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Le damos la bienvenida a la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona, España, y le invitamos a que visite nuestra página web por gracia.es. Deseamos que Dios le bendiga ahora a través de su palabra. Buenas tardes, hermanos. Quiero invitarlos a que me acompañen en una oración para encomendar al Señor este tiempo. Señor queremos darte gracias por tu palabra. Tu palabra es vida, Señor. Y nos acercamos a ella, Señor, con respeto, con amor y con mucha expectativa, Padre. Porque sabemos, Señor, que tu palabra es como espada cortante de doble fila. Y te rogamos, Señor, que hoy tu palabra sea viva y eficaz en nuestro corazón. Te rogamos, Señor, que tú nos hables a través de ella. y que esa palabra, Señor, cause el efecto que Tú quieres que cause en nuestros corazones, transformándonos, Señor, cambiándonos y llevando fruto para Tu gloria. Dejamos, Señor, atrás nuestras preocupaciones, dejamos a un lado, Señor, todos nuestros afanes y queremos estar atentos a Tu palabra, Señor. Oh Dios, porque eres Tú el que quieres hablarnos hoy. Encomendamos a Ti este tiempo, Señor. En el nombre precioso de nuestro Rey y Salvador Jesucristo. Amén. Hermanos, nos ha tocado vivir en una época en la que la familia ha perdido valor, se ha devaluado. El llamado posmodernismo nos enseña día a día que la familia no tiene más importancia que los amigos. que la familia ya no es aquella comunidad cercana donde nos sentíamos protegidos, cuidados, amados, donde nos sentíamos queridos por otras personas. Ahora el concepto de familia ha sido redefinido, incluso por los políticos. Ahora se habla de familias unipersonales, se habla de familias bis, se habla de familias gay, Y toda suerte de definiciones que nada se parecen al concepto de familia que Dios estableció desde el principio. Que niegan la majestuosidad de Dios, quien definió el concepto de familia desde la misma creación. Y es que la familia es un diseño de Dios, no es una invención del hombre, es un diseño de Dios. Fue concebida por Él para mostrar su gloria, para mostrar su magnificencia. De hecho, la relación entre esposo y esposa la utiliza el propio Señor para mostrar lo que es la relación entre Cristo y la Iglesia. La relación entre padres e hijos es semejante a la relación entre Dios y nosotros. Después, la familia, una estructura sobre todo relacional. ¿Y qué quiero decir con esto? Quiero decir que sobre todo es un espacio en donde nos relacionamos íntimamente, donde nosotros como personas entramos en contacto con alguien que nos ama, que nos quiere, y donde podemos encontrar ayuda, donde podemos encontrar compañía, donde podemos encontrar unidad, donde podemos encontrar consuelo, donde podemos encontrar consejo, donde podemos encontrar disciplina. Ese es el concepto de familia, según el diseño de Dios. Y por ser el diseño de Dios, Él ha establecido unos principios, Él ha establecido unos parámetros que rigen el funcionamiento de la familia. Y en esos principios, cada uno de los miembros de la familia, tanto el esposo, la esposa, los hijos, tienen un papel que cumplir, tienen un rol que desarrollar allí. Y Dios ha establecido esos roles y esos principios para que la familia funcione correctamente y para que la familia finalmente cumpla con el propósito que vuelvo y repito, es el de darle la gloria a Dios. Ese es el, digamos, el concepto que hay detrás de la definición de familia, darle la gloria al Señor. Pero hoy no quisiera referirme a los roles que desarrollan esposos y esposas, porque de hecho esto ya lo hemos tratado en otras predicaciones anteriores, sino quiero más bien hablar de la relación entre padres e hijos, y en particular a los deberes que tienen los padres con los hijos. Cuando hablamos de los deberes de los padres hacia los hijos, nos acordamos de varias palabras. Nos acordamos, por ejemplo, del sostenimiento. El Señor nos ha llamado con una obligación de sostener a nuestras familias, de proveerles. También el Señor nos ha llamado a proteger a nuestra familia, a cuidar de ella, a protegernos los unos a los otros, a respaldarnos, a guardarnos las espaldas, como decimos, ¿no? Pero hay dos cosas adicionales que Dios resalta en Su Palabra que yo quisiera tratar. Una de ellas es la instrucción. El Señor nos ha mandado como padres a instruir a nuestros hijos. y la otra es la corrección. Sin embargo, en la predicación de hoy me voy a centrar solamente en la instrucción, dejando la parte de la corrección para una posterior predicación. Hay dos momentos en la historia del pueblo israel que quisiera poner hoy delante de ustedes para que marcan un poco lo que significa esa relación y lo que significa esa instrucción que el Señor nos está demandando y qué implicaciones tiene el hacerla o el no hacerla. de instruir a nuestros hijos. Por eso quiero invitarlos, hermanos, a que abramos por un momento nuestras Biblias allí en el Libro de Jueces. Vamos a leer primero este pasaje en Jueces, el capítulo 2. Leeremos del versículo 7 hasta el 12. Dice lo siguiente la palabra. Y el pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían visto todas las grandes obras de Jehová que él había hecho por Israel. Pero murió Josué, hijo de Nún, siervo de Jehová, siendo de 110 años, y lo sepultaron en la heredad en Timán Serat, en el monte de Efraín, al norte del monte de Gaás. Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres, y se levantó después de ellos otra generación que no conocía Jehová ni la obra que él había hecho por Israel. Después, los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron y provocaron a ira a Jehová. Nos encontramos, hermanos, ante uno de los episodios de la historia del pueblo israel más tristes de los que podemos encontrar. Se ve allí una brecha. un vacío que ocurrió entre una generación y otra. Entre aquella generación que había salido de Egipto y la generación que le siguió. Aquella generación que había sufrido todo lo que significó la esclavitud en Egipto, todo lo que significó el estar vagando por el desierto 40 años y todo lo que significó enfrentar a todos sus enemigos en esa guerra de conquista que dirigió José. Todo ello había pasado y se levantó una generación que estaba tranquila, que estaba poseyendo la tierra que fluye leche y miel. Una generación en la cual ya no tenían guerras, ya no tenían esclavitud, ya no estaban en el desierto. Tenían todo a la mano, pero fue una generación que se olvidó de Dios. Una generación que no supo quién era Jehová, el que los libró de la esclavitud. ¿Y por qué razón pasó esto en aquella generación? Y cualquier parecido con la actualidad en los países desarrollados no es coincidencia. Todos aquellos que viven hoy, digamos, una plenitud en sus recursos económicos, una comodidad tecnológica, una paz relativamente buena, se olvidan de Dios. Se han olvidado de Dios. Y por eso yo quisiera hacer esta predicación para que nosotros, como iglesia, procuremos que esto que pasó con el pueblo de Israel no se repita, sino para que la generación que sigue detrás de nosotros sepan quién es el Señor y para que lo amen, para que teman. Esta generación no cumplió el mandamiento que el Señor les mandó. ¿Y cuál es ese mandamiento? Es el que está en el libro de Deuteronomio, el capítulo 6, y es donde vamos a basar hoy la predicación. el libro de Deuteronomio, el capítulo 6, los versículos 1 al 9. En el capítulo 5, Moisés había dado todas las leyes que Dios le había mandado. Allí está la explicación de los diez mandamientos. Todo eso ocurrió en el capítulo 5. Y en el capítulo 6 lo que hace Moisés es desarrollar esos mandamientos. Desde el capítulo 6 hasta el final de Deuteronomio, Moisés hace una explicación muy detallada de la aplicación de cada uno de los mandamientos y las exigencias del Señor. Pero en los primeros nueve versículos está lo que yo he querido comentarles hoy. Dice la palabra lo siguiente. Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla. Para que tengas a Jehová tu Dios guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu Hijo y el Hijo de tu Hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados. Oye pues, oye Israel, y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis, como te ha dicho Jehová, el Dios de tus padres. Oye Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es, y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón. Y las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en la casa y andando por el camino y al acostarte y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano y estarán como frontales entre tus ojos. Y las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas. Ese fue el mandamiento que estaba hablando Moisés al pueblo, y estaba hablando a los adultos, a los padres, les estaba culminando, les estaba llamando a enseñarles estas verdades, estos mandamientos, estos estatutos a sus hijos. Así que trataremos esta tarde de responder a tres preguntas con respecto a la instrucción. ¿Qué es lo que debemos enseñar? ¿Para qué debemos enseñar o instruir a nuestros hijos en ello? ¿Y cómo debemos hacerlo? La primera pregunta entonces es, ¿el qué? ¿Qué es lo que debemos enseñar? Y la respuesta la encontramos en ese primer versículo. Volvámoslo a leer. Dice, Estos pues son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó. ¿Qué es lo que nos manda el Señor enseñar a nuestros hijos? Sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos. estaríamos tentados a pensar que estas tres palabras significan lo mismo y que tal vez el hecho de repetirlas era para hacer un énfasis en la importancia de dar estatutos, mandamientos y decretos. Pero al investigar un poco la diferencia entre estos términos encuentro diferencias significativas. Por un lado los mandamientos. ¿Qué son los mandamientos? Pues son todas aquellas órdenes relacionadas con la naturaleza de Dios, con su grandeza, con su deidad. Por ejemplo, cuando nos habla de la idolatría, cuando nos habla del celo de Dios, nos está dando un mandamiento que tiene que ver con su carácter, con su carácter divino. Los estatutos, ¿qué son los estatutos? Son reglas referidas a nuestra práctica diaria, a nuestro diario andar, a nuestro diario vivir. ¿Y qué son los decretos? Los decretos son instrucciones que tienen que ver con las relaciones humanas, con nuestra relación con los demás. como por ejemplo la regla de oro, como por ejemplo el perdonar, cosas como estas son los decretos. Y hay otra palabra que no aparece en este primer versículo pero que también aparece en otros y que es la palabra testimonios. La palabra testimonios son todas aquellas disposiciones que sirven para conservar y para estimular la admiración y la adoración a Dios. Son cuatro términos que aparecen con cierta regularidad en la Palabra de Dios. Mandamientos, estatutos, decretos y testimonios. En definitiva, lo que trata de decir la Palabra es que nos debemos enseñar todo a nuestros hijos, todo lo que significa la vida, nuestras relaciones con los demás, nuestra relación con Dios, nuestras actividades cotidianas, todo está enmarcado dentro de los estatutos, los mandamientos y los decretos de Dios. Es decir, es lo que nosotros hemos denominado todo el consejo de Dios. Así que la respuesta a la primera pregunta es que nosotros debemos enseñarle a nuestros hijos todo el consejo de Dios. Sin pasar por alto ninguno. Sin pensar que alguno ya no aplica porque estamos en otra cultura o en otro tiempo. Todo el consejo de Dios. Eso es lo que dice el mandamiento. Y el versículo 2 además nos dice que debemos, además de enseñar todos los estatutos y decretos, debemos hacerlo todos los días de nuestra vida. Que es difícil enseñar a nuestros hijos, ya lo creo que sí. Es enseñarle todos los mandamientos, todos los estatutos, todos los decretos, y enseñarlo todos los días de nuestra vida. Todos los días de nuestra vida. Dice el Salmo 127.3 que los hijos son herencia de Dios. ¿Y esto qué significa? Que sean