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Bien, buen día, Madre Iglesia, ¿cómo están? Es un gusto poder una vez más juntarnos como pueblo de Dios, alabar su nombre, adorarle y también ahora abrir la palabra para ser alimentados por medio de ella. Si recibieron la hojita de su bosquejo hablando de alimentación, ustedes van a notar que en el bosquejo de esta mañana vamos a estar pensando en una comida, ¿sí? Entrada, plato fuerte y postre. Y la historia que vamos a ver en el libro de Lucas esta mañana habla acerca de una invitación a una comida. Es por eso que su bosquejo es temático. Ahora, quiero mostrarles, si me ayudan los chicos de Multimedia, hace unos días, hace tres semanas, me llegó una invitación a una fiesta. Una fiesta muy especial porque son los 15 de mi sobrina. Bueno, aquellos que han tenido cercano alguna fiesta saben todos los preparativos, todo lo que implica, ¿no? Comprar ropa, elegir ropa, peinarse, etc. Y los 15 son una invitación muy especial para la vida de una mujer. Entonces, me llegó la invitación, ahí pueden verla, tienen el detalle, 29 de marzo, el horario, el lugar. Siempre se pone confirmar asistencia hasta tal fecha, el costo de la tarjeta. Y bueno, Dios mediante, con mi familia, vamos a ir. Ahora quiero que imaginemos un segundo esta escena. Es un día muy especial, es mi sobrina, es mi familia, mi hermana me envió la invitación por WhatsApp. Imaginemos que además de enviarme la invitación, me paga la tarjeta, las cuatro tarjetas. O bueno, dos, porque los más chicos no pagan. Pero voy a ir gratarola, ¿sí? Y me dice que confirme asistencia y le digo, sí, voy a ir, vamos a estar ahí, Dios mediante. Gracias. Y le confirmo con tiempo. Llega el día del evento, 29 de marzo, y a la tarde le mando un WhatsApp a mi hermana diciendo, ¿sabes qué, Fa? Se me va a ser imposible ir hoy. Y bueno, mi hermana preocupada me va a preguntar por qué. Se enfermó otra vez el Miki, el Eli, no sé, ¿le pasó algo? ¿Ustedes están bien? Sí, sí, todo está bien. Lo que pasa es que decidimos quedarnos a ver, junto con mis hijos, en la Compu, Sin Uno. Conocen la película, ¿verdad? Una película infantil. Mi hijo Eliseo ya la ha visto como 12 veces. Pero bueno, supongamos que quiere verla 13 veces. Y yo le digo a mi hermana, no voy a ir hoy, al cumple de Anto, porque justo queremos ver Sin Uno otra vez. ¿Qué va a pensar mi hermana? Bueno, lo primero que va a pensar es que es un mal chiste, ¿sí? Pero si toma en serio mis palabras, va a empezar a pensar, ¿qué desconsideración? ¿Cómo puede ser que Falta cumple de su sobrina por quedarse a ver otra vez una película que podría ver mañana, pasado y cada uno de sus días? ¿Por qué no vienen? Y seguramente mi hermana se molestaría por tal actitud y tal desprecio. Bien, mis hermanos, la historia que vamos a ver esta mañana habla acerca de una invitación mayor que la fiesta de un cumpleaños. Y habla de cómo responder a esa invitación. Continuamos, para aquellos que se suman en esta mañana, una serie que estamos viendo en el Evangelio de Lucas de las parábolas de Jesús. El título es Verdades incómodas. Y hoy vamos a ver una verdad incómoda en esta parábola que vamos a leer en Lucas 14. Y es que Dios está invitando generosamente a todo tipo de personas al banquete de su reino. Pero quienes rechazan el llamado de Cristo no probarán su cena. Acompáñenme por favor entonces, Lucas capítulo 14, vamos a leer el pasaje de esta mañana. Versículo 15. Oyendo esto, uno de los que estaban sentados con él, con Jesús a la mesa, le dijo, bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo, un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados, venid, que ya todo está preparado. y todos, a una, comenzaron a excusarse. El primero dijo, he comprado una hacienda y necesito ir a verla, te ruego que me excuses. Otro dijo, he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos, te ruego que me excuses. Y otro dijo, acabo de casarme y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo, ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo, señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo, ve por las calles y ve por los vallados, fuérzalos a entrar para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena. Señor, te damos gracias por la posibilidad que tenemos esta mañana, una vez más, de reunirnos, abrir tu palabra. Te rogamos, Señor, que nos des un corazón que pueda responder adecuadamente a tu mensaje. Que obres por tu espíritu en nosotros para que podamos entender tu palabra, gustar y saborear lo dulce y lo preciosa que es, y responder para tu gloria. Te lo rogamos en nombre de Jesús. Amén. Bien, vamos a comenzar entonces. El primer punto de sus bosquejos dice Entrada, y lleva por título Sentados a la mesa. Para entender la escena que acabamos de leer mejor, necesitamos leer el contexto. ¿Qué está pasando alrededor de esta situación? ¿Qué viene pasando? ¿Dónde está Jesús? ¿Y quiénes son los personajes involucrados en este versículo? En este pasaje, perdón. Bueno, acompáñenme ahí, Lucas mismo, capítulo 14, versículo 1. Aconteció un día de reposo que habiendo entrado Jesús para comer en casa de un gobernante, que era fariseo, éstos le acechaban. Era un día sábado. Ahí está Jesús a la mesa de alguien importante, un fariseo, que le invitó a comer junto a otros fariseos que, dice Lucas, le están acechando. Es decir, están pendientes, incluso por ser sábado, a ver si hace o dice algo inadecuado para acusarle y para condenarle. Bien, era un banquete, era una comida especial y al mismo tiempo, imagínense, era una comida bastante extraña y tensa. Jesús y todos los fariseos acechándole. Dice el versículo 7, después que Jesús sana a un hombre hidrópico y confronta