia lo que nos dice es, conoce a Dios. Y la revelación que está en la Palabra de Dios es justamente lo contrario a lo que está en aquella inscripción del Templo a Apolo. Conoce a Dios. Conoce a Dios. De hecho, el título de este sermón es este, ¿no? ¿A qué Dios conoces tú? ¿Alguno de estos dioses que he nombrado anteriormente o conoces al Dios de la Biblia? Quiero invitarlos entonces hermanos a abrir allí la carta de Pablo a los Efesios, el capítulo 1. Y vamos a leer del versículo 15 hasta el final. Dice así la palabra del Señor. Por esta causa, también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor, Jesús, y de vuestro amor por todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones. para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de Gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que Él os haya amado, y cuál es la riqueza de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío y sobre todo nombre que se nombra no sólo en este siglo sino también en el venidero y sometió todas las cosas bajo sus pies y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia la cual es su cuerpo la plenitud de aquel que todo lo llena en todo. Amén. Este pasaje está dividido en varios versículos, pero realmente si lo unimos por los signos de puntuación que aparecen allí, es un solo párrafo, ¿no? Es un párrafo que hay que tomar aire para poderlo leer completamente, ¿no? Esta era una característica de los escritos de Pablo. Realmente no la percibimos cuando leemos la Biblia que está dividida en versículos, pero cuando unimos estos versículos por las comas y por los puntos y comas aparecen, entonces, estas porciones están preciosas, ¿no? Este pasaje comienza con esa frase, por esta causa. Eso significa que está uniendo justamente el contexto anterior, o sea, lo que está explicando Pablo en los versículos previos con lo que va a decir a continuación. ¿Y cuál es esa causa? Pues tendríamos que leer todo el capítulo 1, ¿no? Los versículos 3 al 10, no lo vamos a hacer esta mañana, pero sí quisiera resaltar algunos elementos que aparecen en esos versículos previos al pasaje que acabamos de leer. Nuevamente, allí aparece un gran párrafo que va del versículo 3 hasta el 10, que si ustedes lo sacan en su ordenador y lo ponen allí, es un párrafo muy precioso que nos habla de la salvación, que nos habla de la gracia, que nos habla de la elección, que nos habla de la adopción como hijos, que nos habla de la exaltación del Señor Jesucristo, que nos habla de la obra del Espíritu Santo, es decir, es un pasaje que habla del Evangelio completo. Es muy precioso, los invito a que lo lean en casa. Aparecen entonces esos tres párrafos, del 3 al 10, con un párrafo muy central donde hace esta descripción, luego los versículos 11 y 12, donde habla de la salvación de los gentiles, y luego 13 al 14, donde habla de la salvación, perdón, el anterior habla de la salvación a los judíos y el último habla de la salvación a los gentiles, hablando justamente con la intención, Pablo, de decir que hay un solo pueblo, que es la Iglesia del Señor. Y en los tres párrafos, si los vemos con detenimiento, aparece una palabra o una frase muy resaltada. En cada uno de ellos se repite. Esa palabra es la razón por la cual el Señor ha salvado a este pueblo. Y lo dice con claridad en estos tres párrafos. Dice, para alabanza de la gloria de su gracia. Esa es la razón de la salvación del pueblo, de la iglesia. Para alabanza de la gloria de su gracia. De hecho, resalto entonces esta frase y resalto también que esa descripción que hace Pablo en esos primeros versículos del capítulo, básicamente lo que están señalando es el fundamento eterno de la iglesia. Es Jesucristo. El fundamento eterno, desde antes de la fundación del mundo. Es el Señor Jesucristo. Así que ese es el antecedente. por el cual Pablo comienza este pasaje que leímos, es ese, por esa causa. Podríamos leerlo de otra manera diciendo, por esa salvación tan grande concedida a Dios, por Dios a sus escogidos, es decir, a su iglesia, para la alabanza de su gloria, y habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias a Dios por vosotros. Es el primer versículo, los dos primeros versículos que aparecen en el texto. Así que la causa por la cual Pablo escribe esto es porque identifica a la iglesia de Éfeso como iglesia verdadera, como pueblo escogido por Dios. Y como es un pueblo especial, un pueblo redimido por la sangre de Cristo, un pueblo que ha sido destinado para la gloria de Dios, entonces escribe esto que acabamos de leer, que no es otra cosa que una oración, una preciosa oración. De hecho, el libro de Efesios, cuando lo leemos