herencia de Dios los hijos, nuestros hijos. Pues que son un regalo de Dios. Que es algo que Dios nos ha dado. ¿Recordamos la parábola de los talentos? Pues nuestros hijos es un talento que el Señor nos ha dado. Son talentos que el Señor nos ha entregado. Así que podemos hacer, como en aquella parábola, dos cosas. O enterramos a nuestros hijos, es decir, los dejamos que vayan a su aire, que hagan lo que quieran, o les enseñamos, los cultivamos, los trabajamos para que le den la gloria a Dios. Esas son las dos opciones que tenemos con los talentos. Y nuestros hijos son un talento, un don de Dios. Queridos hermanos, padres y madres, si los hijos son herencia de Dios, si así los consideramos nosotros, pues tenemos que considerar muy en serio nuestro llamado. Porque si el Señor nos ha dado hijos, es porque también nos ha dado un llamado con ellos. Ha hecho un llamado para cada uno de nosotros. Un llamado ministerial con ellos. Y es un llamado perentorio. Es un llamado urgente. Es un llamado inaplazable. Es un llamado, si me permiten, de vida o muerte. Tú puedes criar hijos para vida o hijos para muerte. ¿Te parece fuerte esto? Pero es la verdad. Nuestros hijos, queridos padres y madres, tienen alma como nosotros, y por lo tanto tienen que nacer de nuevo. De otra manera perecerán. Suena fuerte, vuelvo y repito, pero es verdad. Lo dije hace unas semanas cuando estábamos aquí en una reunión de padres. Les dije, vuestros hijos no son angelitos. Y hoy vuelvo a repetirlo, vuestros hijos no son angelitos. Han nacido con vuestra herencia de pecado. Han nacido con la herencia de Adán, de pecado. Y por ello, aquella verdad que Jesús enseñó a Nicodemo, de que es necesario nacer de nuevo, también aplica a nuestros hijos. Ellos han de nacer de nuevo. De otra manera, no podrán responder a la pregunta que decía el pastor el domingo pasado en la predicación, ¿entrarás tú en el reino de los cielos? De otra manera, no podrán responder, sí, allí estaré. Allí contestaré cuando llame el Señor a lista. Es verdad, queridos padres, que nosotros debemos asumir ese papel que el Señor nos ha entregado, ese ministerio que el Señor nos ha dado con suma urgencia. Y oro al Señor para que después de esta predicación todos salgamos con esa urgencia de hablarles a nuestros hijos del Señor, de enseñarles todos sus estatutos, todos sus decretos, de enseñar todo el consejo de Dios, porque es el mandato de Dios y porque si no lo hacemos nuestro Señor nos llamará a cuentas. Está en juego la vida eterna de nuestros hijos. cuando dije que la familia es un diseño de Dios moderada bajo la idea de una relación entre el Padre y Cristo y una relación entre Cristo y la Iglesia estoy diciendo que cuando Dios creó a Adán y Eva los juntó como familia y les encargó la función de procreación no les encargó la función de procreación solamente para llenar la tierra esa no era exactamente la función, iba mucho más allá de la procreación. Les aseguro que el propósito de Dios cuando mandó a Adán iba a procrear y llenar la tierra fue que nacieran hijos para la gloria de Dios. Ese fue el propósito de Dios, que los hijos que nacieran fueran para la gloria de Dios, para la gloria de su nombre. De hecho, toda la creación fue hecha por el Señor para su gloria. Todo lo creado arriba en el cielo, abajo en la tierra y debajo de los mares. Fue creado para la gloria de Dios. ¿Cuánto más nuestros hijos, hermanos? Nos han sido dados para la gloria de Dios. Por lo tanto, es un doble llamado. Nuestro llamado, queridos hermanos, entonces, es instruirles en todo el consejo de Dios. Esa es la respuesta al qué. ¿Qué es lo que debemos enseñar a nuestros hijos? La segunda pregunta es el para qué. ¿Para qué instruimos a nuestros hijos? ¿Para qué les enseñamos todo el consejo de Dios? La respuesta la encontramos en el versículo 2 y en el versículo 5. Dice el versículo 2, para que temas a Jehová tu Dios. Y el versículo 5 dice, y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma y con todas tus fuerzas. Significa hermanos que debemos enseñar todo el consejo de Dios para que nuestros hijos aprendan a amar a Dios y para que nuestros hijos aprendan a temer a Dios. ¿Les parecen buenas razones? Yo creo que son buenas razones, ¿no? El producir fe y arrepentimiento De hecho, sólo lo puede hacer el Señor. Somos conscientes de ello, ¿no? Juan allí lo dice en el capítulo 6, cuando el Señor habla y él dice, nadie puede venir a mí si el Padre no le trajece. Eso dice el Señor. Y esto es cierto también para nuestros hijos. Ellos no tendrán voluntad de venir a la cruz de Cristo si el Señor, en su gracia, no pone esa voluntad en ellos. Estamos correctos en eso. Esta es una verdad incuestionable, doctrinalmente. Pero déjenme puntualizar dos aspectos con respecto a esta verdad. El primer aspecto es que Dios suele utilizar los hogares como espacios donde Él quiere obrar la inspiración de fe para nuestros hijos. Él suele utilizar los hogares. De hecho, el diseño de la familia es para eso, para transmitir de una generación a otra las verdades de Dios. Génesis, en el capítulo 18, está el Señor hablando de Abraham cuando estaba planeando la destrucción de Sodoma y Gomorra. Y dice de Abraham lo siguiente, en el capítulo 18, versículo 19, Porque yo le he escogido, y sé que mandará a sus hijos y a su casa después de él, que guarden el camino de Jehová, practicando la justicia y el derecho para que Jehová haga venir sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él. Este pasaje que nos habla de la fidelidad de Abraham en mandar a sus hijos cumplir todos los estatutos y mandamientos de Dios es la que Dios hace referencia aquí en este versículo diciendo que a través de esa fidelidad Dios va a cumplir sus promesas que ha hecho Abraham de que en él serán benditas todas las naciones de la tierra. ¿Es verdad entonces, hermanos, que la familia, el hogar, es el espacio que Dios utiliza para transmitir esa fe a los más pequeños, a nuestros hijos. Y el segundo