la hipocresía religiosa de estos hombres, Dice el versículo 7, observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles, y Jesús cuenta, una parábola de los convidados a las bodas. Es decir, el clima inicial probablemente ya era de tensión y ahora Jesús va a confrontar no solo a los líderes religiosos, sino a todos los invitados diciéndole no busquen los primeros lugares. Jesús está confrontando la hipocresía religiosa, está confrontando el orgullo de aquellos que buscan sobresalir y ser los primeros. Y versículo 12. Bien, no terminó acá la confrontación de Jesús, no solamente le habló a los convidados, ahora le habla al anfitrión. Sí, Jesús muchas veces tenía palabras duras. E invitar a Jesús a tu casa podía salir muy bien o podía dejarte muy mal parado. Dice Jesús, en el versículo 12, hablándole al anfitrión, cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, probablemente lo que este hombre había hecho, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos. No sea que ellos te vuelvan a convidar y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y serás bienaventurado porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos. Oyendo esto, uno de los que estaban sentados con él a la mesa le dijo, bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces, tenemos a Jesús en la mesa de un fariseo principal que le invitó a comer. Están rodeándole los fariseos también para acecharle. Es día sábado. Y mientras están comiendo, Jesús hace un milagro, una sanidad, y confronta la hipocresía religiosa. Luego, confronta el orgullo de los que buscaban los primeros lugares, y luego, confronta la idea de buscar recompensas terrenales o reciprocidad, invitando a aquellos que te lo pueden pagar. Oyendo esto, dice el versículo 15, bueno, todo esto, todo esto que Jesús ha venido diciendo, toda esta confrontación, todos estos llamados de atención a los que están ahí, pero sobre todo, oyendo esto último, ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos. Oyendo estas palabras, hay una resurrección, los justos van a ser premiados y van a ser bienaventurados, Este hombre exclama lo que leemos en el versículo 15. Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Es como si de pronto este hombre, un poco pendiente de lo que Jesús viene diciendo, sea para llamar la atención, diciendo algo inteligente, algo piadoso, algo que todos estarían de acuerdo y dirían amén. Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Es como si hubiese dicho, venga a tu reino Dios, si haga tu voluntad. Y todos los cristianos acá decimos, amén. Quizás quiso decir algo inteligente para llamar la atención. No había escuchado que Jesús dijo, no busquen ser los primeros. Quizás quiso decir algo que le gane un favor de quien le había invitado, del anfitrión. O quizás intentó aliviar la tensión. Pensemos, la mesa ya estaba bastante tensa. Y quizás aprovechó la ocasión que Jesús habló de la bienaventuranza futura en el reino de Dios para decir algo que desviase la atención hacia algo más agradable. Un comentario adecuado que nos lleve a pensar en algo más lindo que lo que estaba pasando en esa mesa. La bienaventuranza de los que coman pan en el reino de Dios. Como si hubiese querido también cortar el momento tenso diciendo algo que relaje. Como decimos hoy, cafecito, una frase como para salir al paso y que el clima sea más ameno. Podría ser. Ahora, ¿por qué este hombre habla de comer pan en el reino de Dios, si Jesús no habló ni del reino de Dios, ni de pan? Bueno, Jesús habló de la bienaventuranza y de la resurrección de los justos. Y en la mente de este hombre, como de la mayoría de los judíos instruidos de esa época, el pasaje que debe haber resonado es el que leímos esta mañana al comenzar la reunión. Isaías capítulo 25, donde dice en el versículo 6, Y Jehová de los ejércitos hará en este monte, pensando en el final, pensando en la resurrección de los justos, a todos los pueblos hará un banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados. La idea de pensar en una bienaventuranza futura y una resurrección de los justos seguro que despertó en este hombre la idea de, ok, el banquete mesiánico, el banquete en el reino de Dios, donde disfrutaremos estos manjares y vinos especiales. Ahora, ¿quiénes serían para este hombre y para sus compañeros los bienaventurados? Estos que participen o coman pan en el reino de Dios. Dice el pastor John MacArthur comentando esta expresión, esta era una bienaventuranza, un brindis dirigido hacia sí mismo y a sus compañeros fariseos, afirmando que sin duda estarán entre los bendecidos en el banquete celestial en el reino de Dios. Las palabras del sujeto brotaron de su confianza en que ser descendientes de Abraham y adherirse a las tradiciones, normas y rituales les aseguraría un lugar en el banquete de Dios. No solo esperaban estar en el banquete celestial, sino también ocupar los asientos de honor allí. Bueno, Cristo no responde en forma directa a esta exclamación. No le corrige públicamente en forma directa, pero cuenta una parábola. Y si leemos el versículo 16, dice, entonces Jesús le dijo. Otras versiones, como Vila de las Américas, traducen, pero Jesús le dijo. Pero que habla de un contraste. Lo que ahora Jesús va a decir va a aclarar o confrontar el punto de vista de este hombre y de muchos respecto a quienes participarán en el banquete del reino de Dios. También dice el pastor MacArthur, la ilustración de Jesús y su aplicación, es decir, la parábola y la enseñanza, fue un asalto directo a la delirante confianza de los judíos en sí mismos, en particular los escribas y los fariseos. Y entonces Jesús cuenta una historia, una parábola. Como ya hemos visto varios domingos, una parábola