por completo, aparecen dos oraciones en medio de toda la exposición doctrinal que hace en los primeros tres capítulos y luego la exposición de la vida práctica, o sea, de cómo poner en práctica esas verdades doctrinales en los siguientes capítulos. Esa exposición aparece interrumpida por dos oraciones, esta que acabamos de leer y otra que aparece en el capítulo 3. Esta en particular nos está hablando entonces de dos elementos por los cuales Pablo identifica a estos receptores de la carta como Iglesia. ¿Cuáles son esos dos elementos? La fe y el amor. Dos características fundamentales de la iglesia del Señor, de los salvos, de la iglesia. La fe en Jesucristo y el amor por todos los santos. Cuando Pablo escucha que la iglesia de Éfeso tiene esas dos características, él dice, estos son escogidos. Y por eso da gracias al Señor. Por eso eleva esta oración al Señor diciendo constantemente oro, dando gracias a Dios por vosotros, porque sois iglesia del Señor. Cuando escucho de la fe en Cristo, cuando escucho el amor que tenéis los unos por los otros, entonces puedo identificaros como iglesia del Señor y doy gracias a Dios por vosotros. Hay muchos textos en la Biblia donde resaltan estas dos características. De hecho, el pastor David ha estado predicando sobre ellas y quisiera señalar algunas que aparecen en Primera de Juan, el libro que está exponiendo David. En el capítulo 4, versículo 7 dice, Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios. Y agrega, todo aquel que ama es nacido de Dios. Se identifica al que es nacido de Dios porque ama, ama a los demás. Y luego en el capítulo siguiente, en el capítulo 5 dice, todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios. Vemos los dos elementos allí conjugados, el amor que se expresan y también la fe en el Señor Jesucristo, son dos señales claramente identificativas de lo que es una iglesia del Señor. No puede estar una sin la otra. Son como imanes. El Señor es el imán que atrae y todos los elementos nos aglutinamos allí alrededor del imán del Señor Jesucristo. Así que es un motivo permanente para Pablo de gratitud del Señor. el poder saber que esta iglesia la que está escribiendo es una iglesia verdadera. Dar gracias es un elemento fundamental, hermanos, y yo creo que es importante resaltar esta primera enseñanza de estos versículos. Es ese hecho, ¿no? De que como iglesia debemos estar dando gracias al Señor por la salvación tan grande que nos ha dado. Dar gracias a Dios por las iglesias, por esa iglesia local y por las iglesias donde se anuncia el Evangelio con fidelidad. Orar por los hermanos, orar unos por otros. con una gratitud de nuestro corazón por la fidelidad del Señor. Pero luego, en su oración, Pablo incluye no solamente esta acción de gracias, sino una petición, y es a la cual quiero referirme esta mañana, la petición de Pablo, comenzando en el versículo 17. dice el texto, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de Gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento. En otra traducción dice, conocimiento pleno de Él, conocimiento completo de Dios. Hay un fundamento entonces, que es Cristo. Sobre ese fundamento sobresalen aquellos dos pilares que hemos comentado, la fe en el Señor Jesucristo y el amor por todos los santos. Pero hay que construir sobre ese fundamento, es lo que está diciendo Pablo y por eso hace esta petición al Señor. Hay que crecer en santidad, en madurez. Esa es la razón por la cual Pablo hace esta petición al Dios de esta iglesia. La centralidad de la petición entonces de Pablo al Señor es por un conocimiento pleno de Dios. Esto significa que debemos seguir aprendiendo más del Señor. Que la vida hermanos que el Señor nos da en la tierra no nos alcanza para entender las grandes verdades de Dios. No sé a cuántos de ustedes les ha pasado que habla con otro hermano, quizás sobre el sermón o sobre el estudio, y dice, ah, eso yo ya lo sé. ¿Sí les ha pasado eso? Eso ya me lo enseñaron. Bueno, quizás no ha entendido lo que el Señor ha querido decir, porque realmente cada vez que escuchamos la palabra del Señor, tenemos agua fresca, algo nuevo para nuestro corazón. Algo que el Señor quiere impartirnos, aunque sea el mismo pasaje. Estoy seguro que si alguien viene a predicar este mismo pasaje, dentro de ocho días va a decir cosas refrescantes a nuestra alma, a nuestro corazón, porque es que es la Palabra Viva. Y no depende de los predicadores, depende del Señor. Depende del Espíritu del Señor. Así que la petición de Pablo es esa, conocimiento pleno de Dios. Aquellas preguntas a las cuales nos referíamos, ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿para dónde voy? ¿Cuál es mi finalidad? ¿De dónde vengo? Contrasta con esta petición de Pablo. El conocimiento pleno de Dios. Lo que necesitamos no es conocernos a nosotros mismos y buscar allí, excavando en la tierra a ver quiénes somos. Lo que necesitamos es conocer a Dios. Conocer al Señor. Conocer al Creador. ¿Pero qué se entiende por ese conocimiento? Hago mención a un escrito del autor James Montgomery Boyce que hace referencia justamente a este tema. Él dice básicamente lo siguiente, en una cálida noche de verano cuando un hombre rico y poderoso perteneciente a la casta social de aquel entonces, a la casta social del conocimiento, busca a Jesús y le plantea una conversación y le dice lo siguiente, Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro porque nadie puede hacer las señales que tú haces si no está Dios con él. Es verdad lo que dice allí este personaje. Nicodemo pone sobre la mesa entonces su conocimiento, lo que él sabía. ¿Y qué era lo que él sabía? Sabía que Jesús hacía señales milagrosas. Y lo dice, ¿no? Nadie puede hacer esas señales si no es enviado de Dios. Que esas señales entonces lo autentican como un enviado de Dios. Y tercero, que siendo eso verdad, Jesús era un hombre a quien había que escuchar. Esos eran los argumentos que traía Nicodemo cuando habló entonces con el Señor. Y así comienza esa conversación con el Señor. Pero ya sabemos en qué desemboca la conversación. desemboca en aquella frase del Señor que le dice, tú no conoces nada, no sabes. Siendo tu maestro no sabes esto, que hay que nacer de nuevo. El hombre quizás que más sabía en aquel entonces, Nicodemo, un estudioso de la palabra, plantea esa conversación y Jesús le dice, el verdadero conocimiento tiene un carácter diferente a lo que tú piensas. Es un conocimiento de tipo espiritual, un conocimiento de Dios. Y es un conocimiento que no puede ser impartido por hombres, sino solamente por el Señor. De ahí la gran importancia que tiene la petición de Pablo. Es una petición auténtica al Señor. Da más entendimiento a esta iglesia. Que comprenda más las grandes verdades del Evangelio. Dale una plena comprensión de lo que significa la obra que tú has hecho. Para que entiendas la gran esperanza que hay en Jesucristo. Así que hay diferentes tipos de conocimientos. Hay un conocimiento científico, intelectual. Hoy sabemos más que nunca. En ningún otro momento de la historia, ¿no? Hoy encendemos el ordenador y en menos de un segundo tenemos cualquier pregunta que hagamos. Respuestas a lleno. A cualquier pregunta. Las redes sociales, la televisión digital, los móviles inteligentes, los robots superdotados, lo que llaman ahora la Internet de las cosas, ¿no? Cómo las cosas se comunican por Internet y van tomando decisiones. Tantas cosas que hablan de un conocimiento humano. Sin embargo, le preguntan a un científico lo siguiente. Se llama Blas Cabrera. ¿Cuánto conoce el hombre del universo? Le preguntan. Es un astrofísico. Y este hombre dice, conocemos el 1% del 4%. Hagamos cuenta. ¿Cuánto conocemos del universo? Sabemos que existe la materia y la energía oscura, dice. Pero continuamos sin saber qué es la materia oscura. Ese es el conocimiento del hombre hoy día, del universo. A otro le preguntan a Sebastián Zung del MIT, un estudioso del cerebro humano, ¿cuánto conocemos del cerebro humano? Ya pasando de la esfera celestial, de la grandeza del universo al cerebro humano, a lo que está ahí en la cabeza nuestra. Este hombre responde, no conocemos sino el 1% del cerebro. Es el conocimiento del que tanto se vanagloria hoy el mundo. Conocimiento fragmentado, parcial, absolutamente insuficiente. Algunos sacan pecho y dicen, estamos asistiendo a la era del conocimiento. Se han escuchado hablar de eso, ¿no? Estamos asistiendo a la era del conocimiento. Sin embargo, hermanos, la realidad es que hoy tenemos que decir lo mismo que dijo Sócrates 400 años antes de Cristo. Sólo sé que nada sé. Es lo que el hombre tiene que decir cuando vemos estos porcentajes del conocimiento del hombre. Sólo sé que nada sé. Y esto es particularmente cierto, hermanos, cuando nos referimos al conocimiento que nos permite entender la realidad de Dios y nuestra realidad en el mundo. Hoy está más ausente que nunca. El segundo enfoque del conocimiento es la búsqueda de la realidad a través de las experiencias y las emociones. Quizás ya el interés por el conocimiento científico está pasando a un segundo plano y ahora cobra mayor importancia entre las personas ese conocimiento a través de las experiencias, de las emociones, de los espectáculos. Esto no es nuevo. Antiguamente también se hacía lo mismo. Se participaba