aspecto que quisiera señalar, hermanos, es que es verdad que nosotros no podemos garantizar que nuestros hijos vengan a los pies de Cristo por nuestra instrucción que le demos como padres. Pero lo que sí les garantizo, hermanos, es que el no hacerlos, el no hacerlo los alejará de la cruz de Cristo. ¿Y qué responderemos al Señor cuando nos presentemos delante de su trono y nos pida cuentas por lo que hicimos por nuestros hijos? ¿Qué responderemos, hermanos? Les diremos, mira, Señor, pues yo trabajé arduamente, incluso horas extras, y algunos domingos también trabajé para poderles dar una casa muy grande, para poderles comprar móviles de última generación, para poderles pagar una buena universidad, y hoy son ingenieros y son médicos. preguntará el Señor, ¿y qué de sus armas? ¿Qué responderemos, hermanos? ¿Señor, ese era un asunto tuyo y no mío? No podremos responder eso. El Señor nos dirá, apártate de mí, siervo malo, negligente. Queridos hermanos, levantar hijos para que sean médicos, ingenieros, es fácil. Es fácil. Levantar hijos para que sirvan al Señor es costoso. Nos cuesta la vida. Nos cuesta dedicarnos a ese propósito. Nos cuesta renunciar a muchas cosas en la vida para levantar hijos que teman al Señor. Nos cuesta renunciar a muchas comodidades, a muchas horas de descanso, a muchas horas de sueño, por orar por nuestros hijos y por transmitirles la verdad. que sean médicos o que sean ingenieros, bueno, pues será un valor añadido si lo podemos hacer. Pero de esto adelante, del trono de la gracia de Dios, no tiene ningún valor. No tendrá ningún valor. Un error que quiero remarcar esta tarde con respecto a las metas que nosotros podamos tener como padres cristianos, es creer que nuestra meta es el que nuestros hijos nos acompañen cada domingo a la iglesia. Esa no es la meta que nosotros debemos perseguir. De hecho, hay muchas iglesias que están llenas de jóvenes que no temen a Dios y que no le aman. Nuestra meta es producir amor y temor en nuestros hijos. Que el Señor haga la obra en sus corazones para ello. Porque si ellos aman al Señor y temen al Señor, ellos vendrán a la iglesia como una consecuencia natural. Así que fijémonos bien cuál es nuestra meta. Así que la respuesta de para qué enseñar la Palabra del Señor a nuestros hijos es esa, para obedecer a Dios y para confiar que Él obre en sus corazones produciendo amor y produciendo temor en sus corazones. El mismo libro de Deuteronomio en el capítulo 32 dice lo siguiente, Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandes a vuestros hijos a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley, porque no es cosa vana, es vuestra vida. Estas dos últimas frases son bastante significativas. No es cosa vana dedicar nuestros esfuerzos, nuestras energías, dedicar todos nuestros recursos, para que nuestros hijos teman y honren al Señor. No es vano, hermanos. Vale la pena hacerlo. Es nuestra vida, dice el pasaje. La tercera pregunta es el cómo. Ya sabemos el qué, ¿no? El qué es enseñarles todo el consejo de Dios. ¿El para qué? Para que tengan temor y para que tengan amor al Señor. Era bien el cómo. ¿Cómo hacemos para instruir a nuestros hijos? Esa es la pregunta del millón. No sé si recuerdan aquel juego de la tele que se llamaba ¿Quién quiere ser millonaria? ¿Se lo recuerdan? Todos lo vimos alguna vez, ¿no? ¿Quién quiere ser millonario? Imaginémonos por un momento que estamos allí en el plató de la televisión y que llega la última pregunta, la del millón, ¿no? La más valiosa de todas. Y hacen esa pregunta ¿Cómo hacemos para instruir a nuestros hijos en los caminos del Señor? A. Delegarle la responsabilidad a la guardería o al cole o a los abuelos. B. Dejarlos a su aire para no restringir su derecho al libre desarrollo de su personalidad. C. Traerlos cada domingo a la escuela dominical y pedirle al pastor que ore por ellos. D. Ir al psicólogo o consejero y comprar todos los buenos libros que aparecen sobre el tema de la crianza de los hijos. Recuerden que hay tres comodinas, ¿no? Uno de ellos es consultarle al público. Así que ahí los consulto. ¿Qué respuesta señalarían allí? Ninguna de las anteriores. No está la respuesta allí, ¿no? Efectivamente, no puedo marcar ninguna respuesta de las que están allí. ¿Y saben por qué no he puesto alguna respuesta correcta en ese lugar? Porque instruir a nuestros hijos no es ningún juego. Instruir a nuestros hijos es cosa seria, hermanos. Y quisiera responder a esa pregunta del cómo, a través de cinco puntos muy concretos. ¿Cómo instruir a nuestros hijos? El primero, debes estar tú mismo cautivado por Cristo y Su Palabra. ¿Cómo instruimos a nuestros hijos? Estando nosotros mismos cautivados por el Señor. Dice el versículo 6 del pasaje que estudiamos, estas palabras que yo te mando hoy estarán sobre tu corazón. Hermanos, si quieres que tus hijos amen a Dios, tienen que verte a ti, hombre o mujer, amar a Dios sobre todas las cosas. Si quieres que tus hijos obedezcan al Señor, obedezcan sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, tienen que verte a ti obedeciendo los mandamientos, los decretos y los estatutos de Dios. Si quieres que tus hijos sean hombres y mujeres entregados por la causa del Evangelio, tienen que verte a ti entregado por la causa del Evangelio. La palabra del Señor tiene que morar en vuestro corazón. Tenéis que amar la Palabra de Dios. Tenéis que estar cautivados por Cristo. De otra manera, vuestros hijos no aprenderán a hacerlo. No hay nada, hermanos, que aleje más rápidamente a los hijos de los pies de Cristo que ver las incoherencias de sus padres. Lo que más rápido sucede cuando hay incoherencias en la familia, en el orar, con nuestros testimonios, que los hijos abandonen el Evangelio. No hay nada que los aleje más rápidamente que vernos aquí en la iglesia con una sonrisa de oreja a oreja con los hermanos y que en casa seamos déspotas e irascibles. No hay nada que los aleje más que el decir aquí que amen a Dios, pero nunca ven en