es una historia sencilla, que Jesús toma elementos de la vida cotidiana, a forma de comparación para mostrar una lección espiritual que invita a los oyentes a responder. No pretendo que se memoricen esa frase, yo tampoco lo hice, pero lo que podemos ver ahí, por lo menos tres cosas que nos sirven para esta mañana, es que una parábola es una historia que busca comparar dos cosas, ¿sí? Acá está la historia y Jesús va a comparar en los elementos de la historia algunas verdades o lecciones espirituales. Y nos llama a una respuesta. Lo hizo con la audiencia original, lo hace con nosotros hoy, a leerla y pensarla. ¿Cómo vamos a responder ante esta parábola? Y entonces tenemos ahí la parábola de la gran cena. Que como dije, tiene un punto central. Dios está invitando generosamente a todo tipo de personas al banquete de su reino. Pero, y esto es una verdad incómoda, quienes rechacen el llamado de Cristo no probarán su cena. Entonces, entremos ahora en el plato fuerte de esta mañana, la parábola en sí. Versículos 16 al 24. Y consideremos esta gran historia con los elementos que la componen. Una gran cena, ¿sí? Lo primero, una gran cena, grandes excusas, Un gran enojo, una gran misericordia y al final una gran sentencia. Comencemos. Entonces versículo 16, lo primero que vemos es una gran cena. Dice Jesús, contando esta historia, un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. Por lo que entendemos y por lo que las personas que estaban ahí habrían entendido, este hombre era rico. Tenía bienes suficientes como para organizar un banquete grande e invitar a muchos. Y probablemente, o casi seguramente, era un hombre importante. No cualquier persona en esa sociedad ni en esta sociedad hace una comida para un montón y los invita. De hecho, notarán que casi todas las invitaciones que nos llegan a 15 años o a bodas ponen el costo, ¿sí? Porque hacer un evento tan grande o tiene que pagarlo quien venga, al menos una parte, o tenés que ser rico. Bueno, este hombre era rico y era importante. Hizo una gran cena e invitó a muchas personas. Pero este hombre, además de rico e importante, era bueno y era generoso. No todos los ricos son buenos, no todos los ricos son generosos. De hecho, si escucharon la parábola del domingo pasado, había un rico que acumulaba para sí. Pero este hombre no es así. Este hombre es rico, pero también es generoso. Él desea que su casa se llene de invitados, que disfruten de lo que él va a ofrecerles. y prepara una gran cena. La comida, la cena, en Medio Oriente, como también en Argentina, habla de amistad, habla de compañerismo. O dígame si no, nos juntamos a comer, fundamentalmente. También a charlar, a resolver asuntos, pero nos juntamos a comer. Bueno, la cena habla de amistad, de compañerismo, de comunión, habla de alegría. Y habla de abundancia. No es una simple comidita. Este hombre preparó un gran panquete. Como cuando vas a unos 15 o a una boda, esperas buena comida. Cuando vas a un campamento también. No siempre pasa. Pero uno espera que haya buena comida. Y habla de abundancia. Y habla de disfrutar el momento. De hecho, va a quedar fotografiado, filmado, para que quede en el recuerdo de todos. Es un gran evento. ¿Cuáles son los puntos de comparación en este momento de la historia? Bueno, el dueño de la casa, este hombre que prepara la cena, representa a Dios mismo. Dios mismo en el capítulo anterior, capítulo 13, ya fue nombrado también como el padre de familia o este hombre, en este caso, que prepara una gran cena. Dios es la persona más importante y la más rica también. De hecho, dice Efesios que él es rico en misericordia y que su gracia son riquezas abundantes. Ahora él también es generoso y él es bueno. Y la gran cena que Dios prepara representa el reino o la salvación plena o el cielo, como decimos a veces. Dios está preparando ese lugar especial para que puedan participar muchos, como dice acá en la parábola, Dios está invitando a muchos. Y la naturaleza de ese reino también es figurada acá con el ejemplo que Jesús usa. Una gran cena, un banquete, una comida. Nos habla de, por un lado, un privilegio. Estar en esa comida, como estar en esa mesa del hombre rico, era un privilegio. pero también habla de una celebración gozosa. No es algo que, uff, tengo que ir, qué triste. No, no, cuando vamos a una fiesta, al menos cuando queremos ir a una fiesta, estamos expectantes de lo que va a ocurrir. Vamos a disfrutar. De hecho, el reino es figurado acá por una comida, por un banquete abundante que nos habla de gozo. Y, mis hermanos, estar en la presencia de Dios es lo más gozoso de esta vida y de la vida que viene. Dice la palabra de Dios que entrar a la presencia de Dios es entrar al gozo del Señor. Dice también la palabra de Dios que en la presencia de Dios hay plenitud de gozo y delicias a su diestra para siempre. Dice también la palabra de Dios en el Salmo 36, con la abundancia de tu casa nos dejas satisfechos, en tu río de bendiciones apagas nuestra sed. La gran cena es un privilegio y es también un gran gozo. todos deberían estar allí. Pero la historia continúa en el versículo 17, como la cuenta Jesús, y da un giro inesperable. Imagínense, ustedes están ahí, la introducción fue buenísima, y ahora Jesús va a decir algo que quienes están escuchándolo no van a poder creerlo. Y a la hora de la cena, versículo 17, envió a su siervo a decir a los convidados, venid, que ya todo está preparado. y todos, a una, comenzaron a excusarse. El primero dijo, he comprado una hacienda y necesito ir a verla, te ruego que me excuses. Otro dijo, he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos, te ruego que me excuses. Y otro dijo, acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. A