en ritos religiosos, misteriosos, experiencias inducidas por luces, por sonidos, por música. Hoy se vive esto mismo. las drogas, el descubrimiento de las religiones orientales, del yoga, de las terapias, de una cosa y de otra. Y el hombre busca en ello encontrar ese conocimiento. Otros lo buscan en el espectáculo, en el fútbol, en los realities, en los cantantes, en Messi, en Ronaldo. Allí buscan ese conocimiento, esa experiencia que satisfaga esa expectativa que tiene el ser humano. Pero la crisis del conocimiento de la que Jesús le habla a Nicodemo es la misma que existe hoy día. Han pasado dos mil años y seguimos igual de torpes en ese conocimiento. Hoy estamos incluso quizás peores, ¿no? Más solos, más tristes que lo que estaban en aquella época. ni la razón, ni las experiencias, ni las emociones pueden llegar a satisfacer esa necesidad que tiene el ser humano ni a responder esas preguntas. ¿Quién soy yo? ¿Para dónde voy? No la puede responder. ¿Cuál es entonces la solución? Es la que plantea Pablo en este pasaje que acabamos de leer. Es que el Espíritu Santo del Señor nos dé sabiduría y revelación en el conocimiento pleno del Señor Jesucristo. Esa es la solución, hermanos. Esa es la inscripción que debe estar a la entrada de nuestro corazón. Conocer a Cristo. Conocer a Cristo. Que esa sea la motivación de nuestra vida. Conocer más de Él. apreciar más su grandeza, honrarle más por lo que le conocemos mejor, porque Él satisface todas nuestras necesidades. Así que la petición de Pablo tiene un verdadero significado, tiene una verdadera importancia. Que los cristianos sean provistos de una mayor profundidad en el conocimiento del Evangelio, un mayor discernimiento de lo que significa la voluntad de Dios para sus vidas. una mejor apreciación de los medios que el Señor pone en nuestras manos para hacer esa voluntad, y que esa voluntad sea encaminada a la razón de ser de ser humano, y más que todo de la Iglesia, la gloria del Señor Jesucristo. Eso es lo que pide Pablo. Dios existe, hermanos. Es creador de todas las cosas. Es el que le da significado a la creación, el que sostiene la creación, el que nos sostiene a nosotros, y mucho más hablando de la iglesia, muy especialmente a la iglesia. El Señor la sostiene con su diestra de poder, porque esa es su promesa. Ese es el verdadero conocimiento. Y es un conocimiento, hermanos, maravilloso. Porque es un conocimiento que nos pone en nuestro lugar. Es un conocimiento, hermanos, que nos humilla. que rebaja nuestro orgullo a donde debe estar, nuestra soberbia, nuestra arrogancia, nuestras pretensiones, nuestra vanagloria, nuestro poder. Pero a pesar de rebajarnos y ponernos donde nos corresponde, satisface profundamente la necesidad que tenemos, porque conocemos mejor de Dios. Satisface no solamente nuestras expectativas racionales, sino también nuestros sentimientos, nuestros sentidos. las más profundas necesidades de nuestro corazón y nuestra alma. ¿Cuáles son esas necesidades? Las de sentirnos perdonados, las de sentirnos amados por el Señor, de la de sabernos sostenidos por su diestra de poder y de saber que tenemos una gloriosa esperanza en los cielos. Eso, hermanos, a cambio de nuestra humillación. ¿No les parece maravilloso ese conocimiento? También podemos hablar que hay diferentes niveles de conocimiento, hermanos. Hay un primer nivel que podríamos llamar un nivel de conciencia de algo, ¿no? Es cuando tenemos conciencia de que algo existe, ¿no? Vemos por televisión al presidente Obama, por ejemplo. Sabemos que existe, vemos allí la figura, pero ninguno lo hemos visto personalmente, ¿no? Hay una conciencia de la existencia de aquel hombre. Y vemos rastros de la hora de este hombre. Bueno, de cualquier otro que podamos hablar. Pero este es el mínimo conocimiento que de Dios pudiésemos tener. El mínimo conocimiento que todos los seres humanos tienen. La existencia de Dios. Dios existe. Se ha revelado a todos los hombres a través de la creación. Nadie puede negar la existencia de Dios. Nadie puede tapar el sol con un dedo. El sol está allí. Dios lo ha creado. Ese universo que el hombre no conoce, sino el 1%, Dios lo ha creado. Y no solamente lo ha creado, sino que lo sostiene cada día con su poder. Así que ¿quién puede negar la existencia de Dios? Todas las teorías que se tejen alrededor del origen de la vida, del universo, son absurdas completamente. No se pueden sostener. Así que tenemos ese primer nivel de conocimiento. Hay un segundo nivel de conocimiento que podríamos llamar el conocimiento por descripción. Cuando alguien nos cuenta algo de alguien. Yo podría, por ejemplo, decirles que tengo un