casa cómo abrimos la palabra y les enseñamos cómo se hace. Eso. No hay nada que los aleje más que el que estemos aquí presidiendo, predicando y no llevemos un liderazgo espiritual en nuestro hogar. O que estemos aquí cantando y alabando al Señor y en casa estemos diciendo toda suerte de groserías. O que estemos aquí riendo amablemente con las hermanas y lleguemos a casa a criticarles el peinado o el vestido o sus palabras. Esto, hermano, aleja a nuestros hijos de los caminos del Señor. Queridos padres, querida iglesia, si queremos instruir a nuestros hijos debemos atesorar nosotros mismos las palabras del Evangelio, la palabra de Dios. Guardarla en nuestro corazón y verterla cada día de nuestra vida y que ellos lo vean. Eso impacta profundamente la vida de nuestros hijos porque se dan cuenta que la palabra transforma las vidas. Es imposible, queridos hermanos, enseñar algo de lo cual tú no estás convencido. Es imposible hacerlo. No podemos enseñarlo. Dios no será real para tus hijos si Dios no es real para ti. No se emocionarán con la palabra si no te ven emocionado con la palabra de Dios. No tendrán pasión por Cristo si no te ven a ti apasionado por la cruz de Cristo. Así que el primer cómo es estar tú mismo apasionado y cautivado por Cristo y su palabra. La segunda respuesta al cómo enseñamos a nuestros hijos, cómo los instruimos es, debes hacerte maestro de tus hijos. Dice el versículo 7, Se las repetirás a tus hijos y les hablarás de ella, estando en tu casa y andando en el camino al acostarte y cuando te levantes." Dice el versículo 7. Si quieres enseñarle a tus hijos, tienes que hacerte maestro de ellos. Y cuando ellos te vean como maestro, ellos te seguirán. Recuerdan aquel pasaje cuando aparece Natanael y ve al Señor Jesús y le sigue, sin ni siquiera él haber pronunciado una palabra, y lo reconoció como maestro. Por eso le siguió. Nuestros hijos nos seguirán en nuestro viaje por el camino de la vida, siguiendo los pasos de Cristo, si nos identifican como maestros de la palabra. Quizás la mejor manera de ilustrarlo sea pensar en el significado que hay entre maestro y discípulo en esa relación que hay que es diferente a la relación que hay entre profesor y alumno son dos cosas completamente diferentes ser profesor y alumno es otra cosa ser maestro y discípulo es diferente el discípulo siempre está al lado del maestro aprendiendo de él siempre está viendo cómo actúa en la realidad el maestro el discípulo está al lado del maestro cuando el maestro está pintando aquel cuadro hermoso o estar al lado del Maestro cuando el Maestro está dando con el martillo y el cincel allí esculpiendo la escultura hermosa. El Maestro es aquel cirujano que está enseñándole al discípulo cómo se hace una cirugía y cómo se salvó una vida. Y ese fue el modelo que Cristo utilizó cuando estuvo aquí para enseñarle a los doce. Él fue el Maestro. Les enseñó haciendo. Pues bien, de esta manera, hermanos, La instrucción de un hijo debe ir necesariamente acompañada de la práctica cotidiana. Que cada día ellos vean en nosotros cómo enseñamos. Debes, querido padre o querida madre, entretejer, y me gusta mucho esa palabra, entretejer el Evangelio de Cristo en tu vida. Haciendo viva la palabra de Dios en ti. Cristo entretejió su mensaje con su vida cotidiana. y sus discípulos lo vieron vivir y lo escucharon enseñar y aprendieron me gusta mucho mirar a mi esposa cuando hace el ganchillo se pone allí con la mareja de lana y va tejiendo allí unos cuadritos haciendo unas hermosas bufandas o unas mantas de muchos colores preciosas pues eso es exactamente lo que debemos hacer con la palabra hermanos entretejarla y convertir esa palabra en algo hermoso en nuestras vidas. Que ellos vean que la palabra cobra vida en nosotros. Eso es ser maestro de nuestros hijos. Ser maestro de nuestros hijos no es sentarlo en una butaca y darle tres cosas cada noche. Eso no es ser maestro. Ser maestro es que ellos nos vean actuar. Que ellos vean lo que nosotros hacemos con la palabra de Dios. Que ellos vean que nuestras vidas son transformadas. Ellos verán entonces que la Palabra efectivamente tiene poder. Nuestros hijos hermanos no esperan ver padres y madres perfectos, pero sí quieren ver padres y madres dispuestos a enseñar las verdades de la Palabra. Como dice el Señor Jesús, también debemos hacer nosotros. Mientras entretejemos el Evangelio en nuestro diario en larga, también hablemosles del Señor. Aprovechemos cada circunstancia de la vida que tengamos para hablarles del Señor. La orden que nos da el pasaje que estamos estudiando es ese. Hablarás estando en el camino o en la casa al levantarte o al acostarte. Hablarás de ellas. Hablarás de ellas. Pero ese mismo versículo 7, y lo que hemos comentado aquí, nos permite llegar a un tercer punto. Y este tercer punto es especial para los padres varones. Escuchad a estas mujeres un momento. Voy a hablarle a los varones, a los padres varones. Tercer punto, ejerce con diligencia el liderazgo espiritual de tu casa. Vuelvo y repito, ejerce con diligencia el liderazgo espiritual de tu casa. Aunque el pasaje que estamos leyendo no menciona directamente al varón con esta responsabilidad, existen muchos otros pasajes que respaldan esta afirmación. Los hombres, los varones, los padres estamos llamados a ser líderes espirituales de nuestro hogar. El mismo versículo que leímos allí en Génesis, cuando el Señor habla de Abraham, lo explica, ¿no? Vuelvo a leerlo. Porque yo sé, dice el Señor, que mandará a sus hijos, hablando de Abraham, y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio para que haga venir Jehová sobre Abraham, lo que ha hablado acerca de él. Hay otros pasajes en la Palabra, hay uno en Pesadonicenses muy bonito que es de Pablo. Pablo no era padre, no estaba siendo como padre, pero hizo las veces de padre con su iglesia, con la iglesia de Pesadonicenses. Y dice en algún pasaje allí, así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, dice