la hora de la cena, es decir, el gran día. Como toda buena invitación fue hecha con anticipación. Es decir, yo les conté que mi hermana me envió la invitación el 13 de enero y la fiesta es el 29 de marzo. Si Dios quiere, también en marzo se casan Nico y Bri. Marzo, y me enviaron la invitación el 1 de agosto. Suficiente tiempo para que uno pueda decir, voy, no voy, y si voy, prepararme para ir. Y pagar, por supuesto. Pero llega la hora de la cena, el día señalado, el día de la boda, el día de los 15, el día de la comida que este hombre había preparado, es el gran día, y envía a su siervo con un anuncio, vengan, que ya todo está preparado. Y todos, no algunos, no muchos, no unos pocos, todos comenzaron a excusarse. Dice un comentarista, la cena estaba lista. A los invitados se les había notificado y el banquete estaba a punto de comenzar. Pero entonces sucedió lo inimaginable. de manera sorprendente e increíble, todos los invitados a una comenzaron a excusarse para no asistir. Este comportamiento era totalmente contrario al esperado. Ningún invitado a una cena extravagante dada por un anfitrión rico se habría negado a ir, mucho menos todos. Esto seguramente era absurdo e incomprensible para los escribas y fariseos que debieron haber mirado fijamente al señor con incredulidad. Es impensable. Lo que Jesús está ahora contando no tiene sentido para ninguno en esa mesa. Faltar al gran banquete donde ya todo estaba preparado, donde simplemente hay que ir a ese lugar de privilegio y disfrutar. Bueno, de hecho ellos están en una mesa de una persona importante y sin duda a nadie se le ocurrió faltar dando estas excusas. Porque quiero que reparemos también en eso. Las excusas que Jesús relata muestran lo ridículo de faltar a ese compromiso. Pensemos un segundo. Los primeros dos tienen que atender un asunto. He comprado una hacienda, necesito ir a verla. He comprado cinco huellas o cinco yuntas de huellas, necesito atenderlas. ¿Ahora? Es decir, En este mismo momento, ¿compraste algo sin verlo? Y ahora tenés que atenderlo, tenés que verlo. No sé ustedes, yo nunca tuve la experiencia de comprar un auto usado, ni siquiera un auto. Pero me imagino que la mayoría de ustedes no comprarían un auto usado, sin probarlo, sin verlo, sin asesorarse, ¿verdad? ¿O alguno de ustedes está dispuesto a comprar un auto sin conocerlo, simplemente pagarlo? ¿Sí? Creo que no. Mucho menos una casa. Imagínense, compró la casa y no la vio. Eso es poco probable. De hecho es impensable. Nadie compra una casa, con la inversión que eso implica, ni bueyes o quizá un auto, sin verlo primero, sin asesorarse, sin inspeccionarlo. Además, van a probar los bueyes y van a ver la casa de noche, porque la cena es de noche. Estos asuntos se atienden de día. Y, sin embargo, le dicen, no, no, no, tenemos estos asuntos que tratar, no podemos ir de noche a tu cena. Pero además, hermanos, estas personas probablemente eran ricas. ¿Quién compró una hacienda? No cualquiera. ¿Quién compra cinco yuntas de bueyes? ¿No tienen siervos o criados que puedan ir a hacer ese trabajo, ver la casa, aun si no lo hicieron antes, verla en el momento? ¿Y si ya lo compraron? ¿Y si ya es suyo? ¿Por qué no verlo mañana? ¿Por qué verlo hoy en el horario del banquete? La última excusa es incluso más ridícula. Ustedes le leyeron en el versículo 20. Acabo de casarme y, por tanto, no puedo ir. Tiene sentido. Acabas de casarte y te invitan a una fiesta a seguir de fiesta. Vamos con la esposa y todo. ¿O no? Cuando yo me casé y me invitaban a otras bodas, era tan lindo, incluso rememoraba lo reciente de nuestro casamiento. ¿Cómo puede ser que, por recién casarme, no puedo ir a una celebración como esa? No tiene sentido. Y además, como ya les dije, esta invitación fue hecha con mucho tiempo de anticipación. Podrían haberse organizado para ir. pero ninguno lo hizo, lo cual demuestra varias cosas de estas personas. Jesús da tres ejemplos, pero todos los invitados actuaron de la misma manera con excusas, con grandes excusas, que mostraban falta de sinceridad, que mostraban falta de interés, que de hecho mostraban desprecio hacia la invitación y hacia el anfitrión. Rechazar y cancelar a último momento semejante invitación era un insulto público deliberado. Era descortés, pero además era grosero, impertinente y era prácticamente resfregarle en la cara al que nos invitaba, que no nos importaba estar. Bueno, por eso, vamos a ver después, el señor de la casa se enoja. Pero quiero que reparemos en esto. ¿Cuál es el punto de comparación en lo que Jesús aquí está diciendo? Estos primeros invitados que actuaron así, en general, son la nación judía. El reino fue preparado para ellos. Pero cuando Jesús vino predicando que el reino de los cielos se había acercado, fue rechazado. Como dice Juan en el capítulo 1, a lo suyo vino y los suyos no le recibieron. Jesús fue enviado primero, como dice Mateo 15, a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Los judíos en la época de Jesús, los que estaban allí a la mesa, no tenían ninguna excusa para rechazarle. Habían escuchado su mensaje, habían visto las señales, no había dudas. Sin embargo, usaron excusas para no aceptarlo como su Mesías. Dice Juan capítulo 12, a pesar de que Jesús había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él. Rechazaron la invitación. Cuando llegó el día de la boda y Jesús los está invitando a venir por medio de él, todos a una rechazaron. Y si no todos, por lo menos la mayoría. En especial, los líderes religiosos. Y ustedes ven, en el contexto de este pasaje, ya en Lucas capítulo 11, Al final de Lucas capítulo 11, Jesús proclama varios lamentos sobre los escribas y los fariseos y los intérpretes de la ley. Una y otra