hermano mayor que vive en Colombia, que es un poco más bajito que yo, que tiene dos hijos, que ya está jubilado, Podría darle las señales físicas. Y quizás alguno podría decir, después de hacer esta descripción, que conoce a mi hermano. Ya si les digo el nombre, ustedes dirán, bueno, ya conozco al hermano de Jairo. Mide tanto, es de tal color, tiene dos hijos, su familia es esta, etcétera, etcétera. ¿Cómo les parece ese conocimiento? Es un conocimiento aún muy superficial. Es un conocimiento, vuelvo y repito, por descripción. Lamentablemente, hermanos, hay muchos cristianos que se conforman con ese tipo de conocimiento de Dios, la descripción. La descripción que hace el predicador cada domingo, la descripción que encuentran por la predicación en Internet. Pero no conocen nada más de Dios, sino esa descripción, algo que alguien les ha contado de Dios. Hay otro nivel de conocimiento que es el de las experiencias puntuales. Yo podría decirles, bueno, hace más o menos 27 años viví en México, de hecho uno de mis hijos nació en México, y podía hablarles de las grandes avenidas de México, de la ciudad tan enorme que hay allí, quizás comentarles algunas experiencias que me sucedieron en aquella ciudad. Pero estoy seguro que si hoy viajo a México, después de casi 30 años, llego allá y me pierdo. No conozco nada. ¿Por qué razón? Porque estaba viviendo las experiencias pasadas y hoy día la ciudad ha sido transformada por completo. Voy allí y quizás los nombres de las calles cuando los vea los recuerdo, pero poco más de allí. Así también hay muchos cristianos, hermanos, que algún día conocieron algo del Señor y que se han conformado con ese conocimiento puntual o experimental que tuvieron en alguna oportunidad. Son unas cuantas pinceladas y viven de esos recuerdos. Pero ese no es el conocimiento al que Pablo se está refiriendo aquí. Cuando la Biblia habla de conocer a Dios, nos está diciendo que conocer a Dios es vivir un nuevo sentido de vida. O sea, es necesario nacer de nuevo, dice Jesús a Nicodemo. ¿Y esto qué significa? Significa nada más ni nada menos que Dios se convierte en nuestro confidente, en nuestro amigo, en nuestro consejero. Que el Señor se convierta en nuestro proveedor y lo reconocemos como tal. Que él es nuestra guía, que su palabra es nuestro consejo. Que entendemos las bondades del Señor. Que cuando sale el sol cada mañana y nos despertamos, podemos decir, Señor, gracias por la vida que me has dado. Que cuando nos acostamos en la noche, podemos decirle, Señor, gracias por el día que me has provisto. Porque no me ha faltado de nada. Tú me has guardado y aquí estoy. Conocer a Dios es eso, hermanos. Y ese conocimiento se desarrolla no en un contexto de unos laboratorios por allí, ¿no? Ni en un contexto de una sala de conciertos. Todo lo contrario, se desarrolla en la intimidad nuestra con Dios. Allí se desarrolla ese conocimiento. En estar a solas con el Señor, de rodillas, orando, clamando al Señor, uniéndonos con Pablo y decir, Señor, dame ese espíritu de conocimiento y de sabiduría para entenderte mejor, porque quiero conocer más de Ti. Dame ese discernimiento para saber Tu voluntad. ¿Qué hago en esta situación? Dame sabiduría para entender cada paso que voy dando. Ayúdame porque no me basto por mí mismo. Allí, hermanos, en ese contexto se desarrolla ese conocimiento del Señor. En esa devoción, en esa adoración al Señor cada día. En esa oración que debe ser nuestro WhatsApp. ¿Cuántos usan WhatsApp cada momento, no? Estamos allí comunicándonos con el otro. ¿Qué tal si la oración se convierte en nuestro WhatsApp con el Señor? Cada momento, en cualquier circunstancia, Señor, ¿qué hago en esta situación? Señor, te alabo porque me has guardado. Te doy gracias porque me has provisto este trabajo. ¿Tenemos motivos para agradecer al Señor? Seguro que sí. Muchos motivos de agradecer al Señor. Conocer a Dios, hermanos, es tener una relación vital con Él. No una relación puntual o una relación por allí de la experiencia de hace tantos años o una relación que alguien me ha contado que tiene con Dios. Es una relación íntima, personal, vital que yo tenga con el Señor. Una relación que se caracterice por la fidelidad a Dios, por la obediencia a su palabra, porque no solamente conozco su palabra sino porque quiero obedecerla, porque detesto el pecado y porque amo al Señor Y ese amor lo expreso en una voluntad de hacer sus propósitos de lo que Él me ha mandado en su palabra. Es confiar en el Señor, en sus promesas. Es admirarlo, es maravillarnos de Él cada día. Ese es el conocimiento de Dios. Y tal como lo expresa Pablo en Filipenses, unirnos con él en esta