Pablo, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargamos que anduvieses como el digno de Dios. Por lo tanto es una labor del padre, hacer esto. Pero quizás el versículo clave en este aspecto es el de Efesios 6.4, muy conocidos por todos. Dice, Y vosotros, padres, no provoquéis a ir a vuestros hijos, sino criarlos en la disciplina e instrucción del Señor. Y este padres que está aquí no hace referencia al padres, o no menciona a los padres en forma genérica, es decir, al padre de la madre. Está hablándole a los padres varones. Está diciendo al papá. Está diciendo, tenéis que instruir a vuestros hijos en la disciplina y el temor del Señor. Existe, hermanos, una idea rara con respecto a los roles paternos que incluso ha colado en muchas iglesias, y es que la madre es encargada de la crianza de los hijos y el padre es el encargado de traer el sustento material a casa. Esos no son los roles bíblicos. Los roles bíblicos son diferentes. En una empresa, quizás esto sea cierto, donde hay cierta jerarquía, ¿no? Donde hay un presidente y luego unos vicepresidentes y estos tienen otros subalternos y entonces el subalterno le rinde cuentas a su jefe inmediato y este al siguiente. Pero en la familia no es así. Tenemos un líder supremo que es Cristo, la cabeza del varón. Pero el varón es cabeza, no solamente de la mujer, sino es líder de su casa, líder de sus hijos. Queridos varones, qué rápido nosotros sacamos pecho cuando escuchamos una predicación que habla sobre el sometimiento de la mujer al varón, cuando lo que deberíamos hacer es postrarnos de rodillas, porque es un encargo muy fuerte. El Señor nos está encargando no solamente a ser cabezas de la esposa, no solamente a proveer para la casa el sustento material, sino también nos está encargando de criar y corregir a nuestros hijos. Ya lo creo, hermanos, que debemos expostrarnos delante del Señor de rodillas y clamar para que Él nos ayude a cumplir nuestro rol en una forma eficaz para la gloria de Dios. La administración de la familia no le toca a la mujer, hermanos. Nos toca a nosotros. Nos corresponde a nosotros trazar las directrices de la vida familiar. Nos corresponde a nosotros, hermanos, administrar las virtudes de nuestras esposas para que nos ayuden en esa labor. No es necesario involucrarnos, involucrarnos en serio en la crianza de nuestros hijos. Debemos ser aquellos varones que asumen el papel de padre y esposo, como un llamado ministerial, porque el Señor así nos lo pide. Pablo lo hizo, exhortando, consolando y animando a su iglesia. Hermanos, voy a decir algo que es un poco fuerte, pero que es verdad. La hombría en este mundo se está extingiendo. Queda mucho de violencia, de gritos, de maltrato. Queda mucho de ausencia del hogar. Queda mucho de abandono. Queda mucho de traiciones. Queda mucho de actitudes egoístas. pero de hombres dispuestos a ser líderes quedan pocos. El líder entendido no como aquel que habla más alto que la mujer, el que grita más fuerte o el que da las órdenes. Ese no es un líder, hermanos. Líder es otra cosa. Recuerdo, hermanos, que cuando estaba trabajando los primeros años como profesional me tocaba ir cada semana o cada mes perdón durante una semana al campo a trabajar en el campo en las zonas rurales y muchas veces llegamos a sitios donde no había carreteras donde no había sino caminos muy estrechos y cuando teníamos que hacer algún trabajo allí en estas zonas rurales había que desplazarnos desde la casita del campesino hasta sitios alejados y pues el dueño de casa siempre iba adelante nuestro siempre llevaba un machete le llamamos nosotros supongo que aquí también lo llaman así llevaba un machete para abrirse el paso por el medio del bosque de la selva de los grandes matorrales iba cortando las ramas y nosotros en fila india íbamos detrás de él siguiéndolo porque él era el que conocía el camino y sabía por donde se podía pisar seguro pues ese es un líder y ese es el llamado que el Señor nos hace el llamado que nos hacen los otros varones de Dios es que nosotros saquemos la espada ya no el machete sino la espada y vayamos delante de la familia, quitando todas aquellas ramas, todos aquellos impedimentos que hacen que la familia no pueda caminar. Que vayamos adelante mirando dónde están las huellas de Cristo para seguirlo. Que vayamos adelante mirando dónde están los peligros, para que podamos decirles, ten cuidado con este paso que vas a dar. Ese es Seth Leeds. No es el que va detrás, mirando por dónde coge la mujer. Ese no es un líder. El líder va adelante. Va abriendo camino. De cuando en cuando se defiende, saca su brújula y mira a ver si el camino es correcto, si está bien orientado. De cuando en cuando se defiende, hace una pausa y saca la guía y la enseña a sus hijos. Ese es un líder. Queridos varones, el Señor nos llama a ejercer ese liderazgo. Así que los exhorto, hermanos, en el nombre del Señor, para que seáis varones de Dios, para que seáis líderes de vuestros hogares, capaces de abrir la palabra y enseñar a vuestros hijos y enseñar a vuestras mujeres. Os exhorto a que seáis hombres de verdad, que seamos varoniles, apasionados por la palabra de justicia, valientes para enfrentar el reto que tenemos, porque es un reto difícil. Pero a eso nos ha llamado el Señor. Y si mal os parece, servir a Jehová, escogedos hoy, ¿a quién sirváis? Si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorredos en cuya tierra se habitáis, pero yo y mi casa serviremos a Jehová. Dice Josué. Que esa sea nuestra frase favorita. Yo y mi casa serviremos a Jehová. La cuarta respuesta a la pregunta del cómo es no delegues en otros tu propia responsabilidad. Dice el versículo 8 del pasaje que estudiamos. Las atarás como señal en tu mano y estarán como frontales entre tus ojos. Las escribirás en los postres de tu casa y en tus puertas. No está diciendo las atarás en la puerta de tu suegra. ¿Cierto? Los atarás en las puertas de tu casa. Hoy se asume, hermanos, que los padres, padre y madre, entran