vez dice, hay de vosotros, hay de vosotros. Y en el capítulo 13, Jesús también, al igual que aquí como leímos en el contexto, confronta la hipocresía religiosa. Capítulo 13, versículo 15, hipócrita. Jesús está hablándole a un principal religioso quien sin duda debió representar a estos primeros personajes y les dice hipócritas. Luego Jesús sigue hablando en el capítulo 13 Y es muy interesante porque habla de que va a venir un día donde muchos descendientes de Abraham iban a ser echados fuera del reino, versículo 26 hasta el 30, y muchos postreros iban a ser incluidos y se iban a sentar a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob a disfrutar del banquete del reino de Dios. Estos primeros invitados que rechazaron, como dije, representan, si no a todos los judíos, por lo menos a la mayoría, y en especial a sus líderes religiosos, quienes prefirieron el orgullo, las posesiones, como vamos a ver, y otras cosas antes que al Mesías mismo. Ahora, podemos verlos y fácilmente acusarlos, pero quiero que pensemos si las excusas que estas personas usaron no son las mismas categorías, al menos, de muchas personas que rechazan hoy a Dios. ¿Qué dijo el primero? He comprado una hacienda. Posesiones. Tengo trabajo que hacer, tengo que ver a mis bueyes. Ocupaciones, trabajo. Relaciones. No, no, no. Mi esposa. Mi esposa. Las posesiones. Hemos visto ya en el capítulo 8 de Lucas acerca de que a veces la semilla cae y las riquezas pueden ahogarla. También vimos en la parábola del rico insensato acerca del peligro de la avaricia, del amor al dinero, de amar algo más que a Dios, de cambiar a Dios por tesoros terrenales que al final también se van a perder. Pero ¿y qué del peligro del trabajo o las ocupaciones? Hay gente que dice, voy a dejar a Dios para más adelante, porque ahora tengo otras cosas que hacer. Quiero trabajar, tener lo mío, viajar por el mundo, cumplir mis sueños, y más adelante voy a atender a Dios. Incluso, peor, el peligro de la religión, trabajar para ganarnos un lugar en ese banquete. Mucha gente está ocupadísima en ganarse el lugar al cielo. es una excusa y es vacía y es inútil. Pero ¿qué de esta que parece más piadosa? No, no, las relaciones, mi esposa, mis amigos, mi familia. Y está bien con eso, pero si eso es antes que Dios, si cambiamos a Dios por otras relaciones, si ponemos en primer lugar otras personas antes que a Dios, es una necedad y es una excusa que no tiene sentido. De hecho Jesús, en el mismo capítulo 14, un poquito más adelante de la parábola, dice en el versículo 33, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aún también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Ninguna excusa es aceptable delante del Señor. Por eso el Señor en esta parábola se enoja. Versículo 21. Veamos entonces un gran enojo. El siervo vuelve y le hace saber estas cosas, estas excusas, estas respuestas a su Señor, Entonces, enojado el padre de familia. Dicen otras versiones, muy enojado. Otra traducción dice muy furioso. El señor de la casa se enojó profundamente porque sabía que estas excusas eran falsas, que estas disculpas solo demostraban el desprecio que los invitados tenían por él. En realidad, no querían estar allí. En realidad, le odiaban. Ahora, imagínense otra vez la escena. Jesús está con un principal fariseo, hay otros fariseos, hay otras personas importantes. Cualquier en esa mesa hubiera entendido el enojo de ese hombre. De hecho, el anfitrión, este hombre que invitó a Jesús, si hubiese obtenido una respuesta de Jesús u otros como éstas, sin duda se habría enojado. El enojo no solo era comprensible, era esperable frente a tal rechazo. ¿Cuál es el punto de comparación en este momento con la historia y la lección espiritual que Jesús está contando? Bueno, la Biblia afirma claramente que Dios es muy paciente, que Dios es clemente y compasivo, y que Él es lento para la ira. Pero, mis hermanos, la Biblia también afirma que Dios se enoja ante el pecado y ante el rechazo de los seres humanos. Podemos leer, por ejemplo, no lo hagamos ahora, pero podemos leer en nuestras casas, Romanos capítulo 1, donde vemos cómo la ira de Dios se revela contra todos aquellos que cambian su gloria por cosas. Ante aquellos que resisten su verdad y rechazan su verdad y dice, Romanos 1, que la ira de Dios se revela contra ellos. Incluso el capítulo 2 de Romanos también dice, por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira, para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios. Sí, Dios es amor y Dios también muestra su ira contra el pecado, contra aquellos que le rechazan. Ahora, el enojo de Dios, tenemos que entender, expresa su justicia, expresa su santidad. Debido a que Dios tiene un honor sumamente alto, el pecado, que es contra Dios, es una ofensa sumamente seria. Cualquier pecado. No hay pecaditos, no hay mentiras piadosas. No hay como, bueno, lo hice pero Dios lo entiende. El pecado es una ofensa grave contra el alto honor de Dios, contra su justicia y contra su santidad. Debemos pensar también que Dios es amor, y todo aquel que ama se enoja frente a lo malo. Me toca muchas veces en casa cocinarle a Eli, mi hijo mayor, y muchas veces son horas y horas comprando, eligiendo qué comer, qué preparar, y él no quiere comer. Y los que son padres, y algunos me van a entender, eso produce mucha tensión, mucha molestia, y yo no soy Dios, y yo no soy santo, pero me enojo de que él no quiera comer. En parte, porque me tomo trabajo, porque soy egoísta y dediqué mi tiempo y lo perdí, pero en parte porque amo a mi hijo, y yo quiero que él coma, y comer es bueno para él. Y privarse de lo que es bueno para él me enoja. Y el pecado nos priva de Dios, que es el mayor bien. Y por su amor, Dios