frase es decir, ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo por basura para ganar a Cristo. Eso es conocer al Señor. Conocer al Señor es vivir en su camino, hermanos. Es actuar de tal modo que aquella relación vital con el Señor se ennoblezca, se fortalezca, se cuide. ¿Conoces tú a Dios de esa manera? Luego Pablo, siguiendo ya con el pasaje, nos habla de tres razones que expresa allí por las cuales hace esta petición al Señor. Pide ese conocimiento, esa revelación, ese espíritu de comprensión de la voluntad del Señor. ¿Para qué? Dice, para saber cuál es la esperanza a que Él los haya amado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos. Tres razones, todas ellas hiladas, entretejidas entre sí porque una depende de la otra. pero las expresa de esa manera, con claridad, el apóstol Pablo en este pasaje. Miremos la primera de ellas. ¿Cuál es la esperanza a la que Él nos ha llamado? Conocer a Dios, hermanos, es vivir en plenitud como ser humano y vivir no solamente con un sentido nuevo de vida, sino con un sentido eterno de vida, porque tenemos una esperanza eterna. No es una esperanza temporal, es una esperanza eterna. Conocer la esperanza de nuestro llamado como cristianos, como hijos de Dios, es saber que nuestra esperanza está fundada sólidamente en las infalibles promesas del Señor, que Él siempre cumple, Es confiar plenamente que nuestra vida está anclada en Cristo. Y por eso esa esperanza gloriosa que tenemos en Él. Consiste en una entrega ferviente al Señor, en una expectación confiada. No incierta, sino confiada y segura. Una espera paciente en el cumplimiento de cada una de las promesas que el Señor ha hecho. Una absoluta confianza centrada en Cristo de que sus promesas serán, sin duda alguna, cumplidas cada una de ellas en su pueblo, en sus hijos, en nosotros. Porque somos la amada del Señor. Somos la amada del Señor. Pero también, cuando conocemos al Señor de esa manera, también nos aprendemos a conocer a nosotros mismos. Porque es crecer en humildad. Él es santo y nosotros no lo somos, hermanos. Él es bondadoso y nosotros no somos buenos. Él es sabio y nosotros no somos sabios. Él es poderoso y nosotros somos débiles. Él es eterno, nosotros somos pasajeros en esta vida. Él está lleno de amor, nosotros muchas veces de egoísmo, de resentimientos. Hay de mí, dice Isaías, que soy muerto, porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de un pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey Jehová de los ejércitos. Así que conocer al Señor significa caer de rodillas delante de él y decir, Señor, no merezco conocerte, pero te agradezco que te hayas revelado a mi corazón. No merezco nada de ti. No he hecho nada para que tú te acerques a mí y te reveles como te he revelado por tu espíritu. Así que, hermanos, entre más conocemos al Señor, más nos humillamos a nosotros mismos. más nos humillamos a nosotros mismos. Así que hago otra, una segunda pregunta, hermanos. ¿Crees en el conocimiento de tu propio estado? ¿Estás siendo cada día más humilde delante del Señor? La segunda razón por la cual Pablo está pidiendo esto por la iglesia de Efesón. ¿Cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos? Tremenda petición. ¿Cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia a los santos? Muchos cristianos interpretan erróneamente cuáles son las riquezas de la gloria de la herencia de Dios, y piensan en las riquezas materiales. Piensan en el disfrute de una vida sin dificultades, sin problemas, que el Señor me solucione todo. Piensan en la libertad absoluta de cualquier debilidad física, de las enfermedades. Pero pensar en eso, hermanos, es limitar a Dios. Es creer que nuestra herencia es una herencia pequeñita, temporal. Es una herencia de esta tierra. Pero nuestra herencia es gloriosa, hermanos. Es eterna. Es muchísimo más de lo que nos imaginamos. Nuestra herencia es poder contemplar un día la gloria de Cristo. A plenitud. Es comprender en todo el sentido del término la majestad y el señorío de nuestro Salvador. Es estar allí reunidos con todos los santos y quitarnos la corona de nuestra cabeza y arrojarla a los pies del Señor. Esa es la herencia a la cual el Señor nos ha llamado. Esa es la esperanza que tenemos en Cristo. Nuestra herencia, hermanos, está íntimamente relacionada con nuestra santificación, una obra del Espíritu Santo en nosotros que está operando, como enseñaba esta mañana nuestro hermano Javier, desde incluso antes de conocerle. Está operando el Señor. ¿Para qué? Porque el Señor nos está preparando para ese momento glorioso. de recibir las gloriosas herencias que el Señor ha preparado para nosotros. Así