en acción de una manera diferente a la diseñada por el Señor. Y bajo cualquier excusa delegan la responsabilidad de enseñar a los hijos, a los abuelos, a las guarderías, a los canguros o a la iglesia. Es verdad que hay crisis económica, hermanos. También es verdad que los salarios son bajos, que nos cuesta llegar a final de mes, que las hipotecas son caras. Y por esas razones quizás sea justificable que alguna vez, por una necesidad, los padres, ambos, tengan que trabajar fuera de casa. Pero déjenme decirles, hermanos, que hagan las cuentas bien hechas. Lo digo por experiencia. Cuando uno se sienta con lápiz y papel y hace sus cuentas bien hechas y saca las cuentas de cuánto está gastando por tener que ir a trabajar, quizás se den cuenta que no vale la pena. Quizás se den cuenta que el dinero extra que están ganando se está yendo en pagar a otros lo que ustedes deberían estar haciendo, criar a sus hijos. Y quisiera ahora hablar con las mujeres. Hablarle a las mujeres, a las madres. Vosotras, queridas madres, tenéis un papel muy relevante en la instrucción de vuestros hijos. Es verdad que el padre es el líder, pero vosotras sois la ayuda idónea de ellos, incluso para criar a los hijos. Vosotras sois las catalizadoras del entorno familiar. ¿Saben qué es un catalizador en el entorno de los químicos? Un catalizador es un elemento que no tiene que ver con las reacciones, pero que puede acelerar la reacción o retardar la reacción. Eso es un catalizador. Pues vosotras mujeres sois las catalizadoras en vuestras casas. El Señor nos ha dotado de unas virtudes especiales, de unas capacidades que nosotros los varones no tenemos, de unas sensibilidades que nosotros no poseemos, de una capacidad de discernimiento de lo que pasa con los niños que nosotros no poseemos. Por lo tanto, esas virtudes deben estar al servicio del Señor en la obra de criar a los hijos, de enseñarles, de instruirlos. Y la incorporación de la mujer al mundo laboral ha sido celebrada como un gran logro y un paso a la igualdad. Todos hablan y sacan pecho diciendo, ahora la mujer está en el trabajo. ¿Pero quién ha hablado de las consecuencias de ello? ¿Qué consecuencias ha tenido en el entorno familiar el hecho de que la mujer tenga que salir de casa a trabajar? Yo no estoy en contra, hermano, si quiero ser claro en eso de que la mujer tenga que trabajar fuera de casa, pero sí debo decirles que deben tomar esa decisión una vez que hayan sometido esto a los pies del Señor en mucha oración y sabiendo por qué hacen la decisión. porque, repito, las implicaciones de dejar la casa por ir a trabajar fuera de ella pueden ser desastrosas para la vida del hogar. Hablando solamente de España, hay cerca de 500.000 jóvenes que llaman ninis, generación de los que ni trabajan, ni estudian, ni quieren hacerlo. más de 500.000 hay un divorcio en España cada 3,7 minutos hay un divorcio en España ha crecido en los últimos 5 años 277% los divorcios en este país el año pasado hubo 120.000 abortos contabilizados, los que no se contabilizan Ahora, yo no quiero decir con esto que todos estos males se deban a que la mujer haya salido de casa a trabajar. No, no quiero decir eso. Pero sí quiero decir, hermanas, que la ausencia de la madre en casa tiene serias repercusiones en la relación con los hijos. Tiene serias repercusiones en la relación con los hijos. Y recuerden que hablábamos hace un momento, cuando hablábamos de la introducción, que la vida familiar es sobre todo una vida relacional. una vida en la cual me encuentro con mis hijos para hablar con ellos, me encuentro con mi marido para hablar con él. Pues bien, si la mujer sale de casa y tiene que estar ocho o diez horas por fuera de ella, pierden esa posibilidad hermosa de relacionarse con los hijos, de estar íntimamente ligadas con ellos. Y puede ser que muchos de los fracasos de las familias se dedan a esa pérdida de la relación entre madres e hijos. Mi consejo, hermanas como pastor, es que si tienen que hacerlo por algún motivo, piensa que sea algo temporal. Porque si has tenido el llamado a ser madre, tendrás que rendirle cuentas al Señor también por ese llamado de ser madres. ¿Y qué le responderás al Señor? Será que tus fuerzas, tu salud, tu energía y todas tus virtudes las estás entregando a una empresa que te quiere más bien poco? Y te estás perdiendo quizás en la posibilidad de que tus hijos, como dice Proverbios 31, se levanten y te llamen bienaventurada y que tu esposo también te lave? En el ejemplo hermanos que puse de ir por el camino en la selva, Es posible que tú como esposa, como madre, estés intentando ir al lado del marido allí, abriendo camino, para abrir un camino un poco más ancho y que los hijos puedan ir más cómodos por ese camino. Pero os equivocáis si es por esa razón que vais adelante. El marido es el que tiene que ir adelante abriendo camino. Tú tienes que ir atrás, mirando cómo van vuestros hijos en ese caminar. porque Dios los ha dotado de esa sensibilidad para ver cómo van tus hijos. Él los ha dotado de la posibilidad de ver cuando ellos vienen cansados, cuando quizás la mochila que llevan por el camino está muy cargada, cuando quizás están pálidos porque necesitan detenerse un momento y beber un vaso de agua, o porque quizás han cogido una rama y se han clavado una espina en su dedo y están sangrando. Ahí es donde tiene que estar la madre. Ahí es donde tienes que estar. Cuídense, queridas madres, de delegar lo que les toca a ustedes en vuestras madres. Porque sería inexcusable que optes por esa salida por buscar una calidad de vida según el mundo y descuiden una santidad de vida según Dios. Padres y madres, puede haber autoridad delegada en colegios, en guarderías, en la iglesia, pero aún así, los hijos son vuestra responsabilidad. Es una responsabilidad que Dios os ha dejado a vosotros, a vosotros, padres y madres. Entonces, ¿no debemos abandonar a los hijos que tienen almas eternas e inmortales? por cuatro ladrillos que se terminan