se enoja con el pecado y con el pecador. Porque le da la espalda a lo que es mejor para sí mismo. Dios. Por eso dice Ezequiel que Dios no quiere la muerte del que muere. Y por amor le extiende su gracia para que se arrepienta. Porque el pecado es destructivo. Y es autodestructivo. Quien rechaza a Dios por pecado va a ser destruido. Y Dios en su amor quiere librarnos de ese juicio y de ese castigo. Y ese es el enojo que vemos en esta parábola. Pero lo que sigue en la historia es todavía más sorprendente. Sí, este hombre se enoja. Y hasta este momento, muchos de los que hubieran estado ahí, el anfitrión de Jesús, habría dicho, sí, tiene que enojarse. Pero la reacción de este hombre, de este padre de familia que hace su cena, es increíble. Entonces, enojado, el padre de familia dijo, ve, Ve pronto por las plazas, por las calles de la ciudad. Trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos, a los ciegos. Y el siervo dijo, Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo, ve por los caminos y por los vallados, fuérzalos a entrar para que se llene mi casa. Vemos una gran misericordia. Aquí hay una gran sorpresa. El enojo para estos hombres probablemente fue esperable, pero la misericordia que este hombre tiene Miren, el hecho de que los primeros invitados, todos a una, hayan rechazado esta invitación debe haber sido algo increíble para todos los que estaban en esa mesa. Pero el hecho de que este padre de familia invitase a este tipo de personas debe haber sido aún más increíble. Llenar su casa con este tipo de gente Pobres, mancos, cojos y ciegos, eran increíbles, no podía ocurrir. Pero es lo que Jesús está diciendo que ocurre en esta historia y que ocurre en el reino de Dios. Aquellos despreciados, aquellos desechados, incapaces, malditos, impuros, impotentes, los que ninguno en esa mesa hubiese invitado, están entrando a la casa del padre a disfrutar de su cena. Cuando ya muchos llegaron, el siervo vuelve al padre y le dice, hay lugar. Entonces, el padre lo envía aún más lejos. Es como si en una primera instancia le hubiese dicho, bueno, ve por las plazas, Plaza Alberti, Plaza del Hiper, anda y trae a todos. A todos los que están ahí con discapacidad, con necesidad, tráelos a todos. Y el siervo vuelve y dice, bueno, hay lugar todavía. Somos 50 y acá hay lugar. para doscientos. Bueno, andá más lejos, pasá la circunvalación, andá al Bajo Ayapeyu, andá hasta otras ciudades si es necesario, y trae a todos para que se llene mi casa, y forzalos a entrar. Y la idea ahí no es obligarlos, sino más bien persuadirlos, decirles que la invitación es real, que la extensión de mi invitación es gratuita y que pueden venir, son bienvenidos. Y convencelos, y traelos, y vení con ellos. ¿Cuál es el punto de comparación en este momento de la historia? Bueno, hay varios. Podemos preguntarnos, ¿quién es el siervo del Señor o del Padre de Familia? Bueno, a través del tiempo fueron los profetas. Los profetas fueron los siervos que el Padre de Familia envió a su nación para que le diga, arrepiéntanse y vuelvan a Dios. Juan el Bautista mismo predicó eso, arrepiéntanse, vuélvanse a Dios. Jesús mismo es el siervo del Señor por excelencia. Él es quien viene a buscar y salvar lo que se había perdido y llevarlo de vuelta al hogar. Y en la actualidad nosotros, que seguimos la misión de Cristo, tenemos esta tarea, ser los siervos que anuncian que aún hay lugar y que el Padre quiere que se llene su casa. Podemos pensar en la libre oferta del Evangelio en este punto. Dios quiere invitar a todos. Dios manda a todos los hombres, en todo lugar, a que escuchen, se arrepientan y sean parte de su banquete. Y la Iglesia, con el poder del Espíritu de Cristo, tiene que ir por las calles, por las plazas, y como dice ahí, por los caminos y los vallados, a llamar a todos, vengan, vengan al banquete. Podemos pensar, más específicamente también, en los segundos invitados. ¿Qué tipo de personas son las que sí disfrutan del banquete? Estas personas no destacan por su mérito ni por su dignidad. De hecho, destacan por su limitación. Son pobres, mancos, cojos, ciegos. Destacan por su incapacidad. Como Jesús le había dicho al anfitrión, estos son los que no te pueden recompensar. No pueden pagar su lugar, ni lo merecen, ni son dignos. Quizá ni siquiera se iban a imaginar que alguien los invite a semejante privilegio. No son merecedores. Eran personas impuras y bajo la maldición de Dios. Y, sin embargo, asisten al banquete y disfrutan de él. Debemos entender que el cielo Estará lleno de personas por la gracia de Dios, pero solamente habrá uno digno en esa comida, y es Dios. Todos los demás que estén en el cielo son personas indignas. No hay uno solo merecedor, o digno, o apto, o capaz. El único digno en el cielo es Dios. Sin embargo, y esto deberá llevarnos a reflexionar, el infierno va a estar lleno de personas que estaban convencidas de que merecían el cielo. Y esto debería hacernos preguntar, ¿cómo estamos viendo el cielo? ¿Cómo estamos viendo el infierno? ¿Cómo nos estamos viendo a nosotros mismos? El hecho de que el dueño de la parábola mande aún más lejos, quizás en el Evangelio de Lucas, es una indicación a que aún los gentiles entrarían a disfrutar de la gracia del reino de Dios. Todo el Evangelio de Lucas, y en especial el segundo tomo, el libro de Hechos, muestra claramente esto. Hasta lo último de la Tierra iba a ser enviada la invitación y muchos de los gentiles disfrutarían con aquellos judíos creyentes que aceptaran a Jesús, el Mesía. Dice Lucas 13, 29. Me encanta este texto. Jesús lo dijo un poquito antes de la parábola que estamos por leer acá. Lucas, capítulo 13, versículo 29. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, cojos, ciegos, mancos, pobres, de los caminos, de los vallados, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Ahora, debemos entender también en este punto que a ese banquete que Isaías profetizó solamente se accede o se entra por medio de Cristo. No por ser justos, como ellos pensaban que eran los fariseos, muchos judíos, sino solamente por medio de Cristo, solamente por Él. Rechazar a Cristo era rechazar la posibilidad de estar en el banquete. De hecho, el banquete del reino de Dios es también el banquete de Cristo. Si leemos en Apocalipsis 19, se habla de la cena de las bodas del Cordero. Este banquete es su banquete. Por lo tanto, la actitud que tomamos ante Cristo es decisiva en si estaremos o no estaremos en esa celebración. ¿Y cuál es la invitación a la cena? Bueno, es el llamado a seguir a Cristo, como Jesús lo indica inmediatamente después de contar esta parábola. ¿Cuál es la oferta? ¿Cuál es la invitación? ¿Seguir a Jesús? Seguir a Jesús. Ese es el Evangelio. No que somos dignos, que somos indignos. Que se nos extiende gracia y que si nos arrepentimos y comenzamos a seguir a Jesús, vamos a ir junto con Él al banquete. Ese es el Evangelio. Esa es la buena noticia. Pero termina esta historia, como estamos viendo en esta serie, con una verdad incómoda, dura. Dice el versículo 24, porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena. Ninguno de aquellos hombres que rechazaron gustaría la cena. La expresión, os digo, podría indicar que Jesús ya no está contando la parábola, sino aplicando la historia a su audiencia original. De hecho, ustedes van a leer en el Evangelio de Lucas muchas veces esta expresión, os digo o les digo, como una aplicación de la verdad que Jesús acaba de expresar a su audiencia. Estas son palabras de Jesús hablando en forma directa a los que le están escuchando. ¿Notaron el detalle? Jesús le llama, mi cena. ¿Sí? Esa gran cena es la cena de Jesús. Y quienes rechacen a Jesús no probarán esa gran cena. El trágico resultado de la incredulidad y el rechazo de Jesús, el Mesías, por muchos de los judíos, por los fariseos, por los principales religiosos, es quedar excluidos del reino. De hecho, Mateo 21 es aún más fuerte cuando Jesús dice estas palabras. Les digo que el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca frutos de él. ¿Cuál es el punto de comparación? Bueno, el juicio, esta gran sentencia, continúa cayendo sobre todos aquellos que rechazan la invitación de Dios a la salvación en Jesucristo. El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él, dice Juan capítulo 3. Y Pablo habla en 2 Tesalonicenses de que aquellos que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo Sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder. Cierro esta parte con una frase que me pareció muy adecuada y que debe llamar nuestra atención. En lugar de experimentar a Dios como anfitrión misericordioso, aquellos que rechazan su invitación al banquete celestial un día lo enfrentarán como juez soberano y para siempre sean excluidos de su presencia. Bien, cerramos este sermón pensando en algunas lecciones y aplicaciones o desafíos de Sobremesa. ¿Qué aprendimos en esta historia? Aprendimos, en primer lugar, acerca del honor de Dios. Dios es este hombre rico, importante, bondadoso y generoso. Dios también es un Dios que se enoja. Y Pablo dice, presten atención, miren la bondad y la severidad de Dios. Vimos que los invitados originales fueron en especial los judíos que rechazaron la invitación de Jesús, de arrepentirse y creer en Él como el Mesías. Vimos que el siervo del padre de familia representaba a los profetas, a Jesús mismo y a nosotros como iglesia hoy. Nosotros somos los segundos invitados. Aquellos que, siendo pecadores, incapaces, gentiles, indignos, estábamos excluidos pero hemos sido partícipes de esta bendición. Entonces, ¿qué aprendemos? Aprendemos acerca de la identidad y la misión de la iglesia. ¿Cuál es la identidad de la iglesia? Somos personas indignas, por gracia aceptadas por el único digno. Dice 1 Corintios 1 que Dios escogió lo necio del mundo, lo débil del mundo, lo vil del mundo y lo despreciado del mundo, para que nadie se jacte delante de él. Solamente nos gloriamos en Cristo. Esa es nuestra identidad. Y también define nuestra misión, nuestra misión es la del siervo, ir y llamar a muchos, a todos los que podamos. Dice el pastor Andrés Virch, la gran misión de la iglesia es llevar a todo el mundo la gran invitación del gran anfitrión a su gran cena. Repito, la gran misión de la iglesia es llevar a todo el mundo la gran invitación del gran anfitrión a su gran cena. Como dijo Spurgeon, somos mendigos, diciéndole a otros mendigos dónde encontramos PAM. ¿Qué nos enseña también esta historia? El peligro de las excusas y de rechazar la invitación divina. Mis queridos, no hay neutralidad. O estamos en el primer grupo o estamos en el segundo. O aceptamos o rechazamos. No hay términos medio. Aquellos que aceptan a media finalmente son excluidos. cerramos con algunos desafíos o aplicaciones. Primero para los cristianos, para la iglesia que me está escuchando. ¿Qué haremos con semejante invitación? ¿Cómo responderemos ante semejante invitación? Lo primero, debemos creer. Parece increíble lo que Jesús contó acá, pero es la verdad. El reino se ha abierto y se ha extendido a nosotros para que por la fe entremos por Cristo en él. Debemos creer. Creerlo, aunque sea casi increíble. Y debemos continuar creyendo. Y debemos asombrarnos. A nosotros. A nosotros se nos dio ese privilegio. ¿Se imaginan por un instante la escena de la parábola de Jesús? El rico este hombre importante, el cojo, el ciego, el manco, charlando entre sí, viste, estamos acá, no lo puedo creer, pero estamos acá. Debemos asombrarnos, como cantamos a veces, banquete rico el corazón, admirando clama así, ¿por qué señor? No lo vamos a poder entender, pero debemos asombrarnos. Debemos cultivar la gratitud y el servicio a Dios por el privilegio que hemos recibido. Ha sido mucha gracia y debemos responder en gratitud. Dice Hebreos, que habiendo recibido un reino incomovible, tengamos gratitud y mediante ella sirvamos a Dios. Debemos alabar a nuestro Dios, debemos ofrecer a este padre de familia y señor generoso continuamente sacrificios de alabanza. Podemos cantarle, como hemos hecho esta mañana, podemos cantarle tu enemigo fui y hoy me siento a tu mesa, gracias Cristo. Y debemos cultivar también la humildad. Mis hermanos, un cristiano orgulloso es una contradicción de términos. Yo sé que todos luchamos contra el orgullo. Lo vamos a hacer probablemente hasta el final. Pero debemos cultivar la humildad. Porque ¿qué somos? ¿Y qué tenemos que no hayamos recibido? Somos los pobres, los mancos, los cojos. Somos los ciegos. No somos mejores que otros. Como dijo Mephiboset en la presencia de David, ¿quién es tu siervo para que mires a un perro muerto como yo? Debemos ser humildes. Y debemos llevar adelante la tarea que se nos ha encomendado. Nuestra misión de llevar hasta lo último de la tierra este mensaje de ir pronto y traer acá a los que podamos. Como cantamos, decimos, canten las naciones. Sí, amén. Y por eso también cantamos, úsanos, oh Señor, como quieras tú. Por gracia de tu evangelio llevaremos Dios. Y debemos también, como respuesta a esta invitación, vivir con expectativa. La vida, por ahora, tiene sus mátices altos y bajos. ¿Pero esperamos estar en esa mesa? ¿Genera expectativa en nosotros? Debería hacerlo. Debemos vivir esperando aquel gran día. No debemos vivir para los intereses soloterrenales. Nuestro gozo debe estar en esa mesa divina, no en las posesiones, ocupaciones o relaciones terrenales. Y por último, somos llamados a tener comunión con Cristo cada día. Sí, esta comida, el cielo, es futura, pero el disfrutar de la comunión con Cristo es presente para nosotros. Como Mephiboset otra vez usa el ejemplo, se nos ha convidado cada día a sentarnos a la mesa del Rey. Y debemos aprovecharlo, cuando abrimos la palabra en nuestras casas, cuando oramos a Cristo, cuando nos juntamos con su iglesia. Ahora, por último, quiero terminar trayendo algunos desafíos a aquellos que aún no son cristianos a partir de esta parábola que hemos meditado esta mañana. La pregunta importante es, ¿qué harás con semejante invitación? ¿Aceptarás o rechazarás? ¿Estás poniendo excusas ante el llamado generoso y bondadoso de Dios? ¿Estás resistiendo su gracia agarrando otras cosas? Como hemos leído en este pasaje, ya todo está preparado, Dios desea que se llene su casa y aún hay lugar. ¿Estarás tú en esa cena? ¿Estarás tú en ese banquete? ¿Responderás al llamado de Dios, a su gracia, a su invitación generosa? Jesús no solamente vino a hacer una invitación, como leemos en el Evangelio de Lucas más adelante, vino a morir. Para buscar y salvar lo que se había perdido, Jesús vino a dar su vida. Él paga esa comida con su propia sangre. El lugar de privilegio que se concede a aquellos que creen, lo pagó Jesús. Es gratuito para el que cree, pero fue muy costoso. Como leemos en el Evangelio de Lucas, Jesús murió. Murió por los pecadores. Para que podamos estar en ese lugar, Él pagó el gran precio. Y Él, habiendo pagado ese precio, te invita. ¿Pondrás excusas? Quizá más adelante es una buena excusa. ¿Estás seguro de que mañana tendrás vida? ¿Estás seguro de que lo que ahora estás viviendo sin Cristo es verdadera vida? La Biblia dice que no, que no tenemos ni esa seguridad del futuro y que sin Cristo no hay vida verdadera, porque solo en Cristo hay abundancia que sacia. Hay perdón de pecados y hay toda clase de bienes que podemos disfrutar en Él. Él es el motivo del banquete, Él es lo importante de ese banquete. El llamado a Dios es generoso y para venir tras Jesús, como Él mismo lo dijo, también tenés que dejar cosas atrás. Y yo sé que parece difícil, pero evalúa un segundo. ¿Vale más aquello a lo que te estás aferrando que Dios mismo, que Cristo mismo? ¿Cuál será tu excusa? Cuando estés frente a Dios, si le has rechazado, ¿cuál será tu excusa? No, es que yo preferí mi carrera, mis sueños, mis relaciones, mis amigos, que no querían que vaya a la iglesia. Ninguna excusa será válida. Este mensaje es una invitación y es un ruego. Yo te ruego en esta mañana, si aún no has respondido a la invitación de Cristo, que consideres esta mañana su dulce llamado y que respondas hoy. Te ruego, como puedo hacerlo, con debilidad, con palabras, con las oraciones de muchos que están orando para que puedas responder esta mañana al llamado de Cristo. Te ruego, en nombre de Cristo, reconcílate con Dios. Vuelve a Él, confía en Cristo y sé salvo. Pero también te advierto una cosa, porque el pasaje termina duro y no puedo hacer otra cosa que terminar duro también. Nadie que rechace al rey de reyes estará en su reino. Nadie que desprecie al verdadero pan de vida comerá pan en el reino de Dios. Nadie que se excuse ante la gran invitación estará en ese banquete. Y nadie que deseche o rechace a nuestro bendito Señor Jesucristo va a disfrutar su bendición. No rechaces, no deseches. Confía en Cristo hoy. Recibe su invitación. Comienza a seguirle en este mismo día. Que el Señor nos bendiga.
¿Qué harás con semejante invitación?
Série Verdades Incomodas
Identifiant du sermon | 126251228136448 |
Durée | 53:13 |
Date | |
Catégorie | Service du dimanche |
Texte biblique | Luc 14:15-24 |
Langue | espagnol |
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