que conocer a Dios, hermanos, es crecer en santidad. Así como hablábamos que es crecer en humildad, es también crecer en santidad. Es amarlo. Es desear parecernos a Él. Es aborrecer el pecado y la injusticia. Y amar entrañablemente la justicia. ¿Crees en esa santidad, hermanos? Si miras hacia atrás en tu vida, ¿realmente ves que tu vida progresa en Cristo? Es otra pregunta que dejo abierta. La tercera razón que Pablo explica en esa petición. ¿Cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos? cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, para con su iglesia, para los que el Señor ha llamado. La falta de un conocimiento profundo del Señor lleva a las personas a tener unas vidas débiles, hermanos. Y vemos iglesias y hermanos que son débiles porque no conocen al Señor. Se han conformado con aquellas pinceladas de las que comentábamos hace un rato. Sus mentes se han conformado al espíritu de este siglo, el consumismo, la inmediatez, la competencia, el egoísmo. No han entendido que hay un Dios poderoso. Y entonces se quedan sin argumentos cuando alguien les pide razón de su fe. Explican dos cosas y se quedan sin con qué explicar más, en qué Dios han creído. Su Dios, por lo tanto, es un Dios débil, pequeño. Quizás un Dios con sentimientos vacilantes, que quiere salvar el mundo, pero no puede. Que quiere evitar la maldad en este mundo, pero no es capaz de hacerlo. Esto se asemeja a ese anciano cariñoso y bonachón, ¿no? Pero que ha dejado que sus hijos se las arreglen como puedan en esta tierra. Pero hermanos, ese no es el Dios de la Biblia. Ese no es el Dios en el que creemos. El Dios de la Biblia, queridos hermanos, es el Dios Todopoderoso. ¿Entendemos el significado de esa palabra? El Todopoderoso. El creador de todo lo que vemos y también de lo que ningún ojo humano ha visto jamás. Él es el creador de todo ello. Nada ocurre en la tierra sin que Él lo decrete. Ese es el Dios en el que creemos. Nada le inquieta. Nada le sorprende. Nada se sale de su control. Todo lo sabe. Siempre logra sus propósitos. Todo lo que se propone, el Señor lo hace. Nadie le puede decir, ¿qué haces? Porque Él todo lo cumple. Job lo dice con claridad. Quisiera invitarlos a abrir allí el libro de Job. Capítulo 26. Leemos unos versículos solamente. O capítulo 26, veamos del versículo 6 al 14, dice lo siguiente. El Seol está descubierto delante de él y el Abadón no tiene cobertura. Él extiende el norte sobre el vacío, cuelga la tierra sobre nada, ata las aguas en sus nubes y las nubes no se rompen debajo de ellas. Él encubre la faz de su trono y sobre él extiende su nube. Puso límite las superficies de las aguas hasta el fin de la luz y las tinieblas. Las columnas del cielo tiemblan y se espantan a su reprensión. Él agita el mar con su poder y con su entendimiento hiere la arrogancia suya. Su espíritu adornó los cielos, su mano creó la serpiente tortuosa. Y aquí estas cosas son sólo los bordes de sus caminos. Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él. Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender? Ese es el Dios en el que creemos, el Dios de la Biblia, hermanos. El Dios que abrió el Mar Rojo en dos para que su pueblo pasara por allí. El Dios que proveyó alimento día tras día a este pueblo mientras iba a la tierra prometida, estando en el desierto, ni sus zapatos se desgastaron. Es el Dios en el que creemos, hermanos. El que destruyó el Palacio de los Filisteos por manos de Sansón. El que humilló a Naoconozor hasta volverlo como una bestia, y lo mantuvo allí humillado hasta que él reconoció quién era Dios. El Dios de la Biblia, hermanos, es el que sostiene a su iglesia a lo largo de todos los tiempos. El que ha hecho que su palabra permanezca y hoy la tengamos ahí en manos. Ese es el Dios de la Biblia en el cual creemos. El Dios de la Biblia, estimados amigos, se despojó a sí mismo y en Cristo tomó forma de hombre y siendo hombre se humilló hasta la muerte y muerte de cruz. ¿Y sabes por qué lo hizo? porque nos amó con amor eterno. Amó a los suyos con amor eterno. Por lo tanto, conocer al Dios de la Biblia es conocer al Cristo de la cruz y caer de rodillas delante de él, hermanos. Y decir, Señor, qué obra tan grandiosa has hecho tú en la Cruz del Calvario. Pero además, conocer al Dios de la Biblia es saber que la cruz está vacía. Que la tumba está vacía porque Cristo resucitó de entre los muertos. Y está vivo, sentado a la diestra del Padre. Está allí abogando por nosotros. Está preparando lugar para nosotros. Está esperando a la novia para las bodas del Cordero. es conocer que ese poder que levantó a Cristo de los muertos es el poder que nos ha levantado a nosotros de entre los muertos. Es el mismo poder. Pablo lo dice en este pasaje que acabamos de leer. Vamos a volverlo a leer allí en el versículo 20 al 22 de Efesios. Dice, la cual, hablando del poder del Señor, la cual operó en Cristo resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales sobre todo principado de autoridad y poder y señorío y sobre todo nombre que se nombra no sólo en este siglo sino también en el venidero y sometió todas las cosas bajo sus pies y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Ese es el Señor Jesucristo. El poder que levantó a Cristo de entre los muertos, el poder que entregó todas las potestades en manos del Señor y la puso a sus pies, es el poder que nos sostiene a nosotros, su iglesia. ¿Les parece pequeño ese poder, hermanos? Es un poder grandioso. Gloria al Señor por ello. Conocer, hermanos, al Dios de la Biblia hace entender que el mismo poder que operó esa resurrección de Cristo es el que opera nuestro corazón, transformándonos de día en día. Nadie se puede resistir a la obra del Señor. Nadie puede resistir su llamado. Cuando Él llama, todos vienen a sus pies. No puedo hermanos terminar este sermón sin hacer mención a esa última frase que aparece en el pasaje que hemos leído. Haciendo referencia a la iglesia porque es precioso este versículo. dice, hablando la iglesia, la cual es su cuerpo la plenitud de aquel que todo lo llena en todo. Lo volvemos a leer, dice, la cual, la iglesia, nosotros, tú y yo, es su cuerpo la plenitud, óigase bien, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo. ¿Qué más alto honor podemos tener, hermanos? Decir como dice Pablo, la Iglesia, nosotros, tú y yo, sin merecer absolutamente nada, de esto nos ha dado el gran privilegio y el gran honor de ser la plenitud de Cristo. Glorioso, hermanos, el más alto honor para la Iglesia, que el Hijo de Dios le conceda ser su plenitud. Que la Iglesia, su amada, sea presentada como aquella que llena y completa a aquel que todo lo llena en todo. Hermanos, pertenecer a la Iglesia del Señor no es cualquier cosa. Es el mayor privilegio que un ser humano puede tener. Ser contado entre los hijos de Dios es lo mejor que nos ha podido suceder, hermanos. No puede compararse con absolutamente nada en esta tierra, ni en el universo, ni en lo más recóndito del mundo. Pertenecer al pueblo del Señor Es un privilegio glorioso, hermanos. ¿No creen que vale la pena orar al Señor cada día y decirle, Señor, gracias por haberme salvado? Gracias por haberme juntado a tu iglesia. Gracias, Señor, porque puedo pertenecer también a una iglesia local, servir en esa iglesia local. ayudar a mis hermanos y ser ayudado por mis hermanos en este trasllegar por la vida mientras llegamos a cumplir esa esperanza gloriosa de la salvación eterna mientras todos reunidos podamos congregarnos allí delante de él y como dije hace un momento tirar nuestras coronas a sus pies y decir santo santo santo es el señor es un enorme privilegio hermanos es un enorme privilegio Queridos hermanos, que esta oración de Pablo sea nuestra oración cada día, rogando al Señor que nos revele más y más de él, de su conocimiento, y que tal conocimiento reafirme en nosotros la esperanza eterna de la salvación cada día, que nos revista de su santidad para contemplar la gloria de Cristo y opere con su poder en nuestro corazón, transformándonos continuamente para la avanza de la gloria de su gracia. Amén. Oremos al Señor. Padre, queremos darte las gracias, oh Rey. Sabemos, Señor, que cualquier palabra que digamos es poca para expresar, Señor, la gratitud que tiene nuestro corazón por el gran privilegio de pertenecer a tu pueblo, de ser contado como hijo tuyo, Señor. de saber que tu hijo derramó su sangre en la Cruz del Calvario para que fuésemos justificados delante de ti, oh Padre. Y no solamente esto, señores, sino tener esa esperanza gloriosa de la salvación eterna que nos anima cada día a conocerte más profundamente. Oh Señor, nos unimos con Pablo en esta oración y te rogamos que tú nos des espíritu de conocimiento, de entendimiento pleno de ti, de tu evangelio, de tu grandeza, de tu poder, de tu señorío. Y que entendiéndote más, Señor, seamos más humildes delante de ti, que nos amemos más y que nuestra fe crezca. Que nuestra vida, Señor, sea una muestra de la gloria tuya, Padre. Te lo rogamos en Cristo. Amén.
¿Qué Dios conoces?
លេខសម្គាល់សេចក្ដីអធិប្បាយ | 125161812120 |
រយៈពេល | 51:33 |
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ប្រភេទ | ការថ្វាយបង្គំថ្ងៃអាទិត្យ |
អត្ថបទព្រះគម្ពីរ | អេភេសូរ 1:15-23 |
ភាសា | អេស្ប៉ាញ |
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