un día. No abandonemos a nuestros hijos. Y la quinta respuesta al cómo. Cómo instruir a nuestros hijos. Traza un plan estratégico de instrucción de vuestros hijos. Hace un par de semanas un compañero de trabajo que tiene tres hijos, tres hijos varones, uno de seis, otro de cuatro y otro de dos. Me preguntaba cuando estábamos comiendo, bueno, ¿y tú cómo criaste a tus hijos? ¿Qué errores cometiste? Para yo no hacer lo mismo. Yo dije, bueno, francamente cometí muchísimos errores y solamente la gracia de Dios es la que ha permitido que mis hijos estén saliendo adelante. No hay recetas mágicas. No existen recetas mágicas para criar hijos. Pero sí os puedo enumerar algunos puntos que pueden ayudar. Y voy a ser muy puntual, muy específico. El primero de ellos, estar atento a las necesidades espirituales de los hijos. Vuelvo y repito, que en esto la mujer es quizás más sensible que nosotros los varones, para percibir rápidamente qué necesidades tienen ellos. Las madres se dan cuenta rápidamente cuando un hijo está triste, cuando está agobiado, cuando está cansado. Ellas lo detectan rápidamente. Hay que estar atentos a esas necesidades. El segundo punto, involucrar a los hijos en nuestras luchas y en nuestras dificultades según las capacidades que ellos van teniendo. ¿Por qué razón? Porque cuando ellos nos escuchan orar por esas necesidades, Y cuando vean que el Señor responde, se unirán a nosotros para darle la gloria a Dios, por ver la forma en que Dios responde. Tercer punto. Utiliza los medios adecuados para instruirlos, el lenguaje adecuado, las ilustraciones adecuadas, los pasajes bíblicos adecuados y los momentos adecuados. Cuarto punto. No dudes en explicarles el estado natural del hombre. Háblales de lo que es el pecado y qué consecuencias tiene el pecado. Háblales sin temores del infierno. Ellos no se van a escandalizar. Pero también háblales de que hay un Salvador. El quinto punto. Asegúrate de que ellos entienden que lo que tú le estás enseñando no son fábulas ni cuentos, sino que son verdades superiores. No son historietas, son verdades. Quinto punto. Sé paciente. Piensa que la destrucción de los hijos es un plan de inversión a largo plazo. No te desanimes si no ves resultados inmediatamente. Te aseguro que los verás y glorificarás a Dios por ello. Y como dice Proverbios, hallarás, hallarás descanso para tu alma. Un compañero de estudio alguna vez me decía, los problemas con los hijos no comienzan cuando le salen los dientes, sino cuando le salen los bigotes. Decía este compañero. Pero yo les aseguro, hermanos, que instruirlos cuando les salgan los dientes evitarán que cuando les salgan los bigotes estén a tu lado tranquilos. Es un plan de largo plazo. Séptimo punto. Sé fiel y comprometido con la Iglesia del Señor. Asume un ministerio. Desarrollalo con diligencia y con amor. Ellos te van a invitar. Y octavo punto, ora por ellos. Dobla la rodilla por ellos. Pídele al Señor cada día de tu vida por tus hijos. No ahorres tiempo de orar por ellos. Yo recuerdo muy bien que cuando mi suegro murió, el pastor que había dado la predicación durante el sepelio dijo lo siguiente. Estaba hablándole a los hijos. Y les dijo, ahora han perdido a una persona que cada día se arrodillaba a orar por ustedes. Por lo tanto, les toca ahora asumir ese papel. Y me quedó sonando porque es verdad. Cada día debemos arrodillarnos a orar por nuestros hijos, a pedir a Dios misericordia por ellos. Hacer lo que sea Job, orar por ellos cada día. En resumen, hermanos, a la pregunta del millón, aquella del programa de la TV, ¿cómo hacemos para instruir a nuestros hijos? Hay cinco respuestas correctas. Debes estar tú mismo cautivado por Cristo y Su Palabra. Debes hacerte maestro de tus hijos. Debes ejercer con diligencia el liderazgo espiritual en tu casa. No delegues en otro tu propia responsabilidad y traza un plan de instrucción para tus hijos. Y para concluir, hermanos, decir lo siguiente. El mundo tiene una agenda preparada para nuestros hijos. El mundo ha preparado un enorme escaparate con grandes luces que atraen a nuestros hijos. Y en ese escaparate hay toda clase de atractivos, drogas y vicios que prometen grandes experiencias, coches lujosos, casas grandes, Lujurias y toda clase de placeres de la carne, páginas pornográficas, dinero fácil. Poder y gloria, ocio y diversión. Ese es el gran escaparate del mundo que tiene abiertas las puertas para vuestros hijos. Esa es la agenda que tiene el mundo. ¿Qué le estás ofreciendo tú a tus hijos? os digo que lo único que tiene más poder para atraerlos y para apasionarlos es la cruz de Cristo es su palabra por tanto no ahorremos esfuerzos en dedicarnos a ese llamado que tenemos como padres para instruirlos en esa palabra con toda pasión hermanos con toda dedicación con toda energía vale la pena y como dice el versículo que leímos hace un rato no es cosa vana es vuestra vida Eseguremos los hermanos que al final de nuestras vidas podamos hacer nuestras algunas de las palabras que el Señor Jesús pronunció en aquella hermosa oración en Juan 17. Y voy a leerlas. Que podamos decir esto. Porque las palabras que me diste, les he dado, y ellos las recibieron. Yo ruego por ellos, porque son tuyos. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los aborreció porque no son del mundo como tampoco yo soy del mundo. No rueda que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo como tampoco yo soy del mundo. Santificalos en tu verdad. Tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los he enviado al mundo, y les he dado a conocer tu nombre. Amén.
Y hablarás a tus hijos...
Este sermón nos guía a través de la Palabra de Dios respecto a cómo transmitir la fe a la siguiente generación, para que sean mejores cristianos que nosotros.
Identifiant du sermon | 101910551180 |
Durée | 1:02:47 |
Date | |
Catégorie | Service du dimanche |
Texte biblique | Deutéronome 6:1